[tw; ataques de ansiedad, suicidio]
__________________________________
Donde las ramas cortadas que danzaban por las corrientes de aire norte-sur. Donde al plantar un pie en el césped de cabellos tan suaves como seda se hunde tan fácilmente como arenas movedizas. Donde para distinguir el día y la noche, el cráneo en el siempre oscuro cielo tenía que subir o bajar su mandíbula. Allí estaba ella; en ropa interior, la brisa chocando con su cuerpo y enviándole escalofríos que recorren su columna. Reconoce este lugar, lo visita cada vez que yace en su cama. Lo conoce tal como la palma de su mano, porque lo ha experimentado incontables veces de incontables maneras, vagando por el pasto y observando de vez en cuando las venas que dan lugar a los músculos de las flores.
Siempre es lo mismo, nada cambia: aparecer en el susodicho lugar. No se queja ni se cansa, porque pertenece, está destinada a estar allí. Tenía ese sentimiento de identificación con todo el ambiente, de comodidad, de placer. Pero más que todo, de tranquilidad.
Ssuñoe, lo llamaba. Para ella, el lugar perfecto: oscuro, calmo y único, que la representaba en todos los aspectos posibles de su ser. Los ojos en las muñecas de los árboles de vez en cuando cerraban, significando el pasar de los minutos, que se convertían en horas, que daban lugar a separar los párpados.
Descubriendo nuevos seres en el suelo y el cielo en el camino, Li sigue vagando. Si había una característica importante de este lugar era que, aparte de ella, no había ninguna otra persona para hacerle compañía. Li se encontraba en soledad pura. No se queja ni se cansa.
No se queja ni se cansa.
No se queja ni se cansa.
No se queja ni se cansa.
No se q
Divisa a la distancia un color tan blanco como la nieve, que poco a poco se expande acercándose a ella. Li jamás vio esto antes ya que, conociendo el lugar, en ningún espacio de Ssuñoe había una tonalidad tan inmaculada. Inconscientemente, se guía siguiendo la luz. Las corrientes de viento norte-sur dejan de existir, el frío desaparece, el cielo aclarece, los cabellos aún más suaves, todo esto mientras su vista es cada vez más nítida y proyecta una persona.
Pálida como los huesos, melena blanca y lo suficientemente larga para chocar con los pelos del suelo, vestido grisáceo con una longitud hasta la rodilla, con una expresión ponderada, que cambia una vez que observa los ojos de Li. Las comisuras de sus labios se elevan formando una sonrisa de oreja a oreja.
La extraña suspira y observa el cielo, el cráneo con mandíbula cerrada. Li percibe y siente que ya conoce a esta persona.
No se queja ni se cansa.
Se presentó como Ni, y flexionó sus piernas en modo de reverencia, sosteniendo los extremos de su vestido. Proclama cómo estuvo buscándola desde hace tiempo, pasando la muñeca por su frente simulando el cansancio. Ni, a diferencia de Li (que en su presencia, no dijo ni una sola palabra), no paraba de comentar la apariencia de la contraria, sobre Ssuñoe, sobre ella misma. Li dedujo al instante que era una de las charlatanas.
No se queja ni se cansa.
Ni extiende sus brazos hacia la contraria, mientras amplía su sonrisa mostrando su dentadura. Los envuelve en el cuerpo de Li y aumenta su fuerza para así formar un abrazo que estremeció su pálido torso. Un tono rojizo cubre las mejillas de ambas, y de esa manera Li descubrió el verdadero concepto de paz.
Desde ese momento, la población de Ssuñoe aumentó, y estaba compuesta por dos opuestos que estaban en felicidad plena con la compañía del otro. Donde cada minuto que pasaban juntas, Li las aprovechaba y recordaba al máximo. Donde cada paso que daban al pasear, admiraba a quien tenía al lado, mientras esta última charlaba de acontecimientos de ella y su enamorada; su vida, lo increíble de Ssuñoe, o la extraña flor de tallo verde y puntiagudas espinas con pétalos carmesí tan suaves como el suelo. Li, por primera vez en su vida, estuvo cómoda en la presencia de alguien más.