CAPITULO 2

364 7 0
                                        

Quien viera a nuestra familia diría que éramos normales, cualquiera sea su significado (aunque «normal» significa algo distinto para cada quien). Mi infancia transcurrió sin altibajos aparentes. Nuestra casa era pequeña, de dos pisos, y estaba en un vecindario tranquilo de los suburbios de Stratford, Ontario, Canadá. Mi madre y mi padrastro trabajaban duro para mantener a la familia. Ganaban poco porque pertenecían a la clase obrera. En nuestra cuadra había chicos de todas las edades y nos pasábamos prácticamente todo el día jugando.

Casi todos los días llegaba alguien a la puerta de casa. Llamaba y preguntaba si yo podía salir a jugar, o si podían entrar y jugar conmigo adentro. No hacía falta que lo preguntaran dos veces. Mis amigos y yo paseábamos en bicicleta.. O jugábamos en el patio de juegos de la escuela primaria que estaba en la misma cuadra. Yo iba a las casas de mis amigos y comíamos galletas con trocitos de chocolate mientras pintábamos con el antiguo aparato electrónico Lite-Brite, jugábamos con muñecas con olor a frutilla o intentábamos armar el cubo de Rubik. Con mi amiguita Robbie organizábamos desfiles en nuestra cuadra con los chicos del barrio y hasta actuábamos en obras de teatro que escribíamos nosotros mismos cuando éramos un poco mayores. Vendíamos entradas a los vecinos y actuábamos sobre un escenario que armábamos en casa.

Mis fiestas de cumpleaños estaban llenas de globos de colores y regalos, siempre invitaba a todos los chicos del barrio. Jugaba con los muñecos y los animales de peluche. En la primaria, me enamoraba de los niños como una tonta. Y cuando nevaba en el invierno (y nevaba mucho), con mis hermanos hacíamos muñecos de nieve y castillos. De vez en cuando, salíamos de vacaciones familiares. Incluso fuimos a Florida un año. El Día de Acción de Gracias venían todos nuestros familiares y parientes, y comíamos hasta no poder más. Decorábamos el árbol de Navidad y comprábamos regalos en los centros comerciales. Aparentemente, nuestra vida era normal. No había nada fuera de lo común. Nada inusual. Nada sospechoso. Pero, tras toda esa aparente normalidad, soporté muchos años de abuso sexual.

sexual. Mi primer recuerdo sexual es de algo que comenzó como el inocente juego del doctor, pero sin estetoscopio ni maletín de médico. Como sucede con muchos otros incidentes, solo recuerdo detalles borrosos, como si todo hubiera ocurrido en medio de la niebla. Pero por borrosos que sean, son recuerdos que permanecen en la memoria.

Me recuerdo tendida sobre una mesa. Creo que tendría tres años. Había otros chicos más grandes, caras conocidas. Se respiraba un aire de ansiedad, como si estuviera a punto de revelarse un oscuro secreto. A mí me tocaba ser la paciente, que esperaba que el «doctor» diagnosticara alguna terrible enfermedad. Uno de ellos tenía un termómetro en la mano, por lo que supuse que iban a ver, jugando, cuánta fiebre tenía.

Pero no estaba preparada para lo que pasó después. Me metieron el termómetro en lugares de mi cuerpo donde no debía introducirse. Me acuerdo que algo me dio asco. Algo no andaba bien. Es raro pero, aunque no tengo recuerdos específicos de que algo así sucediera con anterioridad, sí puedo recordar que sentía que eso ya había ocurrido. Como si no fuera la primera vez que me tocaban así. No puedo saberlo con certeza. Pero sabía que no sería la última vez.

Conocía al que abusaba de mí. Era un rostro conocido, de mi círculo familiar, de mi comunidad, de mis amigos. Cuando alguien que conoces, que se supone sea alguien con quien estás a salvo, te hace cosas o te hace hacer cosas que duelen y te lastiman, se rompe la confianza. Sientes que no son buenas. Que te confunden. Cosas perversas.

Yo tenía cinco años. Estaba ocupada eligiendo los crayones más lindos para pintar la siguiente página de mi libro de colorear, cuando él entró en la habitación. Estaba desnudo. El crayón con que iba a pintar un lindo sol de cálido color amarillo se deslizó entre mis dedos y cayó al piso, y se oyó un ruido sordo. Sentí miedo y confusión. Estaba paralizada. ¿Por qué está desnudo? ¿Por qué me está mostrando sus partes íntimas? No sé cómo me hizo hacerlo ni qué pasó cuando todo acabó, pero terminé tocándolo. No quería hacerlo. Solo seguí sus indicaciones. Hice lo que me dijo. Como una niñita obediente.

Del ABISMO A LA LUZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora