IV

31 3 1
                                    

9 de enero de 1800.

Ayer, después de habérseme servido la merienda, me avisó Mercedes que la señora de Jauregui me esperaba en la sala y que sentiría mucho que no cumplieses sus deseos. Aunque no deseaba ir, no quise contrariar a la doña Clara, ya que, a pesar de mi pobreza, se dignaba a concederme el honor de que mis pies rozaran la magnífica alfombra de su sala de recibo, y muy pronto estuve en su presencia.

Yo me había imaginado la sal sombría, sobrada de adornos, con un lujo pesado y casi vulgar, de acuerdo con el gusto de su dueña; por eso mi admiración fue grande cuando me encontré en una sala valiosa y sencillamente amueblada, con objetos de arte de gusto exquisito; riquísima alfombra; irreprochables las cortinas del más costoso damasco y magníficos los muebles.

Doña Clara estaba sentada cuando yo llegué y tuvo el heroísmo de ponerse de pie nada más me vio y de señalarme un sillón cerca del sofá que ella ocupaba.

Después de saludarla con la más respetuosa cortesía:

-Señora.- le dije-, Mercedes me avisó que deseaba usted verme aquí, y estoy a sus órdenes.

-Siéntese.

-Gracias.

-Dije a Mercedes que la llamase, porque el señor cura desea conocerla.

-¡Ah!..- exclamé, sin poder reprimir un movimiento de disgusto.

-Y esta noche vendrá con ese objeto.- continuó ella, sin notar mi disgusto.

-Ese es mucho honor para mí.

-Cierto; pero como los sacerdotes son discípulos de Cristo, tienen que ser humildes.

-Así pienso yo; solo que no veo por qué el padre Mendes quiere conocerme de una manera particular.

-Por una razón muy sencilla; yo soy católica-apostólica-romana, y toda la gente que está en mi casa debe estar bajo la dirección de él, como cura de esta parroquia y directo y amigo mío.

-Bueno; pero de eso a verme, sin que yo lo solicite, hay una diferencia.

-Es que él necesita tratar las personas a fondo y conocerles su carácter y sus intimidades para guiarlas.

-No entiendo.- dije contrariada.

La señora de Jauregui continuó sin fijarse en mis últimas palabras:

-Es por asuntos de religión, únicamente, por lo que el padre Mendes desea conocerla.

-Así lo creo, señora.- contesté bajando los ojos para que no viera mi indignación.

-El señor cura es un buen ministro del señor y, aunque joven, se ha captado las simpatías, respetos y consideraciones de la gente principal de ésta población, por su conducta correcta y su carácter generoso. Yo misma,- añadió con cierta vanidad.- lo recibo con gusto y es mi consejero espiritual, como usted sabe.

-Debe ser un sacerdote muy ilustrado cuando ha conseguido dirigir a usted.

-¡Oh, mucho! Y de muy buen corazón. Ya llega.- agregó dirigiendo la vista a la puerta por donde entraba el gallardo profesional.

-Buenas noches.- dijo el clérigo, avanzando hasta llegar donde estábamos nosotras.

-Buenas noches, señor cura. Sírvase sentarse.- exclamó doña Clara.

Luego, volviéndose a mí y señalándome al cura:

-Esta es la institutriz de mi sobrina; la tiene usted a sus órdenes.- dijo.

Yo no me moví.

-Me alegra mucho conocerla.- articuló él, cogiendo y estrechando una de mis manos.

Camila CabelloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora