Había algo dentro de mí que me estaba royendo el alma. Se trataba de una especie de sustancia tóxica que me ahogaba, apresuraba mis sentimientos como si de un ramo de flores mustias se tratasen. Todo me parecía mal; de hecho, ahora tampoco suelo estar de buen humor. Odio, rencor, amargura, emparedados en una pared tapiada con un cemento hecho con vendas, abrazos y palabras de ánimo.
Y al llegar el día en que ese muro hubo de ser reformado para darle un lavado de cara, todos esos males salieron corriendo. Dejaron, no obstante, un hueco en la pared: jamás fueron en vano. No creo que esta sensación de tensión, nerviosismo y melancolía dure hasta el fin de mis días, mas la huella ha de ser o bien borrada, o bien reemplazada. Todo tiene un antídoto, que en este caso, es lo que he acostumbrado a evitar.
La soledad sosiega, reconforta, pero daña y encierra a cualquiera que la frecuente. El ser humano necesita sentirse acompañado, querido. Pero siempre tenemos sed de lo mismo, ¿a quién queremos engañar? No somos nadie sin nuestros semejantes. Y no quiero decir que dependamos de ellos, solo deduzco que no es fácil andar sin nadie a nuestro lado. Una vez leí (escrito en una taza, por cierto) un pequeño párrafo que nos viene al pelo: 'Cuando te de miedo mirar adelante, y te duela mirar atrás, mira hacia la izquierda o hacia la derecha y allí estaré, a tu lado'.
Y es que aunque suene tan cursi, es la pura verdad. Cierto es que no todos los que están con nosotros ahora no van a estarlo siempre, por una serie de motivos muy diferentes, pero es así. Lo que me llama la atención es el riesgo al que yo misma me exponía huyendo de los que precisaban que les correspondiese a su afecto.
La verdad es que no voy a entrar en detalles; no es necesario. Lo único que quiero con esto es transmitir lo que he aprendido, porque siempre va a haber dificultades, y la esencia podrá nublarse, pero tened claro que no se disipará.
Cualquier daño es reparable, es más: la mayoría de las veces les damos más importancia a las cosas de la que en realidad precisan (o al menos en mi caso). Lo que no hay que hacer es abandonar, dejar que la tristeza erosione el cómo hemos de sentirnos. Cuantas más vueltas le damos a un problema, más lejos nos situamos del punto de vista adecuado, ya que lo vemos mucho más duro de lo que en verdad resulta.
Y lo cierto es que la solución, en la mayor parte de los casos, está enterrada en nosotros mismos. Y sí, digo enterrada porque en una de nuestras manos, vamos cargando con la pala que utilizamos para ello. No es otra cosa que una cuestión de valentía, de conocimiento propio y limitación de uno mismo.
Dicho esto, que una vez más me ha servido para arrojar suciedad en un teclado, me quedo algo más tranquila. Si os fijáis, reafirmo eso de que no nos gusta sentirnos solos (aunque escuchar tu propio eco a veces no viene mal) en mi forma de escribir, ya que sin darme cuenta, he acabado empleando el plural. Resulta curioso ver cómo esta ocasional oleada de inspiración me acaba afectando incluso a mí misma.
ESTÁS LEYENDO
Bomba de Relojería
RandomAbsurdo, rutinario. La historia de mis emociones y el desarrollo de las mismas.