VI

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Benjamín no volvió a tocarme un pelo desde que mamá regresó. Trajo a la abuela para que viva con nosotros, pero creo que no pudimos estar en calma desde entonces.

El embarazo marchaba muy bien, el bebé estaba por cumplir cuatro meses y todavía no sabíamos su sexo. Según recuerdo, deseaban que sea una sorpresa.

Con ello, se acercaron los últimos días antes de las vacaciones de invierno, y ya había sacado el tema de cambiarme de instituto más de una vez.

- Pero es el que tenemos más cerca, querida- fue la primera vez que me llamó así en años.

- Y sin embargo, no la estoy pasando bien. Me va mal en todo, me cuesta prestar atención y...

- Una cosa es que te cueste, y otra muy diferente es no ponerle ganas- me interrumpió Benjamín.

El poco interés que tenía en conversar con ellos desapareció. Me encerré en mi habitación a leer. Pero ni siquiera eso podía hacer tranquila, puesto que Benjamín me quito aquellos libros que consideraba no eran adecuados para mí.

«Sólo un poco más» me repetía a diario.

Llegó la ocasión de exponer un trabajo que representaba el 70% de la nota final del trimestre. El profesor de historia era bastante exigente en ese sentido.

- Davis, Nichole- me llamaron para pasar al frente.

El aula se veía más extensa de lo normal. Quizás el hecho de que todos los bancos estén amontonados, y hayan sillas sobrantes, sumado a mis nervios, me jugaban en contra. Mis manos temblaron cuando tomé la tiza para dibujar una línea del tiempo en la pizarra, y uno de los chicos del fondo hizo un ruido extraño que desató la risa de todos mis compañeros.

- Silencio- pidió orden el docente.

Me ponía de los pelos que nadie escuchara mi presentación, y que para colmo, cuando yo pedí respeto, los demás se me burlaron. Luego de gritar una barbaridad que hasta a mí me sorprendió, todo el mundo calló y me observó. Ahí mismo se me durmieron las rodillas, entré en una especie de sordera, donde mi voz retumbaba por sobre la de los demás.

- ¿Qué es eso?- chilló una chica después de varios minutos. Me estaba señalando, y no pude evitar mirarme de arriba a bajo: me había orinado encima.

Salí corriendo, tapándome los oídos para omitir los chistes del resto. ¿Cómo era eso posible? Me quedé en el patio de la escuela. Ningún preceptor se me acercó, y permanecí en silencio hasta que finalizó la jornada. Lloré hasta cansarme, y sospecho que me dormí un par de minutos.

Mi madre y Benjamín vinieron a retirarme. La directora avisó lo sucedido y recibió instrucciones de no tocarme hasta que mi familia estuviera aquí.

- ¿Qué fue lo que pasó?- insistió mamá.

- No sé, ¿cómo se supone que lo sepa yo?

- ¿Es por la charla de hoy? ¿Es tu forma de amenazarnos con cambiarte de escuela?- infaltable las estúpidas preguntas de un tipo estúpido.

- ¡Claro que no!

- Bueno, esta vez vamos a acudir a un profesional. Y no serán dos o tres sesiones, ¿entendido?

Genial. Más terapia.

El único problema con los psicólogos, es que no funcionan si uno no dice la verdad. ¿Cómo se supone que le diga lo que me está pasando? Primero que nada, es una persona ajena en la que no confío. Segundo, sólo soy una persona que le brinda dinero; mis problemas no son sus problemas. A mí me ven como alguien vulnerable, que puedes engañar con la típica mentira de "en la próxima sesión, vamos a trabajar sobre tus miedos, tus ansiedades, tus sueños, bla bla bla".

Hasta ese momento, sólo iba a una psiquiatra para que me medicara y pudiera dormir. Eso me agrada, pero el momento de hablar...

Ya en casa, Benjamín me pidió que me quedase afuera mientras mi madre y la abuela conversaban. Esquivé todo tipo de contacto con él, miradas, roces, lo que fuere. Pero no se rindió y volvió a dejarme en el lavadero.

- Si me entero que hablaste con alguien, te vas a arrepentir. Te mato, lo juro- era increíble cómo esa persona podía fingir estar con buena salud mental, y de pronto transformarse en un monstruo. Su voz puede pasar de ser la más dulce y agradable, con el fin de ganarse tu confianza, a una horrible voz grave que te asegura que corres peligro.

Asentí, muy asustada. Sentía ganas de orinar de nuevo, así que cerré las piernas con fuerza. No sé qué habrá interpretado, pero me dirigió una mirada hambrienta.

«Sólo un poco más»

Esta soy yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora