4 de marzo de 1800
Han pasado muchos domingos y no he querido ir a oír misa. ¿A qué, si estas prácticas no están conformes con mis creencias? Además, el padre Mendes me inspira repulsión y miedo. Después de la reunión en que estuvo muy circunspecto conmigo, lo he visto muy de paso y no he querido dar lugar para que me hable, hasta ayer, que no me fue posible evitar su presencia. Lo repito: me causa aversión y miedo; aunque, en verdad, siempre me ha tratado con respeto, con un respeto rayado de ternura.
Doña Clara nada me ha dicho de lo que ella puede calificar de falta de devoción; pero supongo será porque le regalé, en días pasados, bordado por mis manos, un lienzo representando a Jesús, muerto, y la Virgen sosteniéndolo en sus brazos, en actitud llorosa y angustiada. Este regalo la ha predispuesto en favor mío.
-¿Es bordado por usted? – me preguntó cuando le di el lienzo.
-Sí, señora.
-¿Tan bien borda usted?
-Medianamente.
-¿Hace días que lo hizo?
-Desde que estoy en la casa de usted. He aprovechado, para hacerla, los domingos y ciertos ratos que, de los demás días de la semana, me quedan libres y no salgo con Taylor.
-¡Ha trabajado usted mucho! – exclamó, examinando atentamente el bordado.
-La persona para quien estaba destinada la obra lo merece – le contesté.
-Diga que la obra misma. ¡Qué lindo cuadro! Se lo enseñaré a mis amigas y al señor cura... lo colocaré en mi oratorio... mil gracias señorita Cabello.
Y por primera vez, los ojos claros de la señora Clara me miraron con afecto verdadero. Presumo que ahora no le soy tan desagradable, y que mi compañía no le disgusta, pues suele venir a mi cuarto a estarse conmigo, y, hace poco, me preguntó si me gustaba la música.
-Mucho – le contesté.
-Haré que le traigan un órgano o un piano, destinado exclusivamente para uso suyo.
-Gracias, señora.
-Usted me dirá que instrumento le gusta más.
-Como Taylor tiene ya un piano, preferiría un órgano.
-Muy bien; le diré a Lauren que lo compre, ella es experta en saber cuáles son los mejores.
-Eso no precisa, señora.
-Ya le he dicho a usted que quiero que lo pase aquí como en su casa, en vida de su padre.
-Mil gracias señora.
-Y Taylor, ¿Adelanta algo en música? – me preguntó.
-Un poco.
-¿Tiene facilidad para el canto?
-Tiene; pero como no está completamente buena, no quiero cansarla con ejercicios largos; prefiero que no adelante mucho.
-Es verdad. Y, volviendo al canto, ¿se ha fijado usted en la voz de la señorita Laura Aguilar?
-Sí. Canta muy bien.
-Ya ve usted si tengo buen juicio en querer que Lauren se case con ella.
-Ha hecho usted una buena elección, señora – respondí con la mayor calma posible.
Tres veces ha querido la casualidad que me encuentre con Lauren; pero no la he mirado, deteniéndome a penas, para corresponderle su saludo. Por lo demás, ella no parece poner empeño en hablarme.
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Camila Cabello
RomanceEn 1808, hace ya doscientos años, hubo un pequeño espacio de tiempo donde las relaciones homosexuales estaban vistas tan normalmente como las heterosexuales, pero... Eso no significó que el amor siempre tuvo que salir triunfante.