Cuando tu verdadero yo, que es la persona que Dios imaginó al crearte, se rompe en fragmentos y añicos irreconocibles, te vuelves suelo fértil para la mentira. Esas mentiras, esa falta de verdad, van enterrándose cada vez más profundo dentro de tu corazón y te resulta casi imposible librarte de ellas. Ellas se alojan en un lugar seguro y pasan a formar parte de ti, por lo que no logras imaginar la vida sin ellas. Ya cuando llegué a la adolescencia, era esclava de tantas mentiras que creo que en el mejor de los casos solo tenía una vaga idea, torcida, de lo que es el amor, el valor de la persona y el respeto por sí mismo. Es más, creo que no tenía nada de eso. En vez de creer en mí, me arrodillaba ante los pies del engaño, ese que no tiene misericordia, y me aferraba a todas las alabras negativas que el engaño me decía para albergar pensamientos feos, con ideas sobre mí misma que eran destructivas y que surgían en mi mente.
Hace poco releí lo que escribía en mi diario durante esos años y no puedo creer las cosas que pensaba con respecto a mí misma. Holgazana. Gorda. Fea. Hasta llegué a la conclusión de que únicamente podría gustarle a alguien con algún problema mental. Cuando un amigo me decía que era un fracaso, o una ramera, no tenía ninguna verdad con la cual defenderme ante los ataques verbales, provinieran de alguien más o de mí misma, y por eso las palabras quedaban pegadas como si fueran mosquitos sobre la miel. Estaba tan acostumbrada a que se aprovecharan de mí cuando era pequeña que no conocía otra forma de relación. No sabía que podían tratarme de otro modo y no habría tenido forma de reconocer el verdadero amor aunque hubiera estado enfrente de mis narices.
En cuanto a los chicos, bueno... siempre estaba tratando de encontrar al «ideal». Pero no lograba decidirme. Porque una semana me gustaba uno y a la siguiente, quería a otro, y así seguía semana a semana. Solía preferir a los que mostraban que yo les agradaba. Eran los que podían garantizarme algún tipo de afecto. No es que fuera cambiando de chico solo porque estuviera pasando por la revolución hormonal de la adolescencia. Yo buscaba todo el tiempo el amor. Intentaba encontrar a alguien real. Quería hallar a esa persona que correspondiera a mi amor como yo creía que debía amarme. Y pensaba que la solución más sencilla sería el amor de algún chico.
Me enamoraba con facilidad, o algo parecido, digamos. Y cuando no duraba quedaba destrozada, mis heridas no sanaban pronto. A los quince años encontré a un chico y pensé que nos casaríamos. Lo llamaré Joey.
Ese chico me gustaba muchísimo. Una noche, cuando todos ya se habían ido de una fiesta en su casa, nos quedamos sentados durante horas, abrazados. Y en el silencio de la madrugada empezó a decir todas las cosas que a una chica le encanta oír: «Pattie, eres tan hermosa», «Eres tan tierna», «Eres maravillosa». Y mordí su anzuelo, con carnada, línea y boya, porque era una romántica sin remedio y me temblaban las rodillas solo con oír sus palabras.
Empezamos a besarnos y terminamos en su dormitorio. Me sentía nerviosa. No quería que todo eso terminara como evidentemente ocurrió. A pesar del abuso que había soportado todos esos años, seguía siendo virgen. Esa parte de mí era preciosa, inocente y no estaba dispuesta a dejarla ir, ni siquiera para dársela a Joey.
Mientras nos acariciábamos y besábamos sobre su cama, él empezó a tratar de desvestirme, despacio, como para que no lo notara. Sentí que mi cuerpo se tensó y traté de alejar sus manos de mis partes íntimas, pero de nada sirvió. Él era mucho más fuerte que yo.
-No, Joey -dije retorciéndome para salir de aquel enredo de piernas y brazos-. No quiero hacerlo.
-No te preocupes. No voy a lastimarte -susurró en mi oído. Yo seguía repitiendo «No», y Joey seguía diciendo: «Está bien».En
No grité. Nada de eso. No lo aparté con un golpe. Pero dije «no», tantas veces que al final todo se convirtió en una escena de abuso sin que yo me diera cuenta. Me quedé quieta. En silencio. Volví a salir de mí, de mi cuerpo. Me desconecté de Joey, del momento. Solo quería que lo inevitable terminara y ya.
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Del ABISMO A LA LUZ
Sonstiges"A mi Padre celestial, por ser el Redentor al que nadie supera". bueno este es el libro de PATTIE MALLETE ( LA madre de Justin Bieber) se que algunas personas quieren leer el libro pues le are el favor de leerlo espero que lo disfruten no importa...