Capítulo 2

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Mientras avanzaba por el pasillo, Codrien iba recordando uno a uno todos los pasos que debía seguir durante la ceremonia. Cuando llegara al salón del Sumo Maestro, el sabio líder de la Organización, debería esperar a que este cediera la palabra, bien a él mismo, bien a su futuro compañero. Cuando el Sumo Maestro le concediera la palabra, debería formular su nombre y su familia, junto con uno de los múltiples Lemas Celestiales. En concreto la Oda al Demonio, un breve poema que intenta unificar mundos tan distintos como son el Edén, tierra de ángeles, y Muspelheim, hogar de los demonios. Si no se equivocaba, su compañero debería recitar la Oda al Ángel, que complementaría la suya.

Se paró delante de un gran portón que le cortaba el paso, y aprovechó para intentar tranquilizarse. Desde que había cruzado el portal había empezado a sentirse nervioso, y no era de extrañar. Aún tras casi una hora esperando a que le llamaran, no se hacía a la idea de pasar un ciclo vital completo con uno de los Otros. Eran un completo misterio para él, y no podía esperar a ver cómo eran. ¿Serían tan monstruosos como lo pintaban los chicos del barrio, con cuernos puntiagudos, garras afiladas y una larga cola en forma de flecha? Codrien lo dudaba. Y, de todas maneras, aunque al final no fueran precisamente agraciados, llevaba sin producirse ni un mínimo altercado entre ángeles y demonios desde hacía más de dos milenios, así que le parecía poco probable que fueran tan malvados y agresivos como decían esos chicos.

Estaba tan perdido en sus pensamientos que se asustó cuando escuchó el sonido de la pesada puerta abriéndose delante de él. Tras unos segundos de desconcierto consiguió recomponerse y, tras una larga expiración, comenzó a avanzar hacia el centro del gran salón.

El salón del Sumo Maestro era un gigantesco corredor de mármol, cuyos extremos eran imposibles de distinguir en la distancia. Cuando Codrien entró, se fijó en que estaba cromáticamente dividido por la mitad: en la zona en la que estaba él, el mármol del suelo y las paredes era de un blanco puro, y emitía un leve brillo dorado. Sin embargo, en el lado contrario, el mármol era de un color azabache, y emitía destellos metálicos en todas direcciones. Distinguió una figura extraña sobre ese suelo negro, pero evitó mirarla fijamente. Según su instructor, "es mejor no establecer contacto visual directo con tu compañero hasta que el Sumo Maestro ceda la palabra a uno de los dos".

En cuanto al Sumo Maestro, el sabio anciano se encontraba sentado en un alto trono que parecía fabricado exclusivamente de oro y plata. Finamente adornado, se situaba en el centro de la estancia, en contacto con ambos lados. Al fijarse bien, Codrien distinguió que la zona que entraba en contacto con el lado en el que se encontraba él estaba adornada con pequeñas alas blancas de mármol y diminutos aros de luz que flotaban a su alrededor, mientras que de la zona en contacto con el otro lado salían cuernos enroscados y alas oscuras y aterradoras. En ese momento tuvo miedo de mirar al otro lado, por si en realidad se equivocaba y de verdad estaba destinado a convivir con un monstruo.

Su indumentaria era tan extravagante y extraña como el trono en el que reposaba. Sobre su larga túnica, dorada y carmesí, portaba un ostentoso collar usej (un ancho talismán), hecho completamente de oro y plata, con gemas de diversos colores esparcidas por su superficie. Su cabeza estaba tocada por dos astas de ciervo, una dorada y otra plateada, que se remataban con un amplio aro de luz que se encontraba flotando a su alrededor. Codrien estaba tan concentrado en su vestimenta que por poco no se percató de que el Sumo Maestro le estaba observando. Al instante quedó paralizado; sus ojos parecían emanar una colosal cantidad de poder, y el chico no tardó en apartar la vista, abrumado. Tras unos segundos, el Sumo Maestro se levantó de su trono y pronunció con parsimonia unas palabras de protocolo:

-En nombre de Maat e Isfet, damos comienzo a la unión del Orden y el Caos en un mismo ser -tras esto, volvió a sentarse y, con un gesto de mano, señaló a Codrien que era su turno de intervenir.

-Mi nombre es Codrien Alethéia, del linaje de los Arcontes -dijo, con voz serena-. Juro por Maat, la Dama del Orden, que mantendré en el camino de la bondad y la felicidad al ser de mi custodia.

-Que el Orden y la Justicia guíen tu corazón -respondió el Maestro, mientras hacía un gesto con la mano contraria, señalando al otro lado de la sala.

-Mi nombre es Gaulbain Atychía -se escuchó una voz potente, no mucho más grave que la de Codrien- , del linaje de Asmodeo. Juro ante Isfet, Señor del Caos, que procuraré momentos de sufrimiento y deshonrosas tentaciones al ser de mi custodia.

-Que el Caos y la Discordia te sirvan en el camino -concluyó el anciano maestro.

En ese momento, el Sumo Maestro volvió a levantarse, haciendo un gesto, esta vez con ambas manos, indicando que se acercaran. El pulso de Codrien se aceleró. Una extraña sensación de pánico se materializó en su mente. Notaba los hombros agarrotados; más bien los dos brazos al completo. Lentamente, comenzó a girar hacia su derecha, temiéndose lo peor.

Por eso se quedó tan extrañado al descubrir a un chico normal y corriente, atractivo y con una mirada fría y calculadora en sus ojos violetas. Se sorprendió de ver que los Otros eran tan parecidos a ellos mismos. Ese chico podría hacerse pasar perfectamente por un ángel más si quisiera. Bueno, podría hacerlo de no ser por sus alas, negras como la noche. En la zona donde Codrien vivía, solo había conocido ángeles con alas blancas o pardas, incluso uno que mezclaba ambos colores. Sabía además que había varios colores más de alas, como el rojo, el celeste o el verde, incluso el dorado, reservado únicamente para los Arcángeles o seres de igual importancia. Pero nunca había conocido de ningún ángel con alas negras.

Se situaron el uno frente al otro. El otro chico, Gaulbain, no dejaba de observarle de arriba abajo de manera inquisitiva, como diciéndole "no te esperaba así". Codrien se sintió un poco incómodo, pero rápidamente recobró la compostura. Levantó su mano derecha con serenidad, dejándola a la altura de su pecho. El demonio no tardó en reaccionar de igual manera, estrechando su mano con la de Codrien. De pronto, este comenzó a sentir una sensación extraña, cálida. Muy cálida. Quizá incluso demasiado cálida. Su instructor también le había advertido sobre eso: " al formar parte de energías opuestas, al principio siempre cuesta un poco adaptarse al contacto físico de tu compañero, pero tras unos meses uno se acaba acostumbrando", había dicho. De todas maneras, Gaulbain no daba señas de estar nada molesto, y Codrien no quería mostrar debilidad alguna a su nuevo compañero justo en su primer encuentro, así que se debatió por mantener una cara pétrea mientras el Sumo Maestro extendía los brazos.

-Ante Maat, la Dama del Orden, y el Señor del Caos, Isfet, ofrecemos la unión de dos almas opuestas.

Había llegado el momento de las Odas. Codrien estaba preparado. Se relajó, respiró hondo y, sin apartar la vista del demonio, entonó el corto poema:

-Céfiro descontrolado
causará gran vendaval.
Ángel y demonio unidos
por salvar alma mortal.

-Ancestral unión que escarda
todo aquel Bien de aquel Mal.
Lo que negra espada guarda,
blanca lo desvelará -Gaulbain terminó el poema con un extraño brillo en los ojos. Codrien sentía curiosidad por ese chico tan parecido a él y al mismo tiempo tan diferente de cualquiera que hubiera conocido.

-Un solo ser queda en tres almas dividido -concluyó el Sumo Maestro, bajando los brazos. Después, con paso tranquilo, comenzó a bajar los escalones del trono. Codrien frunció el ceño. No recordaba esa parte del protocolo.

El anciano se situó frente a ellos, con las manos a la espalda. De pronto, una cadena formada por los mismos diminutos aros de luz que flotaban alrededor del trono apareció de la nada, enlazando sus manos.

-Esta es la cadena que sella vuestra unión -anunció el Maestro. Poco a poco, los anillos se deshilacharon en varios hilos de luz, que fueron desapareciendo entre los chicos-. Podéis marchar.

Codrien miró al demonio, extrañado, y recibió la misma mirada de incomprensión por parte de su compañero. Lentamente, y sin decir palabra alguna, se dieron la vuelta y comenzaron su camino hacia el horizonte que se extendía en el extremo opuesto del salón.

La Tríada de la Armonía I: TinieblasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora