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-Phoebe, lo he conseguido! - Dijo él gritando ilusionado des de abajo.

Tardé un tiempo en poder recomponer los echos, pero al final le di una respuesta.

- Bien - Dije intentando imitar su entusiasmo.

Son muchas palabras lo sé jajaja.

- Ahora me crees?! - Dijo Maxel chillando contento. Sus palabras desataban euforia.

No le contesté la pregunta.

No sabía que opinar al respecto así que bajé para hablar sin chillar. Aun mantenía la esperanza de estar soñando o ser participe de una broma de cámara oculta.

Mientras bajaba, Maxel continuaba repitiendo la pregunta.

- Me crees no? - volvió a preguntar con una sonrisa.

De nuevo no obtuvo respuesta.

- De acuerdo. Vamos al salón a hablar con calma de tu problema.

Mamá volverá dentro de 3 h. - Dije seria sin devolverle la sonrisa. Pero por dentro estaba alucinando.

Escogí el bando de la sensatez. Puesto que Maxel parecía un niño en una feria en este momento.

Por un instante pude empatizar con los todos los padres del mundo entero, que en algún momento se habían sentido valientes y generosos como para llevar a sus hijos a la feria. Des de su punto de vista, era agotador.

Nunca había creído en la magia.

No se si era un mago o un ser mágico, pero su vuelo había conseguido quitarme el cansancio.

Quería saberlo todo sobre Atasifán y él.

- Dix. - Dijo Maxel un poco serio.

Abandonamos la entrada y giramos a la derecha, para sentarnos ha hablar sobre el problema.

Nos sentamos en el sofá más grande, el de piel sintética negra.

Mamá jamás los compraría de piel auténtica.

Siempre ha estado en contra la explotación animal en todos sus usos.

Al igual que yo.

Nos miramos de frente. Su mirada me resulta indescriptible. No encuentro las palabras para poder definirla con exactitud.

Lo que si que puedo es analizar su simetría unos segundos.

Sus ojos son grises, tendiendo a un tono verdoso.

Su piel se ve tersa y viva, de un color medio blanquinoso tirando a un perfecto bronceado.

Su pelo es castaño y rubio por partes, parecido a la mezcla de colores de las hojas caducas del otoño.

Lo lleva no muy corto y algo revuelto con un aire despeinado. Podría ser por la caída.
Su simetría es bastante admirable. Era guapísimo. Pero parecía no saberlo o no darle la suficiente importancia. Eso significaba o que era muy inseguro como para verse guapo o que lo sabía tan bien como yo y poseía una confianza en si mismo nata, lo que hacia innecesario comentar su obvia belleza.

No tiene barba, ni parece ir a tenerla en ningún momento.

Parece ser de complexión delgada.

Incluso sentado, sigue siendo más alto que yo.

Su ropa es "bosquera". Veo humildad en su mirada, eso si lo puedo ver.

Va vestido como las clases populares de la edad mediana.

Con esas camisetas de manga larga gigantes, tanto que el resto de tela sobrante lo llevaba metido en los pantalones, marrones que parecían no tener costuras en ningún sitio.

Los zapatos no puedo verlos. Pero me imagino que deben ser unas botas de leñador.

Y como no, tras su ser, esas alas cristalinas preciosas, casi brillantes.
Lucían tan frágiles al tacto, me gustaría poder notar su tacto.

Aquellas que le hacían especial. Como puede ser posible...

Es simplemente hermoso.

Dentro de ellas se transparentaban unos dibujos o letras que no había visto nunca, o igual sí. Pero el tamaño las escrituras era tan diminuto.

Creo que en la tierra esos "jeroglíficos" nunca han sido vistos. No podía leer bien lo que decían, estaban a un tamaño muy muy diminuto.

Tampoco es que yo conozca mucho de escritura en otras lenguas terrestres.

De nuevo reprimi decirle si me dejaba tocarlas. Prefería mantenerme firme y seria ante la situación.

Me pregunto que debe de pensar de los humanos, al verme como
muestra. Me verá inteligente, guapa, prudente, insensata? Solía cuestionarme eso de cada persona que conocía.

Decidí romper el silencio.

- Bien... ahora si que puedes confiar en mí al igual que yo en ti. - dije lentamente.

- Si. Ahora ya somos confidentes- dijo casi riendo con el juego de palabras algo nervioso.

- Llámame Ibi, todos mis amigos lo hacen -digo un poco seria. Me seguía costando asimilar la existencia de Maxel el solárium.

- Dix. Tu igual, llámame Max. - dijo sonriendo amigable.

- Adelante. Cuéntame todo lo que quieras sobre Atasifán - dije de nuevo y destensé el cuerpo.

- Vale. Pero antes cuéntame algo sobre ti. Tu ya sabes mucho sobre mí - dijo en un tono desafiante. Me temía esa actitud.

En ese momento me recordó mucho a mí intentando imitar de pequeña la autoridad que mostraba mamá en sus ensayos frente a mí para intimidar a los sospechosos y sonsacarles.


Atasifán: El Reino PerdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora