Diez.

140 22 0
                                    

Amalia,

               querida amiga, lamento tanto leer sobre aquellos  momentos. Lamento de manera monumental no haber estado ahí. Me odio de manera ferviente que me hubiera dejado llevar por la vergüenza conservadora de mi familia y haberme alejado de ti sin siquiera darte una explicación.

Por lo mismo, por mi horrible actitud y por haber cometido acciones sin sentido que te dañaron, te admiro. Admiro tu constancia, tu valentía y tu perseverancia al contarme todo esto que ignoraba.

Debo ser sincera. Nunca imaginé que ibas a enamorarte de él cuando sentía el amor en tus letras acerca del Señor Dunne. Cuando leo la forma en que describes a este último es amor puro, hermoso y armónico. Comenzaba a entender el por qué eras diferente la última vez que te vi. Aunque él era tímido, también era decidido y eso fue algo que claramente te ayudo. Y si lo piensas, el que yo no hubiera estado ahí, quizás nunca él te hubiera dicho esas cosas que te indicaron el camino. Quién sabe. Las cosas pasan por algo y supongo que la vida quiso que tú fueras fuerte como lo eres ahora. Recuerdo que todo el mundo me decía que eras débil, frágil y distraída; yo igual lo pensaba de cierta forma, pero también pensaba que físicamente lo eras y quizás, aunque no lo demostraras, eras más fuerte que una montaña en tu interior. Algo que yo nunca fui.

Así que nunca te avergüences por las cosas que hiciste o no, pensaste o no, ni por lo que sentiste por tu primo. Porque todo eso te han llevado a ser como eres. Claro, ojalá nunca hubieras pasado por esa tristeza.

Lo que sentiste por Charlie Gainsbourg fue amor y nunca debes arrepentirte por eso. Ese sentimiento es puro, natural y blanco como los vestidos que solías usar. Y aunque te haya confundido, aunque te hizo sentir culpable por sentir también amor por Ben, no debes arrepentirte. Porque cuando tu primo pudo haber estado rodeado solo por la incertidumbre, también hubo cariño día y noche bajo tus cuidados, cuidados únicos que solo tú pudiste haberlos dado. Algo que siempre cargará.

Así que si todavía sientes rabia de esas emociones, no lo hagas, amiga.

Ay, mi querida, pequeña, Amalia. No pasan días en que yo no paré de maldecirme por lo que hice. Y nunca me detendré de decirte perdón, perdón, perdón.

Por eso, por todo lo que hice, agradezco la confianza que todavía me tienes por confesarme todo y que al menos por ahora, luego de cinco años, puedas liberar lo que tenías apretado contra tu pecho.

Recuerda que siempre estaré para ti, nunca, nunca lo olvides.

Siempre tuya,

                                                                                                                                                     Lilianne. 

Lo admirable tras las perlasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora