XI

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2 de mayo de 1800.

Ya entregué a doña Clara los pañuelos que me dio a bordar para su hija; le han gustado mucho.

Estaba sentada en su cuarto cuando llegué con ellos; me hizo un recibimiento más amable que de costumbre y me invitó a sentarme.

-Es este un trabajo, señorita, que merece tanto agradecimiento como elogio de mi parte – me dijo.

-No, señora; ni lo uno ni lo otro; complacerla ha sido mi único objeto.

-Es verdad; ¡Pero lo ha hecho tan bien!.. Taylor arreglará eso.

Me puse colorada.

-No hay nada que arreglar, señora. Le ruego acepte ese insignificante trabajo como una pequeña muestra del mucho agradecimiento que le debo por los favores que me ha hecho.

-Gracias, señorita; pero mi hija es orgullosa y querrá recompensarla por su trabajo.

Me dijo esto mirándome fijamente:

-¿La doctora? – le pregunté-. Pues no veo la necesidad de que sepa que he trabajo para ella. Usted le obsequia los pañuelos y eso es todo.

-Es que están tan bien bordaditos, que de seguro querrá saber quién los ha bordado.

-No es difícil salir del paso: comisionó usted a una amiga para que buscara quien le hiciera el trabajo. ¡Hay tantas jóvenes pobres, desconocidas, que bordan bien!...

-¿No quiere usted que Lauren se dé cuenta que usted bordó los pañuelos?

-No, señora.

-¿Por qué?

-Para evitar que me demuestre su agradecimiento, lo cual me apenará. Siempre me ha gustado ser útil a las personas que me favorecen con su afecto y a mis amigos, pero sin que se tomen el trabajo de pensar en mí.

-Es usted muy rara.

-Como yo hay muchas, señora.

-No creo que haya muchas.

No quise contradecirla, y ella prosiguió:

-Pienso que a mi hija le gustará tanto el bordado de estos pañuelos, que deseará que la misma persona se encargue de bordar la ropa que dará a su novia.

Si me puse pálida, no lo sé: sólo sé que con gran esfuerzo que pude contestar a doña Clara, la cual, por fortuna, no pareció darse cuenta de mi turbación:

-Si tengo la dicha de que mi pobre trabajo agrade a la doctora, no habrá inconveniente en marcarle la ropa que tenga que dar a la que deba ser su esposa; pero, ya sabe usted, sin nombrarme.

-Gracias, Camila.

-Antes de retirarme, quiero pedir a usted el favor de que me permita que Mercedes me acompañe a hacer una visita.

-¿Va usted donde doña Carlota?

-No, señora; a visitar a mi aya, Mauricia Rivas, a quien hace días no veo.

-Ya recuerdo; creo que son dos o tres las veces que ha ido a su casa desde que está en la mía.

-Sí, señora.

-¿Y dónde vive ella?

-En una casita mía que dista de aquí a unos dos kilómetros.

-¿Va a ir en carruaje o a pie?

-A pies, para hacer más ejercicio.

-Entonces, puede decir a Mercedes que la acompañe.

-Gracias, señora.

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⏰ Última actualización: Feb 16, 2016 ⏰

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