Capítulo 1

1K 43 15
                                    

        Querido Diario

       Estoy muy asustada. No sé si funcionará.

       Tengo miedo de que mi control llegue a flaquear, llevándome a herir a alguien, o a herirla. Cada día las voces aumentan su volumen y frecuencia, hasta he llegado a escucharlas diariamente. Nunca entiendo lo que dicen, son muchas, algunas gritan y otras susurran volviendo mi cabeza una bomba a punto de estallar. Lo único que logro entender claramente es mi nombre, siempre dicho por la misma voz susurrante, que sobresale de las demás. Esas voces quieren que haga algo, pero hasta el momento solo han causado incesantes dolores que...

         —Gracie, ¿terminaste de empacar? ―preguntó mi madre desde la cocina interrumpiendo mi escritura. Ella no necesitaba una respuesta, era más bien un recordatorio, sabía perfectamente que no había empacado ninguna de mis escasas pertenencias. De alguna manera siempre sabía.

         Bajé del alféizar de mi ventana, cerré mi diario y lo dejé en lo más bajo de mi maleta para comenzar a empacar. Abrir mi armario fue un verdadera tormento, «un paso más», pensé, y luego tomé una por una mi ropa y zapatos para empacarlos. Cada de una de ellas significaba un pedazo de mi pasado que dejaba atrás, otra vez. Ya había realizado esa actividad tantas veces, que cosas como esta las hacía en piloto automático. Aunque aún dolía saber que lo había vuelto a liar.

          La primera vez que pasó no podía dejar de pensar en todo lo que había echado a perder, mis pensamientos se llenaba de retazos de las peores cosas inimaginables, me embargaban deseos que no podía aceptar. Recuerdos que no quería que volvieran a rondar por mi mente.

         «Detente», me dije, y sacudí mi cabeza para alejar todos aquellos pensamientos.

          Cuando terminé de empacar me tiré de lleno en el desnudo colchón de mi cama, al tiempo que soltaba un profundo suspiro; casi sentí nostalgia al observar los restos de las estrellas luminiscentes que quedaban pegadas en el techo de mi habitación: mi madre las había pegado hace unas semanas, por mis recurrentes pesadillas (oscuridad, en su mayoría) y seguramente eran la única prueba que quedaría de mi estadía en aquella habitación. Paseé la mirada alrededor: por la estilizada curva de la manija de mi puerta, los bordes desgastados de la madera del armario, detalles que nunca me harían falta, ya que debería de extrañar, aunque no los había visto lo suficiente para familiarizarme con ellos... Hasta que un pequeño brillo captó mi atención; había una tabla suelta dentro de mi aparador, y a través de la ranura salía una luz escarlata. Nunca antes me había percatado de ello, aunque no es que llevase tanto tiempo viviendo en aquel lugar. Solo unos cuatro meses y dos semanas.

         Quité el papel tapiz, ya rasgado y opaco por los años y el descuido de los anteriores dueños, y traté de desmontar la tabla. No estaba tan suelta como creía, y mientras intentaba sacar un extremo me incrusté una astilla en el dedo; mi primer instinto fue llevar mi dedo a la boca, pero la impresión me dejó boquiabierta. Dentro estaba un poco mohoso y estropeado, con hoyos pequeños extendiéndose sobre toda la oscura superficie, pero era lo de menos; mi vista se fijó en la gran gema escarlata que estaba sostenida apenas por un delgado hilo dorado, ¿y cómo no hacerlo? Era hipnotizador. Los rayos del sol se reflejaban en ella de una forma casi terrorífica, pero sin llegar a serlo totalmente. Era fantástico y raro, el miedo a lo desconocido me dominaba. Tenía bordes redondos y era un poco achatada; sin duda hermosa, la clase de cosa que solo veías en las ilustraciones cuidadosamente dibujadas de un libro infantil. Me llenó el impulso de pasar mis dedos por ella así que acerqué un poco, cautelosa, para ver mejor, y pasé suavemente mi pulgar por su tersa superficie: era como tocar seda helada...

       —¡Grace! Ya nos vamos ―me gritó mi madre nuevamente, haciendo que me sobresaltase y secase mi mano sin miramientos.

       Salí de mi trance, apartándome tan rápido que mi vista se había oscurecido momentáneamente, y tomé mis cosas para bajar. «¿Quién escondería algo así en este lugar?», pensé mientras me apresuraba a cerrar mi maleta y bajaba las escaleras. Eché un rápido vistazo a mi -ahora vacía- habitación; en su momentos había tenido un cuadro de algunos lirios amarillos que había pintado mi madre, un cubrecamas de un sol sonriente rodeado de nubes danzarinas, y un gran escritorio de caoba con todos mis libros de texto y uno que otro marcador casi gastado por completo. Bajé poco a poco, cada paso significaba la distancia que ponía de los problemas a mí, ellos se quedarían donde empezaron... eso esperaba. Confiaba en que así sería. Era como intentar hacer un dibujo perfecto, con la línea que se sale de los trazos, que intentas borrar, aunque siempre queda una marca. O también, ¿Cómo decían?, borrón y cuenta nueva. Imposible a mi parecer.

Círculo de Brujas© #WYNA2016 #PGP2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora