2 de mayo de 1800.
Ya entregué a doña Clara los pañuelos que me dio a bordar para su hija; le han gustado mucho.
Estaba sentada en su cuarto cuando llegué con ellos; me hizo un recibimiento más amable que de costumbre y me invitó a sentarme.
-Es este un trabajo, señorita, que merece tanto agradecimiento como elogio de mi parte – me dijo.
-No, señora; ni lo uno ni lo otro; complacerla ha sido mi único objeto.
-Es verdad; ¡Pero lo ha hecho tan bien!.. Taylor arreglará eso.
Me puse colorada.
-No hay nada que arreglar, señora. Le ruego acepte ese insignificante trabajo como una pequeña muestra del mucho agradecimiento que le debo por los favores que me ha hecho.
-Gracias, señorita; pero mi hija es orgullosa y querrá recompensarla por su trabajo.
Me dijo esto mirándome fijamente:
-¿La doctora? – le pregunté-. Pues no veo la necesidad de que sepa que he trabajo para ella. Usted le obsequia los pañuelos y eso es todo.
-Es que están tan bien bordaditos, que de seguro querrá saber quién los ha bordado.
-No es difícil salir del paso: comisionó usted a una amiga para que buscara quien le hiciera el trabajo. ¡Hay tantas jóvenes pobres, desconocidas, que bordan bien!...
-¿No quiere usted que Lauren se dé cuenta que usted bordó los pañuelos?
-No, señora.
-¿Por qué?
-Para evitar que me demuestre su agradecimiento, lo cual me apenará. Siempre me ha gustado ser útil a las personas que me favorecen con su afecto y a mis amigos, pero sin que se tomen el trabajo de pensar en mí.
-Es usted muy rara.
-Como yo hay muchas, señora.
-No creo que haya muchas.
No quise contradecirla, y ella prosiguió:
-Pienso que a mi hija le gustará tanto el bordado de estos pañuelos, que deseará que la misma persona se encargue de bordar la ropa que dará a su novia.
Si me puse pálida, no lo sé: sólo sé que con gran esfuerzo que pude contestar a doña Clara, la cual, por fortuna, no pareció darse cuenta de mi turbación:
-Si tengo la dicha de que mi pobre trabajo agrade a la doctora, no habrá inconveniente en marcarle la ropa que tenga que dar a la que deba ser su esposa; pero, ya sabe usted, sin nombrarme.
-Gracias, Camila.
-Antes de retirarme, quiero pedir a usted el favor de que me permita que Mercedes me acompañe a hacer una visita.
-¿Va usted donde doña Carlota?
-No, señora; a visitar a mi aya, Mauricia Rivas, a quien hace días no veo.
-Ya recuerdo; creo que son dos o tres las veces que ha ido a su casa desde que está en la mía.
-Sí, señora.
-¿Y dónde vive ella?
-En una casita mía que dista de aquí a unos dos kilómetros.
-¿Va a ir en carruaje o a pie?
-A pies, para hacer más ejercicio.
-Entonces, puede decir a Mercedes que la acompañe.
-Gracias, señora.
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Camila Cabello
RomanceEn 1808, hace ya doscientos años, hubo un pequeño espacio de tiempo donde las relaciones homosexuales estaban vistas tan normalmente como las heterosexuales, pero... Eso no significó que el amor siempre tuvo que salir triunfante.