IX

15 1 0
                                    

26 de marzo de 1800

Taylor ha adelantado algo en sus estudios en estos últimos días, y mucho ha mejorado su salud.

Doña Clara comprende que la mejoría de su sobrina se debe, en su mayor parte, a la tranquilidad en que ahora vive, porque me dijo:

-El doctor Gámez me ha dicho que usted debe acompañar a Taylor y procurar que haga ejercicio con frecuencia, pues así mejorará.

-Muy bien, señora.

-Yo opino lo mismo que el doctor, porque veo que la conducta moral de usted la pone a salvo de todo ejemplo pernicioso.

-Y, más que todo, el cariño que profeso a la niña – le contesté.

-En usted confío – me dijo.

Después agregó:

-Le conté al padre Mendes del regalo que usted me hizo; le enseñé el cuadro, y estaba admirando de lo bien hecho del trabajo.

-Tanto él como usted son muy indulgentes, señora.

-Cuando tenga tiempo me va a hacer el favor de bordarme unos pañuelos para Lauren, con las iniciales de su nombre; se los quiero regalar para el día de su cumpleaños, que ya se acerca: el diez de mayo cumplirá veintisiete años.

-Con mucho gusto, señora.

-Y usted, ¿Cuántos años tiene?

-Veinte cumpliré en julio.

-Parece que tiene menos. Mañana le mandaré los pañuelos.

-Está bien, señora.

Doña Clara me trata ahora mejor que antes, y sus ojos, de suyo duros, suavizan un poco su expresión al mirarme cuando tratamos de cosas que a ella le interesan. Por mi parte mi táctica es ésta: cumplir bien mis obligaciones, no inmiscuirme nunca en los asuntos de ella; no mencionar a su hija, ni darme cuenta de que existe; no hablarle de mí; servirla en lo que puedo y no solicitar, bajo ningún pretexto, un favor suyo. Este es mi carácter, que cada cual puede juzgar como le parezca.

Joaquín ha vuelto a visitarme, y la última vez que estuvo me trajo un bonito regalo: una buena colección de piezas musicales, bellamente empastada, con mi nombre primero y el suyo, después, de este modo:

A CAMILA CABELLO.

Recuerdo de Joaquín Leiva.

Pero lo que más me ha llamado la atención es que mi retrato se halle en la primera página de cada uno de los tomos, y el suyo, en la última. ¿Mi retrato? ¿En dónde lo obtendría? ¡Ah, ya sé! Tiene una amiga que también lo es mía: la señora de Fernández, y ésta debe habérselo prestado para que sacara las copias. Mucho he agradecido este obsequio a Joaquín.

Ayer me trajeron el órgano: es un magnifico instrumento, importado de los Estados Unidos; tan bueno como no me lo esperaba, y tiene mi nombre, y el de Taylor, grabados de esta forma:

A mi profesora

CAMILA CABELLO

Su discípula

Taylor Murillo

Es realmente un verdadero regalo el que doña Clara, por medio de su sobrina, me ha hecho.

Estos obsequios, lejos de alegrarme, me han entristecido porque me veo en la imposibilidad de corresponderlos, al menos por ahora. ¿Por ahora?... ¡Qué loca soy!... ¿Acaso puedo esperar mejor suerte mañana?... Si yo fuera una de esas mujeres vulgares, que se casan por conveniencia, tal vez. Pero me conozco bien: en mis caros afectos no entra más que el corazón y un corazón es el que yo deseo, uno, no más. Fuera de ése... ¡Sí, sí quiero: la muerte como último recurso, que entonces será la suprema dicha!

Camila CabelloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora