Epílogo

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Alonso caminaba a duras penas, pero decidido. Había acortado la distancia entre la casona y aquel árbol donde ella siempre le esperaba. Al llegar la presencia de Amelia lo recibió con una dulce sonrisa y, estrechando sus manos, un beso en su frente. Acarició sus mejillas, estaba encantada de que el chico finalmente estuviera ahí.

Preparado. El muchacho estaba listo para dar un paso e ir más allá. Amelia tomó de su mano y lo llevó consigo pasado el gran árbol, el claro de gramas altas y al final, el bosque. Una vez dentro ella le hizo señas de silencio arrodillándose frente a él.

—¿Lo traes contigo?

Él asintió. Le mostró la pequeña daga que llevaba en su cinturón

—Bien, con cuidado lo colocaras sobre tu abdomen y entonces lo harás. Estaremos juntos al fin, como Francisco —dijo con la alegría en sus ojos..

—¿Y Vicente? —inquirió el chico.

—Está... por venir —murmuró Francisco junto a él—. Su momento llegará, solo... se ha retrasado un poco.

—Pero lo hará ¿no? Mamá, dijiste que él lo traería —acusó.

—Lo dije y así será. Él es su doble en el más allá, su doppel lo traerá. No estarás solo, mi amor —canturreó tomando la daga entre sus manos—. Ahora debes hacerlo.

El chico asintió y lo hizo. Una herida limpia lo atravesó y el deseo que lo llevó a ella, al fin, los unió.

 Una herida limpia lo atravesó y el deseo que lo llevó a ella, al fin, los unió

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Vicente cabalgaba con prisa llevando a cuestas a Lucía. Se había escapado en medio de la algarabía, entre los militares que Andrés había dispuesto y los esclavos que hacían lo que se les era ordenado. Sus pasos fueron directos a las habitaciones en busca de su hermano menor, pero al llegar solo encontró la soledad acomedida y acompañada de su espectro que le mostraba una sonrisa irónica.

—¿Dónde está? —preguntó Vicente con la furia contenida.

—Donde todos debemos estar, incluyéndote —exclamó el doppel.

—¡¿Dónde está Alonso?! ¡Dime! —exclamó sin poder contener la ira.

Pero el ruido de las pisadas y el nombre de Vicente Fermín exclamado al aire con tanto ímpetu le hizo de desistir. No podía encontrar en una habitación vacía lo que quería. En cambio, fue directo a las caballerizas. Tomó uno de los equinos y corrió lejos de la casona con la mirada enternecida y llena de dolor en los ojos de Mariel. Quería devolverse, ver qué aquejaba a la mulata, sin embargo, sus acciones lo perseguían con esmero.

Cuando sus pasos se acortaron notó el vestido azul visible a la luz de la luna. Se acercó en cuanto notó el rostro pálido de Lucia y la llevó con él una vez que la misma Carlota Estanga lo suplicara.

Iban a paso veloz buscando evadir la milicia a toda costa, Lucía le indicaba el camino más seguro donde los hombres no se atreverían a seguir sus huellas. Se detuvo por breves instantes en que el corazón acusaba de salirse y el miedo de Lucía se expandía. Le hizo señas para que callara mientras dejaba andar al caballo lejos esperando que el galope del equino lejos de su ubicación les diera suficiente tiempo como para continuar.

—No podremos seguir a pie —susurró la chica.

—Lo sé, buscaremos otro. Ese no será el único. Vamos —exclamó tomándola de la mano.

Lucia seguía sus pasos mirando a cada tanto detrás de ellos. Él les seguía, su dopple caminaba varios pasos atrás con tal parsimonia que generaban toda clase de preguntas en ella. Sostuvo del brazo al hombre cuando no pudo aguantar más ver lo cerca que estaba.

—Está aquí —susurró temerosa.

—Lo sé —comentó indiferente con la vista en el horizonte.

A unos cuantos metros vio la posibilidad de seguir su camino en un campesino con un par de caballos que robaría de ser necesario.

Con la llegada del día y ya en Puerto Cabello, el par se planteaba la forma de regresar a España. A final de cuentas esa siempre había sido la opción de Vicente, regresar y no volver a salir ni siquiera por las órdenes de su padre. Lucia miraba la posibilidad de salir de la provincia y buscar a su hermano. Le agradaba la idea, le gustaba más que ser el trueque de su padre. Contempló al hombre a su lado viendo la figura a tan solo pasos detrás de él.

—¿Te seguirá por siempre? —preguntó.

—Solo hasta que mi día llegue

Lucía resopló.

—¿Tu día?

Él asintió con la cabeza. Recordaba lo que aquella mujer le dijo. El día de su muerte todo acabaría, el mismo día en que escaparía con Lucia.

—El día de mi muerte. Hoy.

Fin. 

 

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