Capítulo 8

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La Organización es un grupo formado por ángeles y demonios que se encarga de regular el paso de los guardianes al mundo humano.

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Al día siguiente no podían ni levantarse de la cama. No habían pegado ojo en toda la noche, después de la intensa sesión de espiritismo que habían realizado. Solo lograron relajarse cuando salió el sol, y para entonces llevaban cerca de seis horas sin dormir. La idea de cerrar los ojos y dejar a su cuerpo descansar les resultaba muy atractiva, pero la tensión y la mala espina que les había dado la Ouija permanecían ahí, enganchadas en sus cabezas como una garrapata gorda y despreciable, impidiéndoles tranquilizarse.

Al final, Jack logró arrastrarse fuera de la cama, haciendo un ruido sordo al caer al suelo. Se levantó lentamente, mientras sentía cómo su espalda crujía al estirarse de nuevo. Tras masajearse el hombro con molestia, se giró hacia Ben, que seguía con la melena rubia escondida en la almohada.

-Ben, levanta -le dijo-. Es tarde.

El chico emitió un leve gruñido, pero no se movió de donde estaba. Jack subió en la cama y gateó hasta su amigo, inclinándose hacia su oído.

-Te pongas como te pongas te vas a levantar.

Ben gruñó de nuevo, esta vez con más potencia, y levantó la mano hacia Jack, agitándola frente a su cara. Jack suspiró con indiferencia.

-Como quieras.

Jack se abalanzó sobre su amigo y lo agarró por la espalda, tirando de él para levantarlo. Ben emitió un quejido prolongado, mientras Jack le obligaba a darse la vuelta y lo tumbaba boca arriba sobre la cama. Empujó a Jack a un extremo de la cama y comenzó a voltearse hacia el otro lado, aún somnioliento. Pero Jack volvió a la carga: se le puso encima y le agarró de los brazos, intentando inmovilizarle. Ben trató de zafarse y empujó a Jack de nuevo, con lo que acabaron los dos en el suelo, jadeando. Tras unos segundos, Jack soltó a su amigo y se incorporó.

-Estás en calzones -apuntó-. Deberías ponerte algo si no quieres acabar siendo parte del suelo.

-Eres tú quien me ha tirado -replicó él-. Además, tú también estás en bolas, y no te he visto con mucho frío.

-Pues ahora lo tengo, muchas gracias.

Jack se levantó de nuevo del suelo y se dirigió al armario, en el otro lado de la habitación. Abrió las ornadas puertas de madera y sacó un par de albornoces, ambos negros y suaves por la parte interior. Le lanzó uno a Ben, que acababa de incorporarse y se acariciaba el cuello con una mueca de dolor.

-Si de verdad no tienes frío, al menos ponte esto -dijo Jack, metiéndose en su albornoz, que le llegaba por debajo de las rodillas-. No quiero que traumatices a mi hermana.

-Ya debí de traumatizarla en su día, con lo que me odia -murmuró este, mientras sujetaba la prenda frente a él. Se levantó y metió los brazos en las mangas, cubriéndose el cuerpo con el batín. Cuando acabó de ajustárselo, suspiró y se llevó la mano a la entrepierna, frotándosela.

-Oh, por Dios, no hagas eso con mi batín -dijo Jack, con una mueca de asco. Ben se limitó a encogerse de hombros.

-No habérmela dado.

-Desagradecido -bufó Jack, apartando la vista-. Haz lo que quieras, pero como vea un solo pelo de tus partes la próxima vez que me lo ponga, no te vuelvo a dejar ropa.

-Uh, qué miedo -se burló su amigo, y añadió-. Qué curioso que yo haya encontrado toda clase de cosas tuyas en mi ropa. Oh, espera, ¿he dejado de prestártela?

La Tríada de la Armonía I: TinieblasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora