Adrien, somnoliento, se levantó con las primeras luces del alba para poder ir al Lago Monroe con Christopher, Hayley, James y Daniel a pasar el día. Necesitaba despejarse, desentenderse de todo lo malo, y aquel lugar alejado de la ciudad le ayudaría con creces en su propósito.
Recién duchado, bajó los escalones de dos en dos hacia la planta baja, encontrándose a Rose desayunando una ensalada de frutas y un té de menta.
—Buenos días, abuela —dijo a la vez que le daba un beso entre sus cabellos cenizos, amarrados en un moño mal hecho.
—Buenos días, cariño. ¿A dónde vas con tanta prisa y a estas horas? —sonrió, animada, dándole un sorbo a su taza humeante.
—He quedado con el grupo. Iremos al lago toda la mañana y parte de la tarde—noche. ¿Tú estarás con tía Helen en el club de lectura?
—Así es —afirmó—. Ah, se me olvidaba: dale recuerdos a Hayley de mi parte, que hace tiempo que no la veo, ni a ella ni a su madre Suzanne.
—Se lo diré, no te preocupes —el sonido de un claxon interrumpió la conversación, resonando fuera de la casa—. Ya voy, ya voy... —murmuró Adrien entre dientes, recogiendo la funda de la guitarra con una mano y echándose la mochila al hombro—. ¡Adiós! —al cerrar la puerta tras él, sus amigos le esperaban en el coche, mal aparcado frente a la casa de sus únicos vecinos. Christopher estaba al volante, James en el asiento del copiloto, ausente y ojeroso, mientras que Daniel y Hayley permanecían en la parte de atrás, absortos en la música que estaban oyendo.
«Menudo panorama», susurró Adrien para sí mismo, entre tanto que dejaba las cosas en el maletero, excepto su móvil, que lo había guardado en uno de los bolsillos traseros del pantalón.
—Pongámonos en marcha, vejestorios —Chris y él parecían los más animados de los allí presentes, pese a que el primero también tenía cierto aire meditabundo. No entendía nada, para qué mentir.
Con el rugir del motor, se fueron alejando del área conocida para dirigirse al Lago Monroe, a los pies del Monte Keith, las cumbres del cual estaban cubiertas de un notorio manto blanquecino. El parque natural que envolvía aquel conjunto montañoso poseía un cierto encanto dependiendo en la estación en la que estuvieses. Por ejemplo, en otoño los árboles mudaban el color de sus hojas verdosas a otros tonos más anaranjados, para posteriormente caer sobre el suelo y crear un bonito mosaico otoñal; durante los meses primaverales, todo volvía a renacer del letargo invernal en el que se había visto sumido. Hasta venían visitantes de otros lugares del país solo para admirar el amplio paisaje que ante sus ojos se expandía.
El mayor de los Anderson aparcó el coche entre otros dos más grandes, estacionados en uno de los descampados situados a la izquierda del camino de acceso a la gélida laguna. Adrien, absorto en la vista de su alrededor, no se dio cuenta de que los demás ya habían recogido sus cosas de la parte de atrás del vehículo, ahora vacío.
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[PERSEUS] - #Wattys2017
Teen Fiction«Eres mi más bonita constelación, Adrien Collins». Así acababa la última carta que Adeleine Josher le entregó al que fuera su mejor amigo y confidente de pesadillas, apodado cariñosamente como 'Perseus'.