Capítulo 6, Tinta

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La comida del circo sabía a rayos, como de costumbre. Oliver se había sentado en frente y ya no quedaban sitios vacíos a los que huir. Esperaba que, con un crío nuevo del que encargarse, los momentos en los que era acosado por el feliz y molesto británico, descendieran. No había tenido suerte.

Dejó que la cuchara de metal se hundiera en la mezcla e introdujo su mano en el bolsillo de la chaqueta de su mono. Sacó una cajetilla de tabaco del mismo y se metió un pitillo en la boca.

Como de costumbre cuando se quitaba el maquillaje y el ridículo traje de payaso, se había puesto un mono que en algún momento pasado había sido blanco. En aquel momento, parecía más bien marrón.

Oliver lo miraba de vez en cuando con desaprobación. Si pensaba que le importaba lo que opinara acerca de su estilo de vestir, estaba muy equivocado. De hecho, si conseguía que lo despreciara por ello, sería un objetivo cumplido más que añadir a la lista.

Probablemente eso era lo único que no le gustaba del circo, la atención que Oliver le prestaba cada vez que se encontraban. Por eso, junto a otros pocos artistas más, permanecía en el lugar pese a haber finalizado su cuota. Otros contaban los días, los espectáculos que les quedaban por realizar para dejar aquel lugar.

Encendió el pitillo y dio una calada. Roland, el antiguo forzudo, se había ido cuando la había cumplido, poco antes de que Allen tuviera la edad suficiente para que su contrato apareciera, sorprendiendo a todos.

Bueno, había olvidado mencionar la enorme cantidad de maquillaje que tenían que aplicarle antes de salir a escena junto a Hermes.

Hermes, el bueno de Hermes. Francois y él eran como el día y la noche. Uno fanfarroneaba acerca de sus hazañas sexuales sin haber tenido ninguna, y el otro permanecía callado, fumando, cuando alguien le preguntaba acerca de las mismas pese a haber tenido decenas.

A Francois no le gustaba presumir. Tampoco le gustaba mucho hablar en realidad.

Sus pasatiempos favoritos eran fumar, beber y, en el pasado, acostarse con mujeres.

Y es que, Francois no era precisamente un santo. No había abandonado su último hobby por algún tipo de virtud recién encontrada. El problema venía de aquella vez en la que había confundido a Oliver con una mujer y había intentado ligar con... ¿ella? Desde entonces tenía un pequeño trauma y prefería alejarse de las damas.

No había sido culpa suya. El británico llevaba un vestido de cabaret en esa ocasión. Nadie le había avisado de que estaban montando un especial de disfraces durante la actuación de esa noche. Y muchos menos de que Oliver iba a travestirse por la escasez de mujeres.

La ceniza del pitillo cayó sobre su plato de estofado. Parpadeó, llevaba demasiado tiempo perdido en sus pensamientos.

Dio una última calada y hundió el pitillo en el estofado, esperando que se apagara y que no prendiera fuego a lo que fuera que llevara aquella mezcla. Se levantó y cogió el plato sin dirigirle la mirada a Oliver.

—Si no lo miras no está —dijo entre dientes.

Echó los restos del estofado a la pequeña hoguera improvisada que Bernard había levantado antes para cocer el estofado. Las llamas crepitaron.

Alzó la mirada hacia el cielo. El sol brillaba con fuerza. Aún quedaba al menos un día de viaje al ritmo que iban. Al menos podría descansar durante ese tiempo.

Miró hacia las mesas. Julia conversaba animadamente con Voss. Otros comían en silencio. El nuevo integrante estaba sentado junto a Beatrice, en uno de los extremos de la mesa que le quedaba más cerca desde aquella posición. Le salía una cola larga, cubierta de pelo brillante, de un pequeño agujero en los pantalones.

Welcome to the Night CircusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora