6.

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Una anciana observó la cabaña con desconfianza, pues había escuchado el grito de un hombre. Estiró el cuello con la intención de ver algo, pero todo se hallaba oscuro. Se encogió de hombros, quizás eran imaginaciones suyas. Al fin y al cabo, casi todos los vecinos decían que aquella cabaña estaba embrujada y ni siquiera se acercaban a ella por miedo.

No obstante, en el interior de la cabaña, la realidad era muy diferente.

La mujer se paseaba con su largo vestido azul alrededor del cautivo, le lanzaba bofetadas por doquier, le propinaba patadas y soltaba carcajadas, regocijándose al ver su expresión de dolor. Dick estaba sufriendo y eso era lo único que le importaba. Sonrió al escuchar sus gritos, entonces se acercó con rapidez y se abalanzó sobre Dick. Él apenas lo percibió, soltó un quejido y se quedó quieto.

Los ojos de la fémina brillaron mientras examinaba a su víctima, apoyó las manos en su pecho y desgarró su camisa en segundos. Layla arrojó los pedazos de tela hacia atrás, acarició su tórax con vehemencia, se inclinó para besarlo lentamente y pasó su lengua por su piel. Luego comenzó a arañarlo, trazó un camino sanguinolento por su torso, lo marcó como suyo y se deleitó al contemplar el líquido rojizo manar de las finas heridas. El hombre gimió en voz baja, moribundo e hizo una mueca al sentir la espantosa quemazón que amenazaba con llevarlo a la inconsciencia.

Él sabía que su tiempo se reducía. Sin embargo, también adivinaba que eso no le interesaba en lo absoluto a la mujer enmascarada. Ella deseaba ser comprendida, aceptada y más que eso necesitaba que alguien escuche el grito de ayuda que profería en silencio desde lo profundo de sus entrañas. Entonces supo que debía hacer, se armó de valentía e inició su propio juego. Solo que este era muy diferente al que organizaba ella, pues no buscaba deleitarse con el sufrimiento ajeno, sino el motivo únicamente consistía en encontrar a la verdadera Layla que se escondía detrás de aquel disfraz de asesina. Debía capturarla y sacarla de las sombras a cualquier precio.

—Querido, debes pedirme perdón —susurró la mujer—. Por favor.

—Está bien, pero detente.

—¡¿Qué?! —chilló—. ¿Es que no recuerdas lo que tú y tus amigos me hicieron en aquel callejón desolado? —Lo golpeó con fuerza, temblando de ira—. Ellos ya está muertos, yo los asesiné y gocé tanto ejecutándolos uno por uno. Primero fue el turno de Matt y luego le siguió Brad.

Él jadeaba, la miró con los ojos entrecerrados y se mostró agradable con ella. Tosió un par de veces, escupió sangre y se enderezó en la silla.

—Por lo que llegó tu turno, el que más esperaba —dijo ella, sonriendo malévolamente—. El chico adinerado, el consentido por sus padres, el hombre perfecto, el novio soñado ¡Mentira! —bramó y sus manos se convirtieron en puños—. Todo era un engaño ¡Tú me utilizaste, estúpido cretino!

—Lo siento, Layla —murmuró.

—¡¿Lo sientes?! —gritó y lanzó un puñete al estómago del hombre—. ¡Eres un demonio! ¡Un perro! ¡Te odio! —continuó pegándole sin hacer pausa alguna—. Te voy a matar y será muy doloroso, eso te lo puedo asegurar. Llorarás, implorarás como nunca lo hiciste, ¿y sabes qué? —Se detuvo para emitir una sonora carcajada demente—. Yo solo te diré que me mires a los ojos durante el proceso y si no lo haces —Caminó hacia él y lo cogió del cabello con brusquedad—, puedes ir despidiéndote de esos ojitos marrones tan lindos que tienes.

—Perdóname —susurró Dick—. Puedes matarme si quieres, pero seré el último. —Un sonido extraño salió de su garganta, su cara estaba bañada en sangre y sus labios se hallaban partidos—. Si tú me juras que conmigo acabará tu venganza, dejaré que me ejecutes de la forma que desees.

—¿Es un trato? —preguntó Layla con sospecha.

—Lo es, por favor acéptalo —dijo el moribundo, respirando con dificultad—. Pagaré mi crueldad, seré castigado por mi perversión y me arrepentiré de mis actos, sin embargo te pido que termines aquí —murmuró—. ¿Lo prometes?

—Sí —respondió la mujer, complacida—, contigo mi venganza finalizará.

—Te creo —repuso él, mirándola fijamente y ni un rastro de miedo apareció en su expresión—. Confío en ti, Layla.

La fémina se le quedó viendo, atontada. Ambos se contemplaron sin pestañear, sin siquiera respirar y una inusual conexión fluyó en el pequeño espacio que separaba sus cuerpos. Unas cuerdas invisibles los envolvieron y los unieron entre sí. El ambiente se volvió incómodo, extraño y muy romántico. Lo cual era precisamente lo que los confundía, ya que ella se encontraba segura de que lo odiaba y él se hallaba convencido de que Layla lo quería matar. ¿Podrían sentirse atraídos, aun cuando uno de ellos iba a ser asesinado por el otro? ¿El chispazo del amor les podía haber llegado en aquella extrema situación?

—Te perdono, Dick —susurró Layla, sin dejar de observarlo.

—¿Lo harás? —preguntó él, sorprendido.

—¿Acaso no dicen que el que ama lo perdona todo? ¿No piensas que es único sentir amor y odio a la vez? —cuestionó, risueña y coqueta—. Querer asesinarte y ansiar besarte, desear tu sufrimiento y tus caricias, disfrutar con tu cuerpo y con tu dolor.

Él guardó silencio, se limitó a permanecer despierto y a entender lo que ella decía.

—Debemos tener una despedida antes de que te mate ¿No lo crees? —Volvió a subirse al regazo de su amado y lo abrazó—. Será divertido ya lo verás, incluso quizás te gustará. —No espero más y lo besó con urgencia, saboreando su sudor, sus lágrimas y su sangre en el proceso—. Fuiste mi primer novio y yo seré tu última mujer. Simplemente perfecto —murmuró contra sus labios, entretanto lo acariciaba y recorría con sus uñas su cuerpo.

Él entrecerró los ojos y sintió que el placer lo inundaba como la anterior noche. No comprendía por qué aquella maravillosa sensación lo embargaba cada vez que ella lo tocaba, apenas Layla se acercaba a él despertaba algo en su interior y si lo besaba se transportaba a otro mundo. Le desconcertaba descubrir el efecto que tenía esa mujer sobre él, pues era una completa extraña. No obstante, cuando ambos se unían dejaban de serlo. De repente, se dio cuenta que le atraía y tal vez más de la cuenta. Asimismo, que no le importaba que Layla estuviera demente y que siguiera obsesionada con su prometido y por último, tampoco le interesaba que hubiera perdido su propio juego y que iba a morir en unos minutos. Puesto que ya no había oportunidad alguna de salvarse, disfrutaría con ella lo que le restaba de vida.

—¿Estás listo? —farfulló Layla en voz baja—. Es la hora.

—Sí —susurró—. Mátame.

Secretos de Luna llenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora