Angelito (parte 1)

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-Disculpe, ¿Cuál es la clave del wifi?

Al instante me cayó una mirada de reproche de mi mamá a la que no hice mucho caso mientras apuntaba la respuesta de la enfermera. Le agradecí con una sonrisa y empecé a revisar mis mensajes. Alcé la vista al seguir sintiendo esos ojos, criticándome, clavados en mí.

-¿Qué? -me encogí de hombros -Val y Castiel ya entraron a la sala de partos. Solo nos queda esperar, no hay mucho más que hacer. Con algo debo entretenerme ¿no?

-No sé cómo tienes cabeza para eso.

-Van a estar ahí horas, ma. Tú misma lo dijiste.

-Hay mil cosas para pensar antes que eso -insistió.

Antes de que pudiera contestarle llegaron los papás de Valerie. En sus sonrisas había una mezcla entre inmensa emoción y cierta preocupación.

-¿Cómo está? -preguntaron casi al instante.

Me saludaron algo distraídamente, sin apartar su atención de mi mamá en busca de respuestas.

-Castiel ha entrado a la sala con ella -contestó.

Contuve una sonrisa burlona al ver sus expresiones aliviadas. "¿Quién en su sano juicio se sentiría más seguro pensando en que Castiel estaba cerca?" me pregunté internamente a modo de chiste.

-Castiel se veía muy bien con el traje ese -fingí seriedad unos segundos.

Todos echamos a reír con esa imagen. Yo me había apurado en tomarle fotos y fastidiarlo y no tardé en mostrárselas a los papás de Vale quienes rieron como enternecidos. De no haber estado tan ocupado y concentrado en Val, probablemente mi hermano me habría asesinado o al menos, encargado de dejarme como para requerir otra habitación en el hospital.

Mi mamá y los suegros de mi hermano empezaron a hablar animadamente de todos los planes que tenían para el bebé. Escuchando a medias, los oí discutir de la decisión del nombre de la pequeña, de la decoración del cuarto, de todos los preparativos para cuando regresaran de la clínica, del recibimiento sorpresa... Terminaron hablando conmovidos de cómo les habían anunciado el embarazo.

-¿Te acuerdas? -me preguntó mi mamá como reclamando mi atención y participación en la conversación.

Cuando la miré vi que tenía los ojos húmedos. Me fue imposible no conmoverme, por lo que guardé mi celular y me uní.

-Casi se te cae la copa -sonreí.

-¡Tú estabas pálido! -replicó.

Los papás de Val rieron. La historia fue contada por enésima vez causando el mismo efecto que la primera relatada. Por su parte, ellos narraron cómo fue cuando al día siguiente, después del almuerzo, en el cuarto del abuelito de Val, les dieron la noticia. Era imposible no reír cada vez que explicaban cómo el más entusiasta había sido el viejito, que pese a haber parecido estar en otra mientras lo contaban, había lanzado un grito de "¡Yujui!" un "¡Yupididu! y un "¡Yija!" y que por primera vez en meses se puso de pie para abrazar con orgullo a mi hermano y luego estrechar con toda la fuerza que le quedaba a Vale y besarle la frente, bendiciéndola. Mi hermano, más tarde, en broma, me comentó que de haber sabido que eso lo reanimaría tanto, habría embarazado a Vale antes. Entre ambos había una especie de complicidad divertida y ligeramente maliciosa que siempre me intrigó bastante.

Recordamos también cuando supimos por fin el sexo de la bebé, la emoción de Valerie y la sonrisa orgullosa de mi hermano. En cuanto tuve la oportunidad, lo fastidié diciéndole que ese era su karma. Me burlé diciéndole que se enamoraría de chicos como él y que terminaría peleándose con él para verse con su enamorado que se escaparía de detención para ir a buscarla. Riendo, Castiel me había golpeado como en juego la cabeza y me aseguró que principalmente la alejaría de chicos como él y sus amigos, en especial esos mujeriegos con los que a veces paraba y tan bien conocía. Aún así, la broma quedó y a veces (yo más que él) nos referíamos a la pequeña como "Karma" aunque Castiel me prohibió decirlo ante Vale o usarlo de apodo para la bebé cuando naciera.

Unas horas más tarde seguíamos esperando. Ninguna enfermera nos dio dato alguno. De vez en cuando se oía uno que otro grito de Val y a veces me parecía distinguir la voz de mi hermano. Ya habían pasado cuatro horas desde que nos dijeron que ella había entrado en trabajo de parto cuando nos pidieron que pasáramos a la salita de espera anexada al cuarto donde se quedaría Val en el momento que todo acabara. Tras discutirlo un poco y resistirse otro tanto, los casi-abuelos accedieron a ir. Yo preferí quedarme cerca y usé el pretexto de que iría a la cafetería y les daría el alcance dentro de poco. En realidad, no tardé en cabecear y terminar dormitando.

-¡¿Qué?! -el inconfundible grito de mi hermano me despertó.

-¡¿Cómo?! -otro grito suyo consiguió angustiarme.

Me paré de un brinco y me acerqué a la puerta. A la primera exclamación se podría haber dudado del tono llegando incluso a confundirlo con emoción. Ahora era imposible hacerlo. Algo había pasado. Escuché un forcejo y una discusión que no resultaba del todo comprensible. Lograba distinguir a mi hermano maldecir y antes de conseguir asimilar algo vi cómo dos doctores lo expulsaban de la sala, poniendo todo su esfuerzo en ello. La expresión de mi hermano no parecía humana.

-¡Déjenme entrar! -exclamó haciendo un gesto violento hacia la sala, con un tono que no era de petición sino una exigencia de esas que era mejor cumplir al instante.

Los médicos le bloquearon el paso al instante. Al ver que se disponía a arremeter contra ellos me apuré a sujetarlo desde atrás.

-¡Son mi mujer y mi hija, malditos! -gritó mientras los doctores se desaparecían tras la puerta y la atoraban.

Castiel se zafó de mi agarre empujándome, con una facilidad que hasta resultó un poco humillante. Dio un fuerte porrazo contra la puerta y soltó una lisura entre dientes. Lo vi apretar los puños con fuerza mientras trataba de calmarse. Lo siguiente que hizo fue lanzarme una mirada como pidiendo disculpas.

-¿Qué pasó? -me atreví a preguntar.

Por primera vez en mi vida, vi a mi hermano ser incapaz de encararme.

-¿Dónde está mamá? -inquirió con la voz en vilo.

No había terminado de indicarle el lugar y él ya estaba desapareciendo por el pasillo. Lo seguí al instante, pero sería por su desesperación o su necesidad de gastar sus energías en algo que no fuese su malhumor, que me sacó una ventaja enorme. Al darle el alcance en el cuarto solo distinguí una palabra: "cordón". Se hizo un silencio horroroso. No fui capaz de romperlo a pesar de mis ganas de saber lo ocurrido. Todos los rostros estaban como desencajados. La primera en lograr pronunciar una palabra fue la mamá de Valerie:

-¿Y ella? ¿Mi hija? -nunca había escuchado a alguien tan desesperado por obtener una respuesta y que a la vez fuese evidente que temía tanto oírla -¿Está bien?

-Sí -contestó Castiel con rasposa sequedad antes de que le temblara el labio y añadiera con voz cortada -De momento, sí.

En cuanto soltó eso, se giró hacia la puerta como si quisiera huir. Su mirada se encontró directamente de la mía y su rostro se revistió de firmeza y frialdad. Ya hasta podía oír mentalmente el tono con el que diría "apártate, enano".

-¿Por qué te sacaron? -inquirió mi mamá.

Castiel se quedó estático.

-Por armar escándalo y "estorbar a los doctores" -un sarcasmo entre despectivo y burlón cargaron sus últimas palabras.

Dio unos cuantos pasos hacia la puerta con toda la intención de irse. Me aparté de su camino. Sin embargo no estaba ni a medio camino cuando alguien le comenzó a preguntar si es que podría disculparse y volver a entrar.

-¡Putamadre! -bramó mi hermano -¡No sé nada! ¡¿No lo ven?! ¡Déjenme en paz!


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No me odien. Yo los quiero <3
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