IV

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Las clases comenzaron, los exámenes y trabajos me aturdieron, me sentí muy estresada ése año.

Los últimos meses me la había pasado encerrada, haciendo tareas y estudiando, comiendo cada vez menos. Finalmente, entré en depresión y desesperación por mi constante falla.

Los fines de semana dormía lo que no lo hacía el resto de los días. Los lunes los comenzaba con terribles jaquecas y malestares.

- Me tiene harta tu malhumor- gritó mamá al verme azotando mis útiles.

- Tampoco es que me agrade estar así.

Las peleas eran cada vez más seguidas, y los malos momentos se concentraban a la hora de almorzar. Yo estaba empeorando de salud, mientras que Benjamín no hacía más que echarme mi inútil esfuerzo. Sus palabras eran algo como "haz lo que puedas". Pero eso no me basta.

Se acercaban mis dieciséis, y mamá no tuvo mejor idea que llevarme de compras. No noté lo delgada que estaba hasta que me miré en el espejo del probador.

- ¿No tienen algo más chico?- pregunté.

- Nichole. Es talle uno.

Mamá parecía triste. Ni siquiera ella sabía cómo lidiar conmigo.

Pasé por muchos profesionales e internados. De nada sirvió: mi autoestima cayó al suelo cuando mis compañeros se enteraron de mis problemas y mis pocos amigos se alejaron de mí.

- Lo más pequeño que hay, ya es talle infantil- la vendedora interrumpió mi bostezo y mamá lo notó.

- Está bien, gracias- le sonrió y se volteó para mí-. No puedo creer que tengas tanto sueño, ¿estás tomando las pastilla como lo indicó la doctora?

- Por supuesto.

Más tarde cenamos fuera de casa, y otra tormenta se desató: mamá nos anunció a mi tío y a mí que estaba embarazada de un par de semanas.

- ¿Estás segura? ¿Lo confirmaste?

- Tengo turno el jueves para hacerme una ecografía. ¿Podrías acompañarme, Nini?

Qué tonto de su parte. Largué todos los insultos que se me ocurrieron y me levanté de la mesa.

El castigo llegó a la hora de dormir. Benjamín me quitó mi computadora y mis libros, me obligó a asistir a otro psicólogo y mantener la medicina recetada.

En aquel momento no lo dudé, quizás hoy vacilaría, pero en ese entonces sólo lo hice. Me tomé cerca de veinte pastillas para dormir y las vomité poco después. Al oír esto, me llevaron de urgencia a hacerme un lavado de estómago, en caso de que quedaran restos.

Hoy lo recuerdo entre lágrimas. Pues nunca vi tan decepcionada a mi mamá.

Esta soy yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora