A través de los altos pinos del bosque, se colaban pequeños rayos dorados provenientes del Sol, que daban una cierta calidez a la piel de Adrien. Con los pies al aire y vestido únicamente con una camiseta ceñida al pecho y un pantalón gris de pijama, lo único que hacía era correr y correr con la finalidad de dejar atrás el cúmulo de árboles, mientras que una conocida voz le llamaba en la distancia: «Ven, Adrien, encuentra la luz de tu guía», y le respondía desesperado «¿Mamá, eres tú? ¿Dónde estás? ¡Déjame verte!». La voz se le quebraba a medida que trataba de perseguir el frágil murmullo de las palabras de la que era su madre. Sin saber en qué lugar se encontraba, siguió aquello que le parecía más un camino y, reanudando el paso, no tardó en llegar a un claro que desembocaba en un paisaje costero. Un iluminado acantilado rocoso, recubierto por una fina línea de hierba, separaba la tierra de aquel mar tan extenso e infinito. Cerca del borde, pudo avistar una figura aparentemente humana, vestida con un largo vestido rojo, que bailaba al compás de la brisa que traían las olas consigo al romper contra la resistente roca. Sin aliento se quedó cuando, dándose la cabeza de la persona la vuelta, reconoció el delicado rostro de su añorada madre. La primera de todos le dedicó la sonrisa más reluciente y maternal que pudo esbozar. Pero no estaba sola. Junto a ella había otras dos figuras, una más pequeña y otra de complexión bastante más grande comparada con la anterior.
—Hola, mi niño —oyó el joven Collins, pese a la distancia que les separaba a ambos. Temía que, si se acercaba demasiado, ella desaparecería como el agua entre sus dedos—. ¿No vendrás a abrazar a tu madre, cariño? —Christine alzó los brazos hacia su hijo, esperando alguna muestra de afecto por su parte. Él, dando pasos cortos, uno detrás de otro, fue acercándose, aun manteniendo las distancias. Ella hizo lo mismo. Más de tres años sin verla, sin abrazarla, sin... nada.
Cuando la tuvo delante, enredó los brazos en el cuerpo de la mujer y la abrazó como si no hubiese un mañana. Las lágrimas se sucedieron y, por lo visto, no tenían la intención de cesar. Christine, también emocionada por el reencuentro, le besó las mejillas igual que cuando él era un bebé que no levantaba más de dos palmos del suelo—. No he venido sola. Traigo conmigo a dos de las personas más importantes de tu vida, tal como tú me dijiste una vez. ¿Quieres verlos? —asintió, algo confundido. Aquellos dos seres fueron avanzando hasta que Adrien les reconoció. Allí estaba Adeleine, vestida como una novia, yendo del brazo de su padre. La novia más bella del mundo. El blanco puro de la tela relucía cual diamante iluminado con luz celestial. El muchacho se había quedado sin habla. Creía que su mundo había vuelto a brillar como una estrella, ya que ella, era su estrella.
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[PERSEUS] - #Wattys2017
Teen Fiction«Eres mi más bonita constelación, Adrien Collins». Así acababa la última carta que Adeleine Josher le entregó al que fuera su mejor amigo y confidente de pesadillas, apodado cariñosamente como 'Perseus'.