Capítulo 15

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        Todo el pergamino y cualquier cosa que se encontrase dentro de pentagrama, incluyendo el cuerpo de la chica, fueron consumidos por el fuego. Sin perder tiempo saqué el mapa que había llevado y lo arrojé dentro. Fue como echar una camión de pólvora, pues al instante, todo explotó.

        Mi primer instante fue cubrirme el rostro con los brazos, pero alrededor seguía haciendo un frío invernal. Frente a mí se alzaba un cilindro de fuego con un papel flotando en medio. Sentí la magia bullir en mi interior, el ligero mareo de la energía saliendo de mi cuerpo. Me acerqué con mis reparos, y en medio del mapa se encontraban pequeños puntos de llamas, que señalaban locaciones específicas.

        —¿Te gustan los viajes en carretera? —pregunté a la figura borrosa de Nydia. Intenté sonar sarcástica, aunque no pude disipar el incesante temblor en mi voz.

        —No necesariamente. —Tanto su expresión como el tono de su voz indicaban que ella sabía algo que yo desconocía—. Alista tu equipaje, no más de lo necesario, y te aconsejo tomar algo contra la náusea y un jugo de naranja.

       

        Más tarde me hallaba plantada frente al umbral del salón, un pequeño bolso contado de mi hombro, nada con lo cual aferrarme a nada en lo absoluto. Todas las personas tienen algún objeto que les recuerde a su hogar, quizá algo que aman... Bueno, casi todas. Yo nunca había tenido un hogar, y por lo tanto, nada que me lo recordaste. Así que mi equipaje sentimental estaba en el mismo lugar que mi amor por el arte: sepultado en alguna parte demasiado alejada para mi alcance.

        —Bien. —Nydia salio cargando con nada más que una bolsa colgada diagonal a su cuerpo—. Bajemos, espero que hayas acotado mi consejo.

        Y vaya que lo había hecho, pues pues tomé unas cuantas parrillas contra la náusea, otra para las migrañas (nunca se sabe), y llevaba algunas más en mi bolso viajero. Sin esperar cualquier otro comentario de su parte, bajé rápidamente las escaleras hacia el gran estar, que se había convertido en una estrambótica estancia gitana, repleta de rojo y oro: paredes rojas, al igual que muebles; mientras que la decoración y lámparas eran doradas y brillantes. Casi caigo por la impresión. Claro que una gruñona chica iba pisándome los talones, y de haber caído, posiblemente me habría puesto sus zapatos en el trasero.

        —Para nuestra fortuna —comenzó a decir con arrogancia—equipé con detalles esta cosa. —Me dio la espalda y con un chasquido la junto a ella se tornó azul cristalina, como el agua—. Cierra la boca, querida.

        En lugar de hacer caso a su "sugerencia", monté bien el bolso en mi hombro y me aproximé.

        —Transportador, sería la palabra mundana para esto —explicó, mientras se volteaba hacia mí—, te lleva al lugar que pienses. Aunque te advierto: debes vaciar tu mente completamente, cualquier pensamiento que no sea ese lugar y... —Luego se encogió de hombros y viró de nuevo.

        Un curioso cosquilleo se instaló en mi estómago, ¿y qué? ¿Qué sucedería? No había manera de saber qué quería decir con eso. Sabía con seguridad que no era nada bueno, todo relacionado con Nydia tenía que ser malo... O muy malo. Nada regular, o no tan malo. Antes de que pudiese pronunciar cualquier palabra ella entró en la pared (transportador) y desapareció en la bruma. Yo había olvidado de repente cómo caminar, bastante conveniente. Un pie delante, luego el otro, y así sucesivamente, hasta estar frente a esa clase de pared cristalina y brillante. Cada tieso músculo de mi cuerpo protestaba y gritaba diciendo que era una mala idea.

        Salí de mi estupefacción y caminé hacia el transportador. Alargué una mano para tocarla, al instante la aparté: era como tocar hielo. Tomé una gran inspiración y recordé lo que dijo Nydia. Vaciar la mente de todo pensamiento, que no sea ese lugar.

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