7.

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Layla se puso en pie con rapidez y rodeó a su víctima con sigilo. De pronto, tuvo una idea y tomó una pequeña daga de la mesa ovalada que se encontraba detrás de ella. La empuñó con precisión y comprobó el filo del arma blanca.

—Esto será sencillo, sin embargo doloroso. —Se acercó lentamente, balanceando la daga con estilo—. Vamos, cariño —dijo, posicionándose a su lado y colocando el arma sobre una de las mejillas del hombre.

Él cerró los ojos y procuró relajarse, dentro de poco ya estaría muerto y todo habría acabado.

—Bien, así —continuó Layla con una voz sedosa—. Tranquilo, estás conmigo. —Una lágrima rodó de uno de sus ojos y fue a parar al cuerpo de su amado, se la limpió y siguió con el ritual—. Nos encontraremos en el infierno, cuando nuestras almas malévolas sean depuradas de la tierra.

Ella elevó la daga con fuerza y se preparó para dar una puñalada certera en el centro del pecho del hombre. Entonces la puerta de la cabaña voló en pedazos, causando un gran estruendo y haciendo temblar la vivienda entera. Tres figuras aparecieron en el umbral, una tras otra y la última fue la más pequeña. Una mujer avanzó velozmente con un revólver entre sus manos y sus dos acompañantes la protegieron, flanqueándola por los costados. Layla se sobresaltó y salió corriendo hacia una esquina. El cautivo miró por entre las pestañas, sorprendido y luego abrió los ojos por completo.

—¡Manos arriba! —gritó la detective Stevenson—. Hay patrullas rodeando la cabaña, así que le conviene que me obedezca.

—¡No! —chilló Layla, asustada—. ¡Déjennos solos!

—No lo repetiré de nuevo ¡Las manos arriba, ahora! —bramó Meredith.

—Ustedes no pueden atraparme ¡No tiene pruebas! —La mujer del antifaz se mostró valiente de forma ridícula.

—¿Está de broma? —cuestionó Meredith, frunciendo el ceño—. La descubrimos a punto de matar a este hombre y encontramos los cadáveres que había en el pozo.

—¡Oh, Dios! —vociferó Layla, desesperada y paseando sus desquiciados ojos azules por cualquier lugar—. ¿Cómo pudieron saberlo?

—Eso no importa—anunció, Meredith—, así que puede buscar un buen abogado.

—¡¿Acaso no me reconocen?! —gritó la fémina del vestido azul y blandió la daga para poder defenderse.

—Por supuesto que sabemos quién es, pero la ley se cumple para usted como para otra persona.

—¡Es injusto! —chilló y comenzó a temblar debido a los nervios—. Ustedes no conocen mi historia, lo que me sucedió. —Estalló en sollozos y se encogió—. Ellos me violaron, me golpearon y casi me asesinan ¡Yo tenía que matarlos!

—Usted no debió hacer lo mismo que esos desdichados —dijo Meredith, seria—. La venganza nunca es buena, señorita Everlin.

—No entiende, si hubiera vivido lo que yo pasé —Rompió a llorar desconsoladamente—, es mujer y estoy segura que hubiera actuado hasta peor.

—Nunca, porque sé diferenciar la maldad de la justicia —respondió la detective—, cuando aprenda a hacerlo podrá comprender.

—¡No me importa! —bramó Layla—. No me arrepiento de haber acabado con ellos, gocé con sus estúpidas súplicas y me deleité al verlos morir. —Se carcajeó y se volteó para observar a su víctima—. Solo falta él. Dick Hiller, el ser más perverso que pueda existir.

—Usted es la única perversa en este momento ¡Suelte esa daga!

—Cuando lo mate, me entregaré ¡Debo culminar!

—Él no es Dick Hiller ¿Es que no se da cuenta? —La detective se impacientó y caminó hacia ella—. Dick se suicidó hace un año, se ahorcó en su habitación con una foto entre sus manos, cuando se enteró de su plan de venganza. El muy cobarde decidió su final, antes que usted lo haga.

—¡No! —La mujer se movió de un lado hacia otro, endemoniada—. ¡Él es Dick!

La fémina empuñó la daga con brusquedad para luego colocárselo a la altura del cuello y retrocedió hasta que su espalda chocó contra el muro.

—Me mataré —amenazó y presionó el filo del cuchillo sobre su piel.

—Layla, mírame. —El hombre cautivo tomó la palabra, su tono era pacífico—. Ellos no te harán daño.

—!Cállate! —chilló Layla y su mano tembló alrededor del cuchillo—. Yo no puedo ir a la cárcel —dijo con absoluta seguridad y se retiró el antifaz—. Soy Layla Everlin y jamás permitiré que ensucien la reputación que tanto me costó formar. —Arrojó a un lado la máscara y dejó su rostro al descubierto—. ¿Lo escucharon?

—No me interesa que seas una actriz famosa —siseó Meredith.

—Soy perfecta, hermosa y adinerada. Todo me lo gané —sollozó la mujer, desesperada—, completamente sola y al menos debo morir de forma digna.

—Layla, cálmate —dijo el hombre con el mismo tono sosegado—. Ellos no te matarán, al contrario te ayudarán a entender lo que tanto te aqueja. Tampoco irás a la cárcel, te llevarán a otro lugar.

—¿Por qué debería confiar en ti? —preguntó entre lloriqueos.

—Porque es la verdad, estarás mucho mejor si los acompañas ¿Crees que un suicidio es un final digno?

—No, es muy cobarde.

—Entonces solo ve con ellos y suelta despacio ese cuchillo.

Layla dejó caer la daga, se recluyó en la esquina con miedo, se volteó y contempló a su prometido que lentamente se fue convirtiendo en otra persona. Su cabello se volvió de un rubio oscuro, sus facciones se suavizaron y aun así todavía era atractivo, sus ojos cambiaron y se tornaron de un color caoba; asimismo esta alteración le pareció tan hermosa que le proporcionó una dulzura única a su rostro. Aquel hombre era tan parecido a Dick, pero a la vez tan distinto. Permaneció absorta contemplándolo, incluso su respiración se entrecortó y sus latidos disminuyeron debido a la confusión que estaba experimentando. Él le devolvió la mirada con una expresión fascinada y notó que era muy bella, a pesar de que su rostro estaba bañado en lágrimas y que lucía pálida. Sus magníficos ojos azules, su larga cabellera negra y sus labios entreabiertos le conferían una apariencia casi irreal. Se encontraban tan ensimismados que apenas sintieron que estaban siendo separados, uno era puesto en libertad mientras que el otro pasaba a ser un prisionero, él fue despojado de las gruesas cadenas que lo sujetaban y ella fue esposada por la policía. En ningún momento perdieron contacto ocular, él logró ver a la verdadera chica que se ocultaba bajo el antifaz y Layla también pudo descubrir a la persona que se escondía detrás de la máscara de Dick que ella implantó a la fuerza. En ese momento, Layla fue conducida a la patrulla que la aguardaba en el exterior. 

Secretos de Luna llenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora