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Un gran abrazo llegó a su cuerpo, podía sentir como se quedaba helada, sin hacer nada.

  — Suéltame, por favor  — exclamó un poco sorprendida.

  — Lo siento, perdón, es que me emocioné...  — respondí soltándola.

Me miró con sus ojos profundamente castaños. Se quedó segundos sin decir nada, y luego habló:

  — ¿Qué haces aquí? 

 — Estaba buscándote, hace meses que no te conectas a la sala de chat. ¿Que te pasó?

  — Hubo algunos problemas en mi casa... la policía vino a investigar y pues, mi madre estaba muerta— respondió embozando un gran suspiro.

  — ¿Entonces donde es que vives...? 

  — En la calle.

Necesitaba un poco de tiempo para que mis neuronas procesaran esas tres complejas palabras. ¿Cómo era que había terminado en la calle? No lo creía, aún así se veía como si tuviera un hogar donde sus padres les prestaran atención.

  — ¿Quieres ir al parque? Quiero platicar un poco contigo...   —pregunté.

  — suspiró — Supongo que no hay inconveniente. 

Así, camino al parque, todo fue absoluto silencio. Tanto departe mía que de ella. Ambas estábamos procesando algo que no era fácil de creer. Estar con ella, a tacto, era una oportunidad que jamás volvería a tener en mi vida.

Al llegar nos sentamos en una banco de cemento, dando vista a los juegos. Con una mirada fría se sentó y encendió un cigarrillo.

  — ¿De qué me quieres hablar?  — habló ella guardando el encendedor.

  — ¿Cómo es que terminaste en la calle, Amanda?  

  — La vida me dio otro golpe bajo, eso es todo — exclamó haciéndose notar sus ojeras.

  — No me lo creo...   — dije con un nudo en la garganta.

  — Y ¿cómo te va en la vida, mi querida Alaska?  

  — Bien... —respondí inquieta, tratando de ignorar todo el humo que salía de su boca.

  — Tus padres no te prestan atención ¿verdad?   — dijo mirando mi muñeca que estaba un poco destapada por las mangas de mi remera.

  Tenía un corte, y lo acepto. Quería ver que pasaba si lo hacía, y me sirvió o al menos por unas horas donde mi muñeca goteaba gruesas gotas de sangre.

  — Pues la verdad es que nada de atención tengo de parte de mis padres... ni de nadie.

  — ¿No te dicen nada por eso, muñequita?   — habló mirando con una media sonrisa.

  — Solo me dicen que no deje manchas por los cortes.  

Su sonrisa desapareció, y desvió la mirada a la base del banco. Se quedó callada varios minutos, mientras yo miraba el hermoso atardecer que se estaba presenciando en el cielo. 

  —  Espero que eso cambie — respondió al fin desechando las cenizas de su cigarro.

  — ¿Por qué fumas?  — murmuré curiosa.

 — Es mejor que la marihuana ¿no crees? — respondió soltando una risa — la realidad muchas veces no tiene respuestas, Alaska.

  — Nunca la probé ¿que se siente? 

  — Es un gran golpe, que se siente como una caricia — susurró.

  — No deberías juntarte conmigo.

  — ¿Por qué?

  — Soy una mala persona.

  — Quizá lo seas, pero eso no significa que no tengas intenciones buenas.  

  

  

  



Chat Psicópata. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora