La Galeria Pascualina

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Me deslizo con sutileza de un gato en medio de la multitud que obstruye las calles neoyorquinas.
Afortunadamente no me puse tacones.
No domino el arte de los zancos como mi mejor amiga, pero puedo zigzaguear entre todas las working girls que corren hacia la entrada del metro más cercana, armadas con un vaso de Starbucks o de un portafolio de cuero. Casi sin aliento me aferro a mi gran cuaderno de dibujo - de un tamaño gigante y estorboso al cuál me aferro como si fuera un salvavidas - Me siento un poco pérdida en esta jungla urbana que vibra a mil por hora.
Un repartidor con uniforme caqui me empuja, con un enorme paquete en los brazos.

- ¡Tenga más cuidado!
- Oops, perdón...

Tan amable como un guardia de prisión...

Intento sonreír pero el me mira como si viniera de otro planeta. Es cierto que vivo en la luna. Bueno, esta bien, admito que vengo de Marte... ¡pero aun así! Muerta de pena le regalo mi mejor sonrisa y me voy con la frente en alto. Me niego a dejarme contaminar por toda esa negatividad, esos rostros lúgubres y apagados. Y en el momento en el que me detengo en un semáforo, escucho un timbre.
No reacciono de inmediato.
Estoy ocupada ensayando el pequeño monólogo que tengo previsto recitar en algunos minutos.
Debo hacerlo perfecto lo cuál para mi es algo difícil.
¡Soy tan torpe! Espero que no me salga todo mal, en verdad sería el colmo.

Y... ¿De donde viene ese maldito timbre? Es muy molesto...

Echando un vistazo alrededor, busco al culpable entre los demás peatones que esperan el momento de atravesar. De paso sorprendo sus miradas insistentes... hacia mi bolso.

Oops. ¿Soy yo quien suena? ¿Será mi nuevo teléfono?

Un poco avergonzada, hundo mi mano hasta el fondo de mi alforja decorada con una multitud de insignias y de dibujos hechos durante mis clases teóricas en la Academia de Artes. ¡Tengo de divertirme en algo durante las aburridas lecciones del profesor Schuster!
Es eso o morir de aburrimiento.
Y ese maldito timbre que no deja de sonar. Con una sonrisa incómoda busco sin encontrar nada y termino por arrodillarme sobre la banqueta.
El semáforo no me espera y se pone en verde. Ni modo. ¿Donde quedó mi teléfono? No, esto es mi llavero forma de trébol de cuatro hojas. Y esto... No lo se, Que podría ser esto?.

Incapaz de resolver el misterio, veo mi teléfono bajo un frasco de pastillas homeopáticas contra el estrés... Admirando la determinación de quien me llama. Al menos es alguien que no se rinde fácilmente.

- ¿Diga?

¡Bravo! Lo logré. Tengo ganas de hacer mi baile de la victoria.

En lugar de eso, me levanto y atravieso la calle antes de que vuelva a estar en alto. Una voz burlona me responde al otro lado de la linea.

- Un minuto con cincuenta ¡Vamos mejorando!

Estallo de risa, con mi teléfono entre mi hombro y mi mejilla y abrazando mi cuaderno de dibujo. Parezco un cangrejo caminando sobre la playa.

- Si pudieras verme te daría lastima, Rachel. Estoy cargada como un burro.
- Que llevas puesto.

De inmediato noto el pequeño tono - no, el gran, enorme tono - de angustia en la voz de mi mejor amiga. Parece como si me estuviera pidiendo el código de un arma atómica para detener una bomba. Reprimió una sonrisa.

Mis Deseos, Mi Multimillonaria Y YoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora