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Capítulo 10: No te pego con el libro porque lo respeto

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CAPÍTULO 10 

No te pego con el libro porque lo respeto

—Dellan, ¡te he dicho que no!

—¿Por qué? Sabes, cualquier chica del colegio me querría como tarea del hogar.

Pongo mis ojos en blanco.

—Yo no, y soy una chica. Y no cualquier chica querría estudiar contigo, créeme. No vendrás a casa.

—Bien, en mi casa será entonces —se decide, disfrutando del momento, de la incomodidad que está generando en mí—, hoy.

¿No le podré preguntar a la profesora si me puede cambiar de compañero? No estaría mal una modificación aquí.

—¿Recuerdas mi patada en tus huevos, idiota?

—Fuiste tan sexy... —empieza a decirme, acercándose un poco más.

—Te volvería a golpear —espeto—. Lo haría con el libro, pero le tengo mucho respeto.

—¿Qué? —Dellan junta el entrecejo.

—Ahora. Acá. En el medio de la clase —continúo, aunque en el fondo sé muy bien que no sería capaz de algo así. No soy violenta, por más que Dellan parezca sacar lo peor de mí.

—Eh —parece tragar saliva—, mejor no chica Opal. En un futuro querré tener hijos.

—¡Mejor no los tengas! —ironizo— ¡El mundo no necesita otro Rochester!

—Mikaela tiene razón: entre nosotros hay tensión sexual. ¿Por qué no la saciamos?

—¿Por qué no te vas a la mierda mejor?

Entonces noto que alguien se pone de pie frente a nosotros; cuando me fijo en quién es, veo que la profesora de literatura me observa con la cabeza ladeada, como si estuviera decidiendo qué decirme. Yo enmudezco sin poder argumentar nada para salvarme. Lo último que falta es que ella también me envíe a dirección.

—¡Señorita Slowell! ¿Qué sucede? ¿Por qué ese vocabulario tan extraño en ti, cielo? —me regaña la profesora de literatura.

—No quiero trabajar con Dellan. Él me provoca.

La profesora observa a Dellan y luego vuelve a mirarme. Yo me encojo en el asiento y observo con ceño fruncido a mi intruso compañero.

—¿Qué haces, Dellan? —cuestiona ella con confusión.

—Le he dicho que nos reuniremos en mi casa hoy para hacer la tarea. Su madre está trabajando allí y me dijo que hoy la llevara conmigo para que volvieran juntas. Pero ella... —me señala dramáticamente—, ella no quiere, ¡piensa mal de mí!

—Bueno, Dellan —la profesora se cruza de brazos, sin creerle demasiado a mi compañero de banco indeseado que está haciendo un puchero para completar su número—. Tú no eres tan inocente y ella no es tan mal hablada. Tengo dudas sobre la pareja... pero no puedo hacer cambios, chicos. Lo siento, Britt —se disculpa ella.

—¡Pero me está acosando! —Le digo, demasiado fuerte. Todo el curso queda en silencio y luego explota en risas.

Para mi fortuna, toca la campana. Soy la primera salir con el rostro coloradísimo.

—¡Ey, Britt! ¡Lo de tu madre es cierto, hoy vienes a mi casa! Me ha dicho que luego se irán juntas.

Más gente se reúne a vernos gracias al grito de Rochester.

—¡No, no, no y no iré a tu casa! ¿No entiendes?


Oh, sí, sí y sí vendrás, Britt. Necesito que vengas, hoy te has olvidado las llaves, ¿cómo piensas entrar? —dice mamá desde el teléfono—. Y ahora que me has dicho sobre la tarea, es perfecto, Britt. Dellan es un buen chico, y su padre es buena gente.

—¡Mamá, no es buena gente!

Estoy en la salida del colegio que casi se encuentra vacía, salvo por mí, unas chicas que se han quedado hablando, unos chicos reunidos en la esquina, y la moto de Dellan. He llamado por el celular a mi madre por lo que dijo: me he olvidado las llaves de casa. Qué suerte que revisé antes de ir. Pero... Ni de coña voy a lo de Dellan. ¿Por qué el mundo está obstinado a hacerme la contra?

Incluso mi madre.

Sí, lo son. Ahora ven.

Mamá corta la llamada y unos brazos me toman, desde atrás, de la cintura, mientras que el aliento de Dellan choca contra mi oreja.

—¿Qué ha dicho tu madre?

—Dijo que fuera para mi casa.

—Pequeña mentirosa, toma —me da su casco—. Debes sostenerte fuerte, no quiero que caigas y me echen la culpa.

—Me encantaría que te echaran la culpa, ¿sabes?

—Y a mí me encantaría besarte, pero todo no se puede.

Él se sienta en la moto, esperándome. Me pongo el casco sin demasiado problema, y cuando estoy avanzando para subirme, dudo.

—No pienses que esto me hace feliz, Rochester. Preferiría besar el suelo del baño que viajar contigo de esta forma —exagero.

—No hagas apuestas que puedes perder.

—No era una apuesta, era una realidad, Dellan.

Y sin decir mucho más, mis piernas se acomodan de ambos lados de la moto y mis brazos rodean el cuerpo de Dellan, un poco aprovechando la situación e imaginando que es Peter Toph a quien estoy tomando.

—No disfrutes demasiado de mi cuerpo, chica Opal. Después soy yo el que te acosa...

—Vamos ahora, chico idiota.

—Claro que sí, Birreitete.

Una vez que él menciona ese horrible apodo, con un estruendoso sonido, pone la moto en marcha. Mis muslos se pegan completamente a la espalda del chico del salón de enfrente y emprendemos camino a su casa.

Si de algo estoy segura, es que si él quiere jugar, yo también puedo. Y pienso ganar.

No dejaré influenciarme por los encantos de Dellan Rochester.

No lo logrará. Nunca. En. La. Vida.


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El chico del salón de enfrenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora