Capítulo uno: Miedo a viajar

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 —Buenos días, Ismael —saludé como siempre al llegar a la oficina. Mi mano derecha se encontraba en su escritorio con las gafas entornadas y dormido como un cesto. Tan dormido que ni siquiera me escuchó saludarlo. Una sonrisa traviesa acudió a mis labios y sin pensarlo dos veces, golpeé su mesa con todas mis fuerzas.

Ismael saltó asustado, colocándose las gafas a toda velocidad y mirando a todos lados para encontrar el lugar de donde había venido el golpe. Hasta que al fin, mi escandalosa risa le llevó a resolver su incógnita. Cuando relacionó lo que había pasado, me taladró con la mirada.

—Esta me la pagas, jefe. — Recalcó su última palabra, lo que hizo que mi risa aumentara aún más. El simple hecho de que reaccionara tan mal a las bromas, me divertía muchísimo.

—Claro, te la pagaré. ¿Qué te parece si llamo a mi superior y le cuento que todos los días te encuentro dormido? Tal vez te quite parte de tu sueldo y me lo de a mí. Sería una buena forma de pagarte, ¿no te parece? —dije sin poder parar de reír. Ismael había llegado apenas hacía dos años, pero desde el primer momento habíamos conectado como buenos amigos. Mi mano derecha me señaló amenazante, pero al final no se aguantó más y estalló en carcajadas para hacerme compañía.

—Pasa —dije mientras abría la puerta de mi despacho. —Habrá que empezar a trabajar y dejar las risas para más tarde. Tomé asiento en mi lugar detrás del escritorio y encendí el ordenador mientras Ismael se sentaba en el otro lado.

—Ya nos reiremos de nuevo cuando te la devuelva —dijo en tono travieso. Lo mejor sería zanjar el tema y ponerse a trabajar.

— ¿Qué tenemos para hoy? —pregunté sin interés.

—Un nuevo asesinato, jefe. El fiscal ha llamado esta mañana temprano para avisar de que nos han asignado el caso. — Me explicó.

—Hazme un resumen, por favor.

—Una mujer de alrededor de cuarenta y cinco años, ha aparecido muerta en una feria de camiones. No hay rastro del arma homicida y la policía del lugar no ha encontrado nada.

—¿Eso es todo? ¿Dónde ha sucedido? —pregunté con intriga. Era extraño que la policía no pudiera hacerse cargo de un caso así, tampoco era nada del otro mundo.

—Al norte del país, en un pueblo llamado... — Buscó entre sus papeles rápidamente. —La Villa.

—Conozco la zona. ¿Por qué nos han asignado un caso tan lejano? — Había vivido mi adolescencia y parte de mi vida en un pueblo cercano a La Villa. Pero se encontraba demasiado lejos de Madrid, era extraño.

—No han encontrado nada, llevan días investigando y están como al principio. Han decidido pasar el caso a la policía judicial. No tienen gente preparada para un caso tan complicado como este. —Me explicó mi amigo.

—De acuerdo, déjame el informe y lo estudiaré a fondo. Llama al fiscal y pregúntale el lugar exacto. Después, reserva un vuelo y un apartamento para los dos. Saldremos en un par de días. —Terminé por decidir. Este caso había captado mi atención, había sucedido demasiado cerca de mi pueblo natal, dónde nunca ocurría nada y menos, algo así.

Ese día de trabajo había sido un caos. Al tener que abandonar nuestra oficina, era demasiado lo que teníamos que hacer. Lo cierto es que nunca pensé que necesitara llevarme tanto material. Me llevó el resto del día recoger mis cosas: mi ordenador de trabajo, los informes y datos del caso, teléfonos necesarios para la investigación, mi arma reglamentaria, mi placa, etc.

En mi casa tuve que preparar algo de ropa, aseo y cosas básicas para cualquier viaje. Ismael había reservado el único vuelo que había y era para el día siguiente por la tarde, lo que había reducido mi tiempo para preparar la marcha. También me había dejado encargado de reservar el apartamento ya que él necesitaba tiempo para solucionar un par de pendientes antes del viaje inesperado.

Abrí el ordenador y me dispuse a buscar una nueva vivienda para los próximos días. No tardé en encontrar algo asequible para el cuerpo y decente para nosotros. Por suerte, quedaba un apartamento libre y pude reservarlo sin problemas. Ya sólo nos faltaba la orden de traslado para estar listos.

La hora de irse había llegado a la velocidad de la luz. Ya llevábamos dos horas en el aeropuerto, listos para embarcar. Ismael no había abierto la boca y eso me tenía preocupado.

— ¿Qué te ocurre, amigo? —pregunté preocupado.

—Nada. — Fue su única respuesta.

—Vamos, Ismael. Perdona por la broma de ayer, lo siento. No era mi intención que te lo tomaras tan mal. — Intenté sonar arrepentido, aunque la verdad era que no lo estaba. Me había divertido mucho y al recordarlo, no pude evitar sonreír.

— ¿Qué...? ¡No es eso! — Sentenció.

—Entonces, ¿qué demonios te ocurre?

— ¿Prometes no reírte y que no saldrá de aquí? —preguntó mientras me miraba por encima de las gafas. El sólo hecho de escuchar esa pregunta, levantó mi curiosidad. Estaba seguro de que me iba a reír.

—Lo prometo. — Levanté una mano mientras me colocaba la otra sobre el corazón, exagerando el momento.

—Eres idiota —dijo sin poder disimular la risa que asomaba a sus labios—. Es en serio.

—Vale, vale. Perdona. Te escucho. — Esta vez ya hablaba en serio, se veía que algo le preocupaba. Justo en ese momento, el altavoz captó nuestra atención.

"—Salida del vuelo MinimAirless 325 con destino La Muralla. Señores pasajeros, embarquen por la puerta A59"

Ambos nos levantamos de nuestros asientos y nos dirigimos hacia la puerta de embarque. Cuando ya estábamos a punto de subir al avión, Ismael me agarró de la camisa.

—Rafa, tengo pánico a volar. — Fue lo único que me dijo y su palidez lo delató. Así que, ¿era eso lo que le pasaba todo el tiempo? Mientras sonreía, no pude evitar el pensar que sería un viaje divertido. 

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