Lío.

60 5 3
                                    

-Ya calla, rubio mal teñido -le abucheó molesta en un susurro mientras lo miraba con el ceño fruncido.

-No eres nadie a mandarme.

Estaba molesto. Era un buen estudiante, prácticamente el mejor de su institución, sin ningún problema con el resto, a no ser que le hicieran enojar se ponía como los mil demonios.

Se había enfrascado en un simple pleito con una chica por el hecho de haber pasado a chocar con ella cuando ella huía de otra joven.

El tema, es que la chica con la que había chocado, le golpeo con la mayor de sus fuerzas en la mejilla luego de haber sobado su trasero por el impacto de la caída. Y él, sin quedar atrás le enfrentó gritándole con frustración que era lo que le sucedía.

Para su mala suerte un profesor que pasaba por ahí los encontró rodeados de toda una muchedumbre, enviándolos a ambos a donde el director por las palabras que se gritaban entre ambos jóvenes.

Y ahora, el rubio mal humorado tarareaba una simple melodía que molestaba increíblemente a la chica.

-¿Y? Solo permanece en silencio. A nadie le interesa tu "armoniosa voz" -recalcó lo de "armoniosa" mientras hacía comillas con sus dedos.

Le estaba colmando la paciencia cada vez más mientras parecía que sacaban chispas con sus miradas de odio.

-Lamentablemente, no nací para complacerte. Y no pretendo compadecer de una niña mimada y de un carácter que a nadie le agrada. -le habló seriamente mientras agitaba su pierna como un tick nervioso.

La chica agitó sus coletas volteando la cabeza molesta y cruzándose de brazos sobre su regazo. Le venció. Y eso la carcomía por dentro.

El chico sonrió con orgullo.

Observo su silueta. Largo cabello de un azulado verdoso amarrado en dos coletas gemelas. Tez blanca, en exceso y labios finos, tornados de un rosa pálido que le daba una bella figura a su rostro. Sus ojos, grandes e idénticos al color de su larga cabellera. La blusa sin mangas por bajo la falda se le ajustaba al cuerpo, resaltando un poco la parte de su pecho. Sus brazos sobre el regazo eran delgados, bastante, para su gusto. La falda la llevaba poco más arriba de sus rodillas, y sus piernas, cruzadas, igual de flácidas que sus brazos. Llevaba unas calcetas blancas largas y sus respectivos zapatos escolares.

Era linda. Pero no más que la chica a quien perseguía a ésta chica en frente de él.

La cabellera púrpura de esa chica le encantaba, al igual que su personalidad. Yukari Yuzuki.

-Hatsune, Kagamine -les llamó un hombre de poco más de treinta años, con gafas y cabello castaño.

Los jóvenes se levantaron y encaminaron a la sala de donde había salido el joven. Se sentaron en las dos sillas que habían seguidos de lo que parecía ser el director, aunque bastante joven para sus gustos.

-¿Qué sucedió? -habló cuando ya se sentó frente a ambos chicos mirando especialmente a la chica.

-Él.

-Ella.

Se miraron con la mirada mas fría que podían sacar de sí mismos en un intento de asesinarse el uno al otro.

-Hatsune, usted primero -le habló intentando comerla con la mirada. Y eso, lo había notado el rubio, pero sólo le pareció parte de su imaginación.

-Bien, yo iba apurada por el pasillo de la segunda planta, cuando él -le apunto al rubio-, se inmutó a salir del camino cuando ya me había visto. -aseguró.

-Mentira. -se defendió el rubio de brazos cruzados.

-Kagamine, ahora usted.

El rubio bufo ante la pasada que le hizo el director a la chica.

-Yo iba caminando, y las personas en la segunda planta no tienen permitido correr, por si no te acuerdas. Ella -le apuntó-, venía corriendo cuando chocó contra mí. Sinceramente, no la alcance a ver por su diminuta estatura. -dijo mientras miraba al joven frente a él. Al "director".

La chica le miro de mala manera y agito nuevamente sus coletas hacía el otro lado molesta. Otra vez, ese rubio mal teñido le había ganado.

-Es verdad, no se puede correr en la segunda planta -afirmó el ojícastaño-, señorita Hatsune, se quedará conmigo unos minutos. Joven Kagamine, salga. -habló.

El chico salió colgando su bolso en un solo hombro.

-¡Kagamine-san!

El chico se volteó y pudo ver a la chica de cabellera púrpura caminando hacía él.

-Yuzuki-san, ¿qué paso?

-¿¡Miku está contigo!? -preguntó alterada mientras lo agitaba de los hombros.

-No, está donde el director -aseguró el chico mientras sentía que su corazón saldría por el toque de la chica.

Ella, sin pensarlo dos veces, abrió la puerta y entro.

-Señor, fue mi culpa, yo estaba persiguiendo a Miku -dijo mientras se afirmaba sobre el escritorio del director.

Miku le miraba algo atónita, pero aún sin mostrar mucho sus emociones realmente.

-¿Usted es?

-Yukari Yuzuki. -respondió ante la mirada de molestia del joven director.

-Yuzuki, ya, no importa -le susurró mientras le miraba.

-Sí importa, si tu padre se entera de que te perseguía por querer ponerte un traje de maid, romperá nuestra amistad. Y no quiero -dijo dramáticamente mientras se volteaba a mirarla.

La chica suspiro y asintió.

-Bien, como no hay pruebas congruentes, no habrá castigo para nadie. Salgan -les ordenó.

La ojímorada sonrió y se acercó al director abrazándolo como si fuera un amigo de toda la vida.

-¡Gracias! ¡Muchas gracias!

-Yuzuki, deja en paz al director -le dijo tirándole de la blusa.

La ojímorada asintió y se alejo. Tomó a la chica de coletas del brazo y la sacó de la oficina corriendo, mientras pasaban por el lado de el rubio, que estaba sin entender lo que había sucedido.

-¡No puede...

-Joven, le dije que saliera -habló con seriedad el ojícastaño.

Suspiro rendido y se retiró también a su salón mientras apretaba su mandíbula con desaprobación el que no le hubieran advertido nada a la chica.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Sep 22, 2016 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

«Me Rehusó A Amar»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora