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Camino con rapidez por las calles concurridas de Nueva York. Me abrocho los botones superiores de mi largo abrigo de color morado, pero los vellos de mis piernas desnudas se erizan debido al singular frío. Apresuro mi solitaria marcha, atravieso múltiples esquinas y me voy internando en un callejón descuidado. Me pongo nerviosa de inmediato, todavía no comprendo por qué Dick me ha citado aquí. No, cuando él me ha llevado a los mejores lugares de Estados Unidos y me ha hecho conocer los restaurantes más lujosos de Europa. Ninguno de aquellos magníficos sitios se parece a este basural.

Me aparto con asco de un mendigo que estira una de sus sucias manos hacia mí, chillo al ver una rata pasar cerca de la alcantarilla y me sobresalto cuando unos viandantes de aspecto estrafalario se cruzan conmigo sin dejar de mirarme. Cubro mi nariz con el pañuelo que me regaló Dick y me encojo como si con eso alejara la pestilencia del lugar. Mis tacos emiten un particular sonido e interrumpen los gemidos provenientes de los prostíbulos que me rodean. Me ciño el abrigo de forma protectora alrededor del fino vestido corto y llego al bar de mala muerte en el que supuestamente se encuentra mi prometido.

Entonces lo veo a unos pasos de distancia, para mi sorpresa no está solo. Lo acompañan un par de amigos que nunca me presentó, quizás por falta de tiempo o por mala coordinación de horarios. Ellos parecen ser de la misma condición social que Dick, a juzgar por la ropa hecha a medida que usan y por los brillantes relojes que se hallan en sus muñecas. Son altos, guapos y de porte galante.

Me acerco a Dick con rapidez, entretanto él me barre de arriba abajo con sus espectaculares ojos marrones. Él es el prometido perfecto, el hombre más hermoso, el amante más apasionado, el ser más comprensivo y el mejor amigo que pueda existir. Aunque solo lo conozca hace un año, estoy completamente decidida a casarme con él y a envejecer a su lado. Toda mujer lloraría por conseguirlo, no obstante, soy yo la que logró enamorarlo a límites insospechados.

—¡Layla! —Me llama con su voz atractiva.

—Dick —respondo y me detengo frente a él—. ¿No me presentarás a tus amigos?

—Oh, ellos son Matt y Brad.

—Excelente, encantada de conocerlos —farfullo y uno de ellos toma mi mano con delicadeza para depositar un suave beso en mi piel, luego le sigue el otro. Observo fascinada sus gestos atentos y me quedo más que complacida. De repente noto un hedor extraño manar de sus alientos, al parecer están ebrios. Dick solo se embriagó un par de veces delante de mí y las experiencias no fueron buenas, el alcohol lo convierte en una persona malhumorada.

—Vámonos —digo y tomo el brazo de mi prometido.

—Pero si acabas de llegar, Layla —protesta y rodea mi cintura, me recargo en él con incomodidad—. No seas así, hay que tomarnos unas copas con ellos.

Acepto a regañadientes y Dick me retira el abrigo con un pretexto estúpido, obedezco y lo doblo bajo mi brazo mientras siento que los tres me lanzan miradas furtivas. Sé que es tonto, pero de pronto advierto que sus amigos me miran demasiado y no precisamente el rostro. Suspiro y decido alejar los pensamientos extraños, igual mi novio está a mi lado. Me conducen al interior del bar y la mayoría de los hombres alzan la vista cuando ingreso, se levantan de sus sillas para tener un buen panorama de mi cuerpo, ya que mis curvas se dejan entrever debido al vestido azul.

Nos sentamos en una mesa y sus amigos ordenan una senda de bebidas. Trato de comportarme bien, pero ellos apenas me prestan atención y solo se dedican a verme como un pedazo de carne apetitoso. Observan sin remilgo alguno mi escote e intentan ver que hay debajo de mi corta falda, incluso Dick me contempla así. Mi novio nos toma una foto entre risas y bromas tontas, accedo y sonrío con educación.

Secretos de Luna llenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora