Capítulo 10

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La raza de los ángeles habita en Edén, una colosal metrópolis de edificios blancos y ondulados. En ella abundan las zonas verdes y las fuentes. Es uno de los pocos lugares con conexión a la Sima de las Ánimas.

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El Mundo ha cambiado
Lo siento en el agua
Lo siento en la tierra
Lo huelo en el aire

-Mucho se perdió entonces, y pocos viven ahora para recordarlo -Jack bufó, aburrido-. Me sé esta película de memoria. ¿No podemos ver otra cosa?

El Señor de los Anillos, quizá la saga que más veces había visto Jack en su vida. Toda su familia, en especial su padre, adoraban todo lo relacionado con el mundo fantástico que Tolkien había creado. Tenían todos los libros relacionados con la Tierra Media en el salón de la casa, sobre una estantería. Recordaba incluso las épicas historias del Silmarillión, el libro de las antiguas leyendas de la Tierra Media que su padre se empeñaba en leerle a él y a su hermana cada noche. Y, por si no fuera poco, habían contagiado a su amigo, que se había empeñado en hacerse un maratón de las películas cada año.

-¿Prefieres ver La amenaza fantasma?

-Prefiero algo que no hayamos visto ya mil veces, a poder ser.

-Vaya -bostezó Ben, cansado-. ¿Entonces dejamos la maratón para otro día?

-Estaría bastante bien, sí.

Ben se inclinó hacia delante en el sofá y alargó el brazo hasta el mando a distancia del reproductor de DVDs, que descansaba sobre una mesita de madera junto al de la televisión. Apuntando con él al sensor como si de un revólver se tratara, apagó el aparato, y en el centro de la pantalla apareció un cartelito verde de "no signal".

-Bien, ¿y ahora qué hacemos? -le preguntó.

Jack emitió un leve gruñido de indiferencia, y se recostó aún más sobre el cojín gigante de Ben, o puff, como lo llamaba su amigo. A Jack le encantaba, eran muy cómodos, y también muy livianos, así que, cuando quedaban para ver una película, Ben siempre los cogía de la esquina del salón de su casa y los colocaba enfrente de la pantalla plana de su habitación. Y cuando se aburrían de ver la televisión, los sujetaban a sus cuerpos como podían y hacían batallas de sumo. Jack ganaba siempre, aunque a veces se dejaba perder durante un rato para que Ben no se sintiera como un pringado con una armadura de poliestireno.

-Eh -le insistió Ben, dándole un pequeño empujón en el brazo-. Dime algo.

-Ayer me encontré con Robert.

Ben puso los ojos en blanco. Jack sonrió: seguramente no esperaba ese "algo". El rubio se tumbó a su lado, aburrido, y se colocó de lado para mirarle a la cara.

-De acuerdo -cedió, resignado-. Cuenta.

-No hay mucho que contar, la verdad -dijo Jack, girándose hacia él a su vez-. Había salido al mercado, y de paso mi madre había encargado que tirara la basura. Me le encontré de bruces al doblar la esquina.

-¿Qué esquina? -preguntó Ben.

-La de los cubos -respondió Jack-. La que parece que la hayan cosido a balazos.

-Ah, vale -asintió Ben-. ¿Y qué hacía por allí, tan lejos? ¿No se supone que vive por aquí cerca?

-Había salido a comprar también. Fuimos juntos el resto del camino -explicó Jack, mirando a los ojos azulados de su amigo-. ¿Sabes? Me cae bien. Es más interesante de lo que pensaba. Lo único que no me ha gustado mucho es lo tímido que es.

La Tríada de la Armonía I: TinieblasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora