VII

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Pero no todo era color gris en mi casa: con la llegada de la abuela, las visitas de mis primos y familiares, eran más constantes. Ya no se sabía si venían por ella o por la panza de mamá.

Comencé a relacionarme con Bárbara, una prima bastante lejana y de mi edad, aproximadamente. A ella también la molestaban en la escuela, pero tenía una amiga que los hacía callar y mantenerlos estables.

- Ojalá fueras conmigo al secundario- comentaba entre las anécdotas de su amiga y algunos profesores.

- Quisiera, Babs- su sobrenombre me encantaba-. Pero acá creen que por estar cerca, es mejor.

En más de una ocasión, ella me invitó a dormir. Permanecíamos hablando hasta la madrugada, desayunábamos en la cama, y a la tarde salíamos de compras.

Así fueron los dos meses antes de que mamá comenzara con pérdidas. Fue internada demasiadas veces en poco tiempo, y era difícil cuidar a la abuela, cumplir con los deberes y vivir con Benjamín a solas; todo a la vez.

Aquella tarde que quedé sola en casa, llamé a Babs. Le dije que la necesitaba urgente. La abuela se había ido de paseo con sus hermanas menores, y Benja acompañaba a mamá.

- ¿Está todo bien?- inquirió apenas llegó.

- Algo así.

Evité mirarla. Sus ojos azules me intimidaban, aunque también me embobaban. Casi siempre me quedaba mirando su rostro, registrando los detalles, con la mente en blanco, mientras ella me hablaba de cosas importantes.

- ¿Qué sucede?

- Somos amigas, casi hermanas, primas muy unidas- comencé-. Confiamos la una en la otra, y lo que se diga, queda entre nosotras, ¿no?

Observé, esperando su reacción.

- Ajá.

- Desde que Benjamín vive con nosotras... Siento que... Me parece que algo...-balbuceé como nunca en mi vida. Hasta a mí me desesperaba eso.

- Nichole, sólo dilo.

Me tomó menos de un minuto entenderlo: ella nada podría hacer. Contárselo sería pasarle mi mochila y que cargue con ése peso del secreto. Además, Benjamín juró matarme -no es que le crea, sé que no lo dice en serio, pero imagino que hará algo peor-.

- Pues nada, me parece que no le agrado porque no soy su hija- concluí.

- ¡Tarada! Me asustaste. Me hice la película- me golpeó suavemente en el brazo-. No es así. Él te quiere, te ve como una hija, una chica indefensa en un mundo tan grande. Y se debe sentir impotente por no poder hacer algo por ti.

- Babs, sabes de mis cambios de ánimo, de mi historial de visitas a psicólogos y demás. ¿Crees... crees que estoy enferma?

Sonrió dulcemente. Eso bastó para confirmar mi sospecha: estaba enamorada.

- Me parece que sos muy insegura. Ya te voy a pasar la guía de autoestima de Lola- bromeó. Nos reímos y pasamos unas horas a solas.

Esos días eran únicos, y los guardo aún en mi memoria, con cariño.

Esta soy yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora