Secret Box

133 5 0
                                    

Santana se levanta de un brinco, dejando el calor de la cama para atravesar la habitación corriendo. Con los ojos todavía pegados por el sueño, intento despertar. No debo parecer muy fresca. Y solo tengo ganas de una cosa: hundir mi cara en la almohada para esconder mi cara arrugada.

Debo parecer una momia.

También mantengo la boca cerrada, rogando no tener aliento de muerto. Porque estoy segura de que Santana tiene aroma a menta desde que se despierta. Esa mujer no es humana. De hecho, ya tiene el vestido puesto el cual sube rápidamente el cierre.

- Perdóname por haberte despertado, no quise hacer ruido.

- No es nada.

- Voy tarde.

¿Qué hora es? Subiéndome la sábana hasta el mentón, escondo mi desnudez echándole un vistazo a mi despertador rococó: 5:30 a.m.

¿Nada más? Le lanzo una mirada aturdida, sacándole una sonrisa. Su expresión me parece indescifrable desde anoche, durante nuestra cena. Me es imposible adivinar lo que siente o piensa.

- Muy tarde – especifica.

A esta hora, normalmente estoy durmiendo profundamente. Y la miro agitándose por la habitación sin decir nada, un poco incómoda. Ignoro cómo comportarme después de nuestra noche de amor, aun cuando noto que no seguimos tuteando, como si una barrera hubiera sido definitivamente derrumbada, atravesada. No estoy familiarizada con los días siguientes de una noche agitada. De nuevo, aprieto las sábanas a mí alrededor, envolviéndome como un canelón. Muy glamoroso. Espero que no vaya a salir corriendo.

- No tenía previsto pasar la noche aquí.

Yo tampoco había imaginado que dormiría contigo después de un tórrido encuentro. Estamos a mano. ¿Entonces por qué mi corazón se estruja mientras que ella toma su saco y se lo pone? El cuál alisa las mangas. Se vistió en menos de 30 segundos, más rápido de lo que Superman se cambia el traje. No es fría ni hostil, sólo... Distante.

- Debo tomar un avión en una hora.

- Puedes bañarte aquí, si quieres.

Ella me sonríe gentilmente pero siento que está lejana, inaccesible. Mi corazón deja de latir mientras que busca sus tacones negros. Estos están dispersos en la habitación y le señalo el primero, en parte escondido bajo las cortinas blancas. El otro está desaparecido.

- Gracias por tu oferta, Brittany, pero me refrescaré en el avión.

- ¿En el avión? – repito sorprendida.

- Sí, hay una regadera en mi jet privado. Es más práctico.

Un jet privado, obviamente... ¿En qué estaba pensando?

Mis ojos desorbitan, lo cual no me ayuda mucho. Santana sonríe de nuevo, una breve sonrisa, sincera y luminosa, lo rara que es la hace más bella. Porque esas sonrisas son preciosas. Sobre todo me doy cuenta de que no sé nada de esta mujer. ¿Tiene una familia numerosa? ¿Nació en Nueva York? ¿Cuáles son sus sueños, sus ambiciones? Sentándome sobre la cama, aplaco mis piernas contra mi pecho y las abrazo. Santana finalmente encontró su segundo tacón, escondido bajo mi oso de peluche gigante, el cual me gané en una feria.

¡Dios mío! Vio al Gran Gus. Quisiera morir. Ahora mismo. ¡Alguien máteme, por favor!

Afortunadamente, está tan presionada que no le pone atención, sentándose al borde de una silla para ponérselos.

- Debo dejar Nueva York en jet privado en menos de una hora.

- ¿No estarás en la ciudad esta semana?

Mis Deseos, Mi Multimillonaria Y YoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora