Capítulo 10

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        Estaba arrodillada al lado del cuerpo de Kol, del inconsciente Kol, tenía una mano en su pecho, justo donde sentía los lentos y rítmicos latidos de su corazón. La otra la sostenía en el mío, para asegurarme de que yo estaba viva y que, no lo estaba viendo desde el otro lado.

        Al verlo mejor se me cayó el alma a los pies. Sí, se parecía él. Era el mismo chico rubio de piel pálida. Pero ahí terminaba el parecido. Llevaba la ropa sucia es decir poco, mugrienta, y tenía muchas manchas de sangre: en su cuello, en uno de sus brazos, y un gran salpicón en su mejilla. Su camisa estaba hecha harapos, rota en el hombro, donde tenía una gran herida. Llevaba el rubio cabello revuelto, hecho una maraña de hebras teñidas de gris, marrón y cobre. Su expresión era pacífica, sin embargo, y desencajaba completamente con su aspecto.

        —¡Ayuda! ―chillé, pero solo Davina estaba alrededor, me tomaba de los hombros y no podía ver su expresión.

        Llamé a Kol por lo bajo, susurrando su nombre para que la brisa lo llevase y lo hiciese parte del hermoso paisaje. En ese momento quise llorar, gritar, hasta hacer un gran berrinche... Aunque nada parecía correcto. Solo podía dejar mi mano en su pecho, esperar que dejase de latir su corazón, y rezar para que el mío también lo hiciese; porque no me sentía capaz de perder a alguien más, aun cuando nunca pensé que podía recuperarlo.

        —¡Kol, maldito bastardo! ―era Davina la que hablaba―, despierta de una buena vez ―su voz se quebró y dejó caer la cabeza en mi hombro, buscando consuelo, aunque yo no era precisamente adecuada para dárselo.

        Entonces hubo un ligero movimiento, algo como un reflejo, en sus párpados. Apreté mi mano contra su pecho. «Kol, aguanta», traté de transmitirle algo, mientras me levantaba y corría, corría con todas mis fuerzas lejos de ahí, por el camino por donde habíamos llegado. Eran algunos kilómetros y no tenía mucho tiempo, mientras más me alejaba sentía que mi amigo desfallecía. Recordé cómo se quedó sentado en una silla al lado de mi cama, esperando que despertase, y una punzada de culpa me recorrió... Corrí mas rápido para alejarla. No estaba acostumbrada a tanto esfuerzo, así que mis piernas dolían como mil demonios, pero nunca me detuve. Corrí por Kol, corrí por Davina, corrí para alejar la culpa, el dolor, los recuerdos...

        Llegué a la entrada, mis manos temblaban y grandes gotas de sudor bajaban por los costados de mi cara. Aun así no paré de correr. Busqué en cada puerta, cada sala, pero se me hizo muy difícil encontrarlo. Todos me observaban a una distancia adecuada, no les parecía totalmente cuerda en aquellos momentos; claro, que si yo viese a alguien en mi estado tampoco lo haría. Al final, no sé si fueron mis mil oraciones silenciosas, pero lo logré.

        —¡Niklaus! ―lo llamé a gritos, él abrió los ojos como platos―. ¡Ven! —Me había quedado sin aliento.

        No me percaté de lo que sucedía en la sala, pero las miradas enojadas de todas las personas me da alguna pista de lo inoportuna que era. Niklaus se me acercó con cautela, disculpándose con ellos. Lo maldije por su lentitud. Mi corazón martilleaba dentro de mi pecho. Él primero me observó bien antes de hablar.

        —¿Qué está mal?

        Las palabras se habían esfumado de mi cerebro, y en su lugar yo solo me planté ahí con la mirada fija en él. No fue hasta unos minutos después que pude articular un palabra.

        —Kol.

        Fue suficiente para que entendiese. Una vez más corrí, pero esta vez tenía a Niklaus a mi lado, y era de una u otra manera reconfortante. Noté que él rebajaba su paso para ir conmigo, así que me apresuré y di grandes zancadas para llegar más deprisa. «Kol, por favor, resiste».

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