VI

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2 de febrero de 1800.

Hoy me levanté muy temprano, sin hacer ruido, para no despertar a Taylor, quien estaba profundamente dormida.

Así que me hube lavado y arreglado, cogí un libro y me puse a leer cerca de la ventana de mi alcoba, interrumpiéndome, a ratos, para gozar de la alegre perspectiva del jardín en tan agradable mañana: los arboles estaban medio cubiertos por la neblina y en las enredaderas se veían pequeñas gotas de agua que, al salir el sol, semejaban efímeros prismas de variados colores.

Desde niña he sido aficionada a contemplar la naturaleza y a fijarme en ciertas cosas que para la mayor parte de la gente son menudencias y que pasan inadvertidas, pero que a mí me hacen admirar más a Dios. Y, sin embargo, un día, una profesora católica me llamó "hereje", porque le dije que la naturaleza estaba en íntima relación con Dios y que no podía existir el uno sin la otra.

-"¿Es decir que Dios no puede deshacer el universo?" – me preguntó con acritud.

-"Se destruiría a sí mismo" – le contesté, con profunda convicción.

Entonces soltó con cólera, a son de insulto, la gran frase:

-"¡HEREJE!".

Me reí, sin hacerle caso, de la ignorancia de toda una profesora y no objeté nada. Afortunadamente para mí, la mayor parte del personal del colegio eran personas instruidas y sensatas y la cosa no pasó a más. Si hubiera sido en tiempo del Santo Oficio, me queman viva con la más tranquila y piadosa devoción cristiana. ¡Con qué éxtasis místico se hubieran recreado yendo mis gritos de dolor y de protesta, viendo mi cuerpo, mi juventud y mi vida, convertirse en ceniza, todo, en obsequio se su Dios...!

¡Oh, religión asesina y mutiladora! ¡Oh, su apóstol Torquemada!...

Como si al evocar la religión que ella profesa, evocara a doña Clara misma, apareció cerca de mí la señora de la casa, que iba a oír misa, a gustar dl pan eucarístico, ella, que bien lo tiene ganado. Así que la vi, me puse de pie para saludarla de la manera más respetuosa.

-¿Tan de mañana se ha levantado usted? – me preguntó.

-Sí, señora.

-¿Y Taylor?

-Está acostada todavía.

-Así parece.

-¿Y usted a qué se ha levantado tan temprano?

-Quise estudiar mientras Taylor se levanta.

-Usted no necesita estudiar más, siendo ya una profesora graduada.

-La ciencia no tiene límites, señora, y yo no he profundizado las materias. Ahora repasaba, únicamente por vía de distracción, los puntos de Historia Natural que hoy trataré con Taylor.

-¿Historia Natural? – preguntóme sorprendida.

-Sí, señora. Estudiaremos botánica, que es la que trata de vegetales. Veremos la familia de las leguminosas, que es muy extensa y que mucho sirve al hombre. Usted misma, en la hortaliza, tiene varias plantas de esta familia.

-¿Conque tiene familia las plantas? ¡Vaya con lo que se aprende en esos colegios! En mi tiempo sólo nos enseñaban a rezar y por eso las gentes de antes somos más piadosas.

Trabajo me costó reprimir una risa, mientras mentalmente me preguntaba: "¿Qué clase de piedad sentirá una mujer tan ignorante?".

Ella repuso:

-Bueno; que estudie todo eso Taylor, pero mezclado con religión para que, con la ayuda de Dios, aprenda más fácilmente. ¿Le parece?

-Sí, señora, usted es la que manda aquí y se cumplirán siempre sus órdenes.

Camila CabelloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora