Asesino [Editada ✨]

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Había caminado por horas, miró el espejo de madera, pintado a mano con sakuras que yacía sobre su palma, llevaba a sus dos hermanos menores de las manos, sujetándolos muy fuerte; eran tan pequeños.
Miró a su madre una vez más, ella caminaba tranquila, al sentir aquella verde mirada giró para verlo y le sonrió, aunque notaba la angustia en sus orbes cafés.
Desde que su padre había muerto, para poder mantenerse habían sido contratados como esclavos, y así viajaban en una caravana que los llevaría a Kioto, pero esa noche, algo dentro de él, en su corazón, latía rápido y fuerte, lo alertaban.

El relincho de un caballo que se acercaba hizo que se girará para ver, su madre le cubrió, abrazando los tres pequeños cuerpos y escucho los gritos, en esa época había mucha hambre, los ladrones solían asaltar caravanas con mujeres y niños y, para su mala suerte, esa era la caravana de aquella noche fría.

La mujer de cabello castaño abrazó a sus tres hijos, el resto de las mujeres se interponían entre los hombres diciendo "Esperen, solo son niños" "Tengan compasión, ellos no saben de nada" pero todas corrían con la misma suerte, pues las filosas espadas se encargaban de callar las molestas voces femeninas.
Cuando la sombra apareció ante ellos, los ojos verdes veían a través de las fibras castañas de su madre, ella alzó el rostro un poco y miró a aquel hombre de apariencia fría e inmutable. "Por favor, ten compasión, solo son niños" pero con una sola mano la separó mirando a los chicos, ella cayó al suelo con la mejilla sonrojada de la fuerte bofetada, el hombre alzó su espada sobre los tres, pero la mujer de nuevo salió en su defensa, cansado de aquella mujer, el hombre la tomó de los cabellos y sin tener un poco de compasión atravesó el cuello suave y femenino de aquella mujer.
Con manos temblorosas apretó el filo de la espada y las lágrimas imparables salieron de sus ojos color esmeralda.
El pequeño castaño, abrazando a sus hermanos que lloraban, no quitó sus ojos verdes del acto, miró a su madre caer al suelo y escuchó aquel susurró que guardaría en su memoria para siempre
»Makoto, Makoto, cuida a tus hermanos«, y una espada atravesó su pecho.
El mayor de los niños, aún con sus hermanos abrazados miró el acto, con los ojos bien abiertos, no podía creer lo que había pasado.
No, no lo aceptaba.

El hombre alzó la espada sobre el pequeño cuerpo pero antes de que pudiese hacer algo, fue atacado por detrás con una fuerza impensable.

Un hombre de cabellos azules miró al chiquillo delante de él, acomodó sus gafas y después dijo:

—Haz tenido suerte, la gente hace estas cosas porque tiene hambre; no te conozco, niño. Pero sé, que seguramente te has quedado sin nada, y a decir verdad, eso no me importa. Si quieres suicidarte, hazlo. Creo que no vale la pena vivir por nada.

Y como si aquel niño no escuchase nada, siguió mirando a su madre en el suelo, abrazó a sus hermanos sin inmutarse, sólo giró su cabeza mirando aquella sombra alejarse.

Al atardecer, aquel hombre de ojos violetas volvió, pensó que no debía dejar el cuerpo de tres niños pudriéndose a la mitad del sendero, sabía que la vida era injusta, el más que nadie lo sabía. A sus quince años, había vivido más cosas de lo que cualquier persona pudiese imaginar. Cuando llegó miró al de ojos verdes cavando, buscó los cuerpos, pero no había nada, los otros dos niños estaban dormidos a la sombra de un viejo árbol, el de gafas, curioso se le acercó y preguntó qué era lo que hacía.

—Mi madre decía, que a los muertos les gusta ir dignamente al cielo—Respondió y miró con una sonrisa a aquel joven que lo había salvado, podía reconocerlo por esa voz y esos ojos, aunque haya estado oscuro la primera vez que se vieron.

—¿Incluso a esos ladrones?—Preguntó el joven al percatarse que no había rastro de ellos tampoco.

—Sí, incluso a ellos también, al final no serán más que tierra. Igual que mi madre, que mi padre... es lo menos que puedo hacer.

Lirio JaponésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora