Capítulo 4, Apariencias

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Kuro iba a molestarse bastante. Se ató sus largos cabellos carmesíes en una coleta baja y llamó a la puerta.

Las caravanas ya estaban acopladas, solo quedaba que Kuro le abriera la puerta. Forzó una sonrisa nerviosa. La puerta de la otra caravana se abrió y volvió a cerrarse al instante.

—¿Qué haces tú aquí? —inquirió Kuro al otro lado de la puerta, su voz sonaba irritada, aunque prácticamente era su tono predeterminado.

—Pensé que no querrías verme, así que me hice pasar por Drew —explicó rascándose la nuca.

¿Por qué Kuro no quería verlo? Fácil, él no era Drew. Era ni más ni menos que su hermano mayor, o uno de ellos al menos, Aidan. Solía encargarse de recibir a los clientes del circo, sus tareas eran de las más simples de todas. Entregaba los tickes y en algunas ocasiones, los contratos.

El sistema de contratos no estaba completamente definido, pero estaba regido por unas normas particulares. Los contratos eran intransferibles y solo podían entregarse a la persona que había sido empleada por el circo. En la mayor parte de las ocasiones, por otro lado, los contratos solían estar en posesión del propio empleado cuando aparecía en las cercanías del circo.

—Entonces deberías haber seguido hablando por el intercomunicador —replicó Kuro.

Seguía sin abrir la puerta, pero el hecho de que siguiera hablando era una buena señal, le estaba dando la oportunidad de explicarse.

—Es algo que no quiero que nadie más escuche —dijo Aidan.

Hubo una pausa, un silencio un tanto incómodo mientras Kuro pensaba en lo que acababa de decirle.

—¿Qué? ¿Acaso piensas declararte o algo? No me van los hombres —replicó el japonés, hablando con lentitud.

Si estaba de broma, no se notaba en el tono de su voz. Como siempre, Kuro era de los artistas más difíciles de leer de todo el circo. Que lo dijera el relaciones públicas del lugar decía mucho de él.

—No es nada de eso —dijo de forma tranquila—, es referente al misterio del circo, sé que te interesa.

Volvió a hacerse el silencio. Kuro era difícil de leer, sí, pero Aidan prestaba atención a absolutamente todo lo que ocurría en aquel lugar. A todos los que vivían en él. Sabía a lo que se dedicaba cada uno, al menos casi siempre.

La puerta se abrió y Kuro se movió para dejarlo pasar. Entró agradecido.

—Siento haberte engañado, pero pensé que no querrías verme a mí por ser quien soy y por quienes son mis hermanos —dijo quedándose de pie mientras el japonés cerraba la puerta y lo miraba.

—Ve al grano —cortó Kuro, sentándose en un gran sillón junto a un par de estanterías llenas de tomos.

Aidan asintió. Se cruzó de brazos un tanto nervioso sin saber muy bien qué hacer en aquella situación.

—Sé que buscas respuestas al misterio del circo desde hace mucho tiempo —comenzó a decir, tenía que encontrar las palabras adecuadas para no aburrir a su interlocutor—, creo que el circo no se maneja por completo solo.

Kuro lo miró inexpresivo, como de costumbre. Aidan continuó hablando:

—Uno de los artistas del circo es el propio circo, o quien lo controla entre las sombras.

El japonés tomo un libro entre sus manos y levantó la mirada. Por un momento a Aidan le pareció ver un brillo de curiosidad pasar por ellos. Esperaba no haberse equivocado.

Welcome to the Night CircusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora