Capítulo 9. "Los huevos por el piso"

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Escuché mi nombre a los lejos, en el fondo del salón. Levanté la cabeza y miré por inercia al Emo, que también me miraba, pero lo dejó de hacer al toque, moviendo la mirada hacia la ventana. No fue él quien me había llamado.

Mario movía su brazo a lo loco, desesperado por atención -¡Siéntate, tía!- dijo golpeando la palma de su otra mano contra la silla al lado suyo. Adelante, las Poputas me miraban y, o se hacían las otras, o revoleaban los ojos como Doblas me hizo anoche y seguían escribiendo en sus cuadernos de putas con lapiceras de tinta rosa de puta.

—Eh, guarra, hoy pareces un muerto más de lo normal— me dijo sonriendo. Lo miré mientras me sentaba y tiraba la mochila en la mesa.

—Guarra tu vieja, y vos parecés más puto y rompepelotas de lo normal y no te digo nada.

Rió —¿Te hace falta una buena picha, eh?

Él era el único de toda la escuela (probablemente de toda España) que me entendía. No es adivino, pero en esta semana en la que me vengo sentando con él llegó a darse cuenta cuando puteo en serio y cuando no. Cuando juego con las puteadas y cuando no. Es un genio.

Apoyé la cabeza en mi mochila, dándole la espalda a Doblas —Otro café es lo que me hace falta.

—¿Te ha caído mal el último?— intenté no mirar al Emo mientras asentía con la cabeza. Después de que él se fuera, vomité hasta la última gota de café que había tomado mas parte de la cena de anoche. Estoy casi segura de que son los nervios, otra cosa no puede ser. Después de todo, la última vez que cogí fue hace... ¡Ni me acuerdo! —Llevas unas pintas...

—¿Y qué querés que haga, papu? Tengo sueño, es Lunes, quiero café... Lo único que puede empeorar esto es un examen sorpresa o algo— dije con toda la paja del planeta.

—¿Todos los argentinos son igual de vagos?— preguntó la pelirroja sin darse vuelta. Clavé la mirada en sus extensiones.

—La verdad que n, pero yo me pregunto si todas las españolas son igual de putas y no pregunto, qué se yo.

Ambas se dieron vuelta y me miraron como si hubiera dicho una atrocidad. Mario se entró a cagar de risa, llamando la atención de casi todo el salón. Y adentro de ese "casi todo" estaba el Emo. Lo sabía.

A propósito levanté la cabeza y miré a todo el mundo con cara de este-es-un-pelotudo fila por fila, hasta notar a Doblas por el rabillo del ojo y sí, me estaba mirando. No lo miré. En cambio, puse una de mis manos en el hombro de Mario y le di palmadas como para tratar de calmarlo, pero en ningún momento me reí o le encontré algo de gracia a lo que había dicho, al menos no tanta como le había encontrado él.

—No parece que hayas dormido mucho, niñata. Siempre has tenido unas ojeras que te cagas pero vamos, que seguro te has quedado hasta las cuatro o cinco viciando— no entendí a qué se refería, pero debió ser algo malo porque las Poputas rieron. Fue como presenciar un concierto en primera fila de una manada de hienas.

—Me desperté muy temprano pensando que era para algo importante y resultó ser que no— dije un tono más alto a propósito. Escuché la silla del Emo hacer ruido contra el piso, pero no me moví ni me giré a ver si se había ido. Las cejas de Mario de levantaron.

—¿A sí?— asentí —¿Y qué o quién ha sido lo que te ha levantado tan temprano?— preguntó. No supe qué responder, así que sólo levanté mis hombros en señal de indiferencia, como me había hecho Doblas anoche.

La clase transcurrió normal. Exceptuando el hecho de que el profe nos permitía hablar todo lo que queramos, claro. En cierto punto de la conversación, Mario me preguntó sobre el Emo. Que por qué me senté con él, si había hablado algo, etcétera.

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⏰ Última actualización: Mar 03, 2016 ⏰

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Suicidio. (ElRubius)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora