VIII

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4 de marzo de 1800

Han pasado muchos domingos y no he querido ir a oír misa. ¿A qué, si estas prácticas no están conformes con mis creencias? Además, el padre Mendes me inspira repulsión y miedo. Después de la reunión en que estuvo muy circunspecto conmigo, lo he visto muy de paso y no he querido dar lugar para que me hable, hasta ayer, que no me fue posible evitar su presencia. Lo repito: me causa aversión y miedo; aunque, en verdad, siempre me ha tratado con respeto, con un respeto rayado de ternura.

Doña Clara nada me ha dicho de lo que ella puede calificar de falta de devoción; pero supongo será porque le regalé, en días pasados, bordado por mis manos, un lienzo representando a Jesús, muerto, y la Virgen sosteniéndolo en sus brazos, en actitud llorosa y angustiada. Este regalo la ha predispuesto en favor mío.

-¿Es bordado por usted? – me preguntó cuando le di el lienzo.

-Sí, señora.

-¿Tan bien borda usted?

-Medianamente.

-¿Hace días que lo hizo?

-Desde que estoy en la casa de usted. He aprovechado, para hacerla, los domingos y ciertos ratos que, de los demás días de la semana, me quedan libres y no salgo con Taylor.

-¡Ha trabajado usted mucho! – exclamó, examinando atentamente el bordado.

-La persona para quien estaba destinada la obra lo merece – le contesté.

-Diga que la obra misma. ¡Qué lindo cuadro! Se lo enseñaré a mis amigas y al señor cura... lo colocaré en mi oratorio... mil gracias señorita Cabello.

Y por primera vez, los ojos claros de la señora Clara me miraron con afecto verdadero. Presumo que ahora no le soy tan desagradable, y que mi compañía no le disgusta, pues suele venir a mi cuarto a estarse conmigo, y, hace poco, me preguntó si me gustaba la música.

-Mucho – le contesté.

-Haré que le traigan un órgano o un piano, destinado exclusivamente para uso suyo.

-Gracias, señora.

-Usted me dirá que instrumento le gusta más.

-Como Taylor tiene ya un piano, preferiría un órgano.

-Muy bien; le diré a Lauren que lo compre, ella es experta en saber cuáles son los mejores.

-Eso no precisa, señora.

-Ya le he dicho a usted que quiero que lo pase aquí como en su casa, en vida de su padre.

-Mil gracias señora.

-Y Taylor, ¿Adelanta algo en música? – me preguntó.

-Un poco.

-¿Tiene facilidad para el canto?

-Tiene; pero como no está completamente buena, no quiero cansarla con ejercicios largos; prefiero que no adelante mucho.

-Es verdad. Y, volviendo al canto, ¿se ha fijado usted en la voz de la señorita Laura Aguilar?

-Sí. Canta muy bien.

-Ya ve usted si tengo buen juicio en querer que Lauren se case con ella.

-Ha hecho usted una buena elección, señora – respondí con la mayor calma posible.

Tres veces ha querido la casualidad que me encuentre con Lauren; pero no la he mirado, deteniéndome a penas, para corresponderle su saludo. Por lo demás, ella no parece poner empeño en hablarme.

Camila CabelloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora