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En estas últimas semanas todo había sido muy raro. Añoraba los días aburridos en los cuales sólo veía series, leía libros y quedaba. Ahora todo era tan diferente. Ya habían pasado más de dos semanas des de que mamá quedó en coma. La iba a visitar casi cada día, esperando ver alguna mejoría, pero mis esperanzas se desmotivaban con el paso del tiempo. Por parte de los médicos no recibía más que consolaciones y diagnósticos que no mostraban avances. Sus compañeros de trabajo también la iban a visitar, cuando no estaban trabajando, le llevaban flores y hablaban. Ana, su mejor amiga, había sufrido su enfermedad igual o más que yo. Es increíble lo imprescindible que puede llegar a resultar alguien en tu vida.
Yo no hacía más que lamentarme y llorar en la cama por las noches. No dejaba de pensar en que hubiera pasado si des de un principio le hubiese dicho la verdad. Pero aún diciéndoselo, ella no me había comentado ese "pequeño" problema de ansiedad, eso me entristeció. Entre nosotras esa linea recta de confianza y honestidad se había deformado y de ambas dependía volver a ponerla firme.
Así que juré, que si en algún momento volvía a tener dudas o querer mentir, siempre lo hablaría con ella, para evitar situaciones como las de aquella mañana. Me daba igual si no me respondía, yo le contaría todo aquello que me hiciese dudar o causara angustia. Porque sabía que ella en realidad, aún sin de mostrármelo, me escuchaba.

A parte de sus compañeros de trabajo, amigos y cartas y regalos de familiares lejanos, al hospital también la habían venido a visitar mis amigos, turnándose por días o todos juntos. Pero al doctor Diego no le gustaba la idea de que tantos adolescentes revolorearan la sala, según él Margaret necesitaba reposar en silencio y con pocas voces, para no confundirla por si nos escuchaba. Yo no dije nada, él era el médico y tenía razón. Ellos lo comprendían.

Iris, Belinda, Sarah y Lucas eran los que más veces venían.

- Como te encuentras Ibi? - me había preguntado incómoda la chica pelirroja. Llevaba unas plataformas blancas, unos jeans negros que favorecían su silueta y una blusa de tirantes a juego con los zapatos. Su pelo ondulado y largo me recordaba al fuego ardiendo. Esa mirada oscura que poseía era capaz de conseguir lo que quisiera con simplemente pedirlo. Al menos con los chicos le funcionaba, un montón iban detrás de ella enamorados, pero no parecía darse cuenta o importarle lo suficiente como para mirar más allá de los buenos tratos, los regalos y halagos continuos.

- Estoy preocupada Belinda. Sigue sin mostrar ningún signo de movimiento y ha pasado más de una semana - dije con angustia agarrando la mano de Margaret.

Muchas veces me había sentido inferior a ella, os preguntaréis por qué ignotums . Ella era guapísima, amable, esbelta, popular y muy torpe. Yo era una nerd alborotada que leía, dibujaba, practicaba deporte para pasárselo bien. No había heradado la genética de ninguno de mis padres. Ellos eran guapos, atléticos, carismáticos, populares en el instituto y amables.
Pero Belinda Maijo no le daba importancia a su belleza deslumbrante ni mucho menos su cuerpo y cuando veía que yo me sentía inferior a ella me decía que no tenia porque, que lo que nos separaba por así decirlo era el trato que recibíamos de los demás. También que me envidiaba, yo me había echado a reír un par de veces al escuchar esto. Me decía: Phoebe, eres la chica más inteligente de todo nuestro curso o incluso instituto, luego está Iris. A demás eres súper atlética, graciosa, madura, comprensiva, guapa, amable, modesta. Eres perfecta! Pero no lo ves. No tienes nada qu envidiar.
Lo decía con una fascinación.
Yo ignoraba todos sus comentarios. Al fin y al cabo se que esa es la función de las amigas, animarse las unas a las otras. Por otra parte estaba su torpeza y despiste, a esto nadie la superaba. Por suerte tenía a una legión de chicos dispuestos a dejarle sus apuntes, libros, paraguas, dinero, etc cuando ella se le olvidaba algo. Era increíble ver como con simplemente pedir una goma de borrar en clase, se giraban todos de golpe. Nosotros la veíamos diferente, por como era, no por como lucía. Lejos de esa apariencia de chica guapa y rica inglesa, se escondía una niña torpe y divertida que solo quería ser aceptada por ser como era. Y nosotros lo comprendíamos, no dejábamos de ser igual o más infantiles que ella.

Atasifán: El Reino PerdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora