Las gotas de lluvia chocaban con la ventana de tantas que habían de la mansión, amenazando con no parar. Observaba la fuente de piedra derrochar agua que terminaba recorriendo por todo el prado antes de convertirse en barro junto a la tierra. Era de noche, y lo único que iluminaba el paisaje eran los relámpagos que aparecían de vez en cuando y la brillante luna.
Me iba a quedar de esta manera por siempre de no fuera por la alta y delgada figura que entró a la habitación, el dueño de la mansión, Ciel Phantomhive. Me di la vuelta para apreciarlo más de cerca, y en ese momento la luz de un trueno iluminó toda su anatomía: tez lisa y pálida, su ojo izquierdo cubierto por un parche, ropas tan elegantes de la época que brillaban a la luz de la luna, su orbe derecho tan brillante como un zafiro.
- Deseo que disfrute de su estadía durante la mansión Phantomhive. - habló, pronunciando sus palabras gravemente tratando de notar su amabilidad y gentileza. - Y que no se aburra por la estética de esta. Tiene una gran cantidad de años, razón por la cual posee el aroma de otra época. - soltó una risa.
- En absoluto. De hecho, estoy muy agradecida por su humor y amabilidad a pesar de tal clima. - Volví a mirar la ventana, y la lluvia resonaba con la misma fuerza, haciéndome perder las esperanzas. - Deseo que acabe pronto, hablando de eso, no quiero molestarlo con mi presencia.
- Para nada. Es más, ha llegado justo a tiempo para el baile. Prepárese, mi mayordomo Sebastian le traerá un vestido. Reencuéntrese conmigo en la sala principal. Estaré ansioso de verla. - Y con eso, apenas Phantomhive se retiró de la habitación, un hombre más alto, vestido de traje y ojos tan rojos como un rubí entró a ésta.
No tuve tiempo de analizar la situación más temprano. ¿Un baile? ¿Con esta lluvia? Habré entrado al salón principal y no presencié ninguna decoración. Eso y el hecho de que, mientras que él era una persona de clase privilegiada, yo era una mera comerciante que ganaba su vida vendiendo artesanías en el mercado. ¿Por qué alguien de clase alta como Phantomhive invitaría a un baile a alguien de clase contraria? Seguía sin entender, pero ya no importaba. Iba a ser partícipe de mi primer festival y no sólo eso, iba a tener puesto un largo vestido negro como la noche con algunos brillos y piedras. El color no convencía tanto desde mi punto de vista, pero la intención era totalmente apreciada.
Me encontré frente al espejo una vez puesto la elegante e hipnótica ropa. Era justo de mi talle, lo cual me fue una alegre coincidencia. No tardé mucho en retirarme de la habitación y dirigirme a las largas escaleras que daban lugar al salón principal que, supuse, estaría repleto de invitados.
Estaba equivocada.
En dicha sala, sólo se encontraba Ciel; que apenas su vista se clavó en mí hizo una reverencia.
- Bienvenida. - extendió su mano hacia mí mientras bajaba las escaleras. - Bailemos. Un vals con la Muerte, si me lo permite. - No pude sentirme más halagada ante todo lo visto. Nunca conocí a este hombre antes. ¿Por qué estaba siendo tan gentil conmigo? Asentí y tomé de su mano. - Sebastian y los demás, ahora. - Miré de reojo a un costado y estaba el dicho castaño con un violín totalmente dispuesto a seguir las órdenes del peliazul. Enseguida que este último pronunció sus palabras, Sebastian tocó tal instrumento.
El suelo se transforma en un mundo de maravillas que sólo Ciel y yo podemos ver. Me gira elegantemente, llevándome de un lugar a otro, admirando mi rostro una vez más. - Dígame, ¿le gusta estar aquí? -
Traté de prestar atención a mi terrible ritmo en los pies mientras respondía. - Tiene todo en un impecable estado, señor Phanthomhive. Nada está fuera de lugar. -
- Eso no responde mi pregunta. -
- Sí. Disfruté mi poco tiempo aquí. - Solté una risa mientras Ciel profundiza el baile al ritmo de la música. Las notas armonizan alrededor mío. "Esto es el paraíso", pienso mientras siento mariposas en el estómago, "qué inusual que haya decidido asistirme y ponerme en tan finas ropas, al igual que ser tan dulce como la miel conmigo..."
- Entonces quédate conmigo, aquí, en la mansión Phanthomhive. -
- ¿Como sirvienta? -
Niega con la cabeza y me gira otra vez. Su cruda mirada corta profundamente en mi corazón, el frío filo de obvio dolor congelando todo en su camino.
- Como una amante. Mi amante, para ser más exacto. -
Sus palabras me dejaron la mente en blanco. ¿Quedarse? ¡Pero apenas conozco a este hombre! Sí, era muy conocido y rico...
Pero quizás no sea tan mala idea. Podría vivir en este lugar sin preocuparme sobre el dinero.
Todo era tan espontáneo, no podía responder con palabras. Finalmente, pronuncié mi opinión: - Señor Phanthomhive, no puedo aceptar tal posición. Apenas nos hemos conocido y, lo más importante, ¡somos de diferentes clases sociales! Piense en eso, tal relación puede destruir su reputación. -
La fuerza del agarre de Ciel aumenta de repente en mi mano. - No creo que lo entiendas. Te he estado siguiendo por meses ya, tratando de obtenerte y de hablarte. - respira hondo. - Ni se le ocurra pensar que encontrarte ha sido una coincidencia. -
Traté de liberarme, pero se niega. - Aprenderás a amarme. Eso lo prometo. -
Un sollozo se escapa de mi garganta, destruyendo la magia del salón. Los fragmentos de felicidad y luz están contaminados con inminentes, oscuras sombras. Cualquier fantasía que tuve el primer momento que lo conocí se desintegran. Un dolor se forma en el centro de mi alma y se esparce rápidamente por el resto de mi cuerpo.
Todo era una trampa. Una estafa envuelta en una mentira, envuelta en papel brillante para captar la atención de un ojo. Y caí acorde al plan. Trato desesperadamente de escapar de Ciel, gritar o advertir al resto del público que se encontraba en la sala que el hombre en frente mío era insano, pero... no puedo. Físicamente no puedo.
Mientras más lucho, más duele. Lágrimas recorren mis mejillas y chocan con el suelo. La música deja de sonar y los dos nos paramos uno en frente del otro. Mi corazón late violentamente en contra de mi pecho, demandando estar libre. La oscuridad poco a poco me aclama como suya.
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Abre la boca para dejar el veneno caer.
- Pero bella dama, cuando bailas con la Muerte, nunca vuelves a la vida... -