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Layla Everlin estaba sentada frente a un escritorio y esperaba con la vista puesta en el piso al psiquiatra que le habían asignado, hasta que una persona ingresó a la habitación. Alzó la cabeza y fingió una sonrisa amistosa, pues sabía que aquel era el individuo que debía engatusar para poder salir en libertad. Sin embargo, para su sorpresa, el hombre no era un desconocido para ella. Al contrario, era un rostro que continuamente aparecía en sus sueños e importunaba a su mente cada minuto. Su mandíbula se descolgó y hasta dejó de respirar.

—Buenos días, señorita Everlin —saludó él con amabilidad —. Tome aire, pues que se asfixie no se halla establecido para la primera cita.

—¿Tú qué haces aquí?

—Cierto, olvidé presentarme —dijo el hombre rubio mientras una sonrisa se extendía por sus labios—. Soy Alexander Sullivan, su nuevo psiquiatra —anunció—. ¿Aunque quizás usted me conozca más como Dick?

Layla se quedó muda y supo que con él sería muy difícil poder escaparse del hospital. No obstante, una emoción extraña la invadió y le dedicó una sonrisa espontánea. Entonces se dio cuenta del nombre de la emoción que la embargaba, era la alegría. Quizás podría emprender un camino nuevo y con ello cambiar su destino para bien, pues no todo debía ser oscuridad y tristeza, soltó un leve suspiro y se esforzó en creer que algún rayo de esperanza se había filtrado en su vida.



                                                                                        FIN.

Secretos de Luna llenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora