[tw; asesinato]
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Tenía diez cuando el juez decidió que mi Padre ya no tenía derecho de existir en este mundo. Era muy joven para comprender los detalles del juicio, sólo que me dijeron que no lo vería nunca más luego del veredicto. Aquella tarde, me senté en el sofá de mi hogar, escuchando el silencio. Había pasado un tiempo desde que este lugar era tan calmo, y no me gustaba esa serenidad.
En esos ocho años, la vida continuó como si mi Padre nunca existió. Todos los días, antes de ir a la escuela, gritaría "Ya me voy", pero mi Padre se fue, no había nadie para decirle adiós. Estaban las chismosas mujeres del vecindario que ocultaban sus burlas hábilmente bajo sus pañuelos de color rosa. Estaban los matones que me utilizaban como centro de sus carcajadas. Estaban los otros estudiantes que daban la vuelta e iban al otro lado al ver cómo los agresores me daban puñetazos como una muñeca de trapo sucia. Todo el mundo me veía como alguien innecesario.
Y luego estaba ella.
Ella era la única que no se había ido al ver a los matones. Ella era la única que llamó a alguien para sacarme del asunto. Ella era la única que no pretendía que yo no existía. Aunque era una chica promedio, y no tenía alguna cualidad que la resaltase de los otros, el simple hecho de que sus ojos no pasaron de largo de mí como lo hicieron los otros, era especial. Me di cuenta de que lentamente me enamoraba de ella.
Pero al igual que nosotros crecimos, lo mismo hizo mi dureza.
La verdad era que yo creía que sólo nací para protegerla de todas los problemas del exterior.
Y no era sólo de los otros protegerla, sino protegerla de mí, también. Poco a poco crecía un poco más egoísta, deseando cada parte de ella sólo para mí. Quería que ella me mirara sólo a mí, sonriera sólo para mí, que sólo tomase mi mano.
Pero también tenía miedo de que sus delicados oídos se hirieran de las palabras que salían de mis labios.
Ese era el porqué...
Decidí lo correcto aquél día. Estaba frío y oscuro afuera, la nieve se estaba acumulando. Sería llamado como "crimen de pasión"; el momento en el que decidí clavar un cuchillo en su corazón, el momento en el que me di cuenta de que no importa qué tanto tratase, ella nunca me miraría de la misma manera que yo lo hago. Era triste, e hizo que mi corazón sea tan frío como hielo, pero decidí que si no podía tener esa adorable expresión solo para mí, entonces nadie la tendría.
La acerqué a mi pecho, escuchando cómo los latidos de su corazón iban desacelerando, disfrutando de su calor. Esto sería un adiós.
La vi, sintiendo como su alma desaparecía de su cuerpo, y el saber eso me abrumaba de la felicidad. Por primera vez, pasó de largo de mí.
En su momento de muerte, sus lágrimas me pertenecían.
Hundí el cuchillo con el cual la hice desaparecer en mi corazón, pude lograr ver el charco de sangre que nos rodeaba. Antes de que el mundo se desvaneciera en la oscuridad, sostuve su cuerpo sin vida con más fuerza contra el mío, su corazón junto al mío.
Así seríamos uno solo.