Joseph Masen, conocido maratonista de la ciudad de Texas, se encontraba en lo más profundo de un pozo oscuro.
Joseph parpadeó, desorientado, y miró alrededor. La ventilación era casi nula, por no decir que el aire estaba muy cargado de gases tóxicos. De pronto, le sobrevino una arcada y tuvo muchas náuseas. Olía espantoso, como si hubieran personas muriendo a su lado o peor aún descomponiéndose. Intentó incorporarse, pero una punzada en el brazo se lo impidió. Profirió un grito de dolor y se quedó inmóvil. Hizo una mueca y cerró los ojos con fuerza, las lágrimas le saltaron y empezaron a caer por sus mejillas. El dolor era horrible, quemaba y escocía a la misma vez.
—¡Ayuda! —vociferó a duras penas.
Resopló con fuerza, se apoyó en su brazo sano para poder levantarse y se tambaleó como si estuviera ebrio. Avanzó zigzagueante por la superficie inestable, tropezó un par de veces y se sostuvo de las húmedas paredes para no caer. Colocó una mano delante de él y la utilizó como guía, pues no era capaz de ver en lo absoluto. Se recostó contra un muro putrefacto, alzó la vista hacia la gruesa tapa y logró descubrir un rayo de luz que se filtraba por un minúsculo hueco.
—¡Sí! —exclamó.
Miró alrededor e intentó formar un plan, encontró el lado más estable del pozo y se basó en su tacto para tratar de precisar su altura. Los minutos pasaron ajenos a su calvario y de repente comenzó a oscurecer mientras que la única luz en el pozo empezó a extinguirse. Se encogió, se cubrió el rostro con las manos y se abandonó a llorar.
—¡Sálvenme! —gritó, desesperado—. ¡No quiero morir!
Fragmentos de su vida pasaron por su mente, lo avasallaron y lo confundieron. Cayó al piso, cerró los ojos y se recluyó en una esquina.
—Este fue el final del aclamado Joseph Masen —susurró, moribundo—. Falleció en un pozo, sin saber lo que le ocurrió. La leyenda muere en su soledad, en su tristeza y también en su penuria.
Soltó un último suspiro y su mano cayó a su costado con la palma abierta. Se encontraba camino hacia la inconsciencia cuando sintió que un par de dedos se entrecruzaron con los suyos, sus ojos se agrandaron y se apartó un poco. Definitivamente había tocado algo y podría jurar que era otra mano. Se abalanzó al mismo punto donde se hallaba antes, buscó en el piso a tientas y utilizó su sentido del tacto al máximo. Entonces se dio cuenta de que no estaba solo, si no que una multitud de cadáveres lo acompañaban. Había estado caminando por encima de los cuerpos, lo cual también explicaba el nauseabundo olor que emanaba el pozo. Al saberlo, su terror se incrementó y vomitó con brusquedad.
—¿Quién es el maldito loco? —dijo entre arcadas—. ¡Por Dios!
Después de que su miedo se hubiera evaporado, fue capaz de pensar con claridad. Si esos desafortunados habían perecido ahí significaba que era difícil escapar y quizás imposible. Sin embargo, alguien debía de ser el primero en conseguirlo.
Tomó aire por la boca, se arrodilló, buscó el cuerpo más cercano y lo jaló hacia él. Palpó sus piernas y chasqueó la lengua con disgusto pues no le servía. Luego de algunos difuntos más, al fin encontró al indicado. Lo arrastró, se sentó a su lado y metió la mano en su herida abierta con dificultad, era tan estrecho y a la vez tan asqueroso. Automáticamente, tocó algo gelatinoso y supo que era la sangre coagulada. Siguió buscando, apartó los tejidos que no le interesaban y alcanzó el hueso. Rodeó el fémur del desdichado, lo extrajo con lentitud y logró arrancarlo. Una ligera curva apareció en sus labios, balanceó el hueso y se levantó con su trofeo en alto. Se apartó con repugnancia y volvió a la zona segura del pozo. Tomó impulso, se preparó mentalmente para comenzar a subir mientras sus pies se distanciaban poco a poco del piso y se elevaban con gran destreza. Eran estos los momentos en los que agradecía tener una buena condición física, ya que esto sería muy complicado si él no fuera un deportista consumado.
El ascenso inició lento, pero seguro. La punta de sus pies se resbalaban con continuidad, no obstante, progresaba conforme los minutos transcurrían. Soltó una infinidad de gritos debido al espantoso dolor que le machacaba el brazo durante todo el procedimiento y también derramó muchas lágrimas por el sufrimiento que su escape conllevaba.
Después de un duro trabajo, pudo alcanzar la pesada tapa que sellaba el pozo y recordó el agujero por el cual se había colado la luz del exterior hace algunas horas cuando aún era de día. Aquel hueco era su única posibilidad. Exploró con la frente, cabeceó hacia adelante como si se tratara de un tipo de ave y trató de descubrir el agujero delator. Un silbido se escapó por entre sus dientes cuando lo halló, se sostuvo con su brazo bueno de un peldaño para poder levantar el hueso e incrustarlo en el pequeño agujero. No encajó. El fémur era muy grueso en comparación a la minúscula circunferencia. Soltó un quejido y torció el gesto mientras seguía probando a como dé lugar. Temía a que el hueso se quebrara y se volviera inservible. Si no era posible abrir la tapa, todavía quedaba un último método. Hizo que su boca se ubicara a la misma altura que el orificio y gritó todo lo que su garganta le pudo permitir. No supo cuánto tiempo pasó, no obstante, sus manos ya se habían debilitado debido al frío y al esfuerzo de cargar con el peso de su cuerpo. Continuó bramando con voz ronca, se sostuvo a duras penas y se negó a darse por vencido. De repente, casi por obra divina, la tapa se movió levemente. Intensificó sus chillidos y empujó también con esperanzas renovadas. En ese momento, la tapa se levantó con brusquedad y fue a parar a un destino desconocido. Luego, varios brazos fuertes lo ayudaron a subir, lo jalaron y lo sacaron del pozo con rapidez.
Joseph se derrumbó en el pasto, exhausto y sintiéndose a punto de morir. Su visión era borrosa, la cabeza le daba vueltas, su estómago estaba revuelto y lo que tuviera en su extremidad herida le dolía demasiado.
Estaba a salvo, pero quizás no por mucho tiempo.
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Secretos de Luna llena
Misteri / ThrillerUna serie de cadáveres masculinos con características similares son descubiertos en el fondo de un pozo. Todos los cuerpos revelan una violencia brutal, sin embargo, hay una última coincidencia aún más intrigante. Los homicidios se dan cada luna lle...