Dime que deseas esto. Dime lo que quieres. Dime que harías lo que fuera para complacerme. Dime que no puedes vivir sin mí. Déjame hacerte en tu totalidad. Siénteme. Respírame. Saboreame. Dame la retribución que merezco. Dame una razón para destruirte. Deja que mi oscuridad sea lo que veas. Deja morir tu esperanza. Quiero tu ser puro de suciedad y obscenidad. Quiero tu cuerpo repleto de sangre, por dentro y por fuera, mi nombre saliendo de tus pequeños labios mientras mis manos están alrededor de la curva de tu garganta, destrozando el pulso que late bajo mis dedos. Dímelo. Dime que me amas.
Cuando veo lo que te he causado, cuando veo el daño que he hecho, tengo que reprimir la necesidad de cavar mis dedos dentro de tu piel hasta que sea mía, hasta que se abra y pueda adentrar mis dígitos en tu calidez. Quiero verte sangrar. Quiero que seas el río que elimine mi sed. Quiero que grites. Quiero construirte solo para destruirte, la putridez de mis acciones bañadas en la sangre del cordero. Este cuerpo, estas manos, son mías. Me perteneces, cordero. No lo olvides.
Eres de mi propiedad para herir. Seré tu sangre y tu sudor y tus lágrimas. Haré camino hacia tu cuerpo y reclamaré cada centímetro de ti, y lo permitirás. Seré el aire que no puedes respirar cuando piensas en mí. Seré la fiebre que sudas cuando sueñas sobre mí. Hundiré mis dientes en tus huesos y quemaré la estabilidad de tu mente. Seré tu fuerza cuando seas débil a mi agarre. Seré el veneno que gotee de tus dientes cuando la furia te domine. Seré el error que cometerás cuando supliques por piedad. Seré tu alma cuando llegues a la fe y seré tu pecado cuando Dios niegue tus rezos. Soy tu religión. Soy tu convicción. Dímelo. Dímelo devuelta.
Dime que me amas. Dime que me verás esta noche. Haré tus sueños realidad.