Capitulo 6: Soledad

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Arthur miraba cuan esposa furiosa a la puerta del apartamento, esperaba el regreso de cierto escritor francés desde hacía cuatro horas. Esa misma mañana le había prometido estar para beber el té/café juntos y tal como todo lo que había prometido las últimas semanas, pareciera que faltaría a esta también.

Empezaba a odiar el nuevo estatus de estrella literaria que había adquirido su "amigo", desde ese día que llegó el editor a visitarlo, las entradas y salidas de éste se habían incrementado de manera anormal. Salía al amanecer luciendo un traje diferente en cada ocasión y regresaba entrada la noche, casi al roce de las tres de la mañana con los cabellos alborotados, olor a cigarro y colonia barata.

Más de una vez sospechó que el muy bastardo tenía una aventura con un hombre de sociedad a pesar de haberle confesado que le gustaba más rápidamente acallaba sus pensamientos, esa confesión ni siquiera existía ya y procedía a darse de cachetadas por pensar, decir, actuar e imaginar cosas que no le incumbían porque lo que hiciera el otro era punto y aparte a su vida. Sin embargo, pese a sus contradicciones (y sí que son muchas), cada noche esperaba paciente el regreso de éste así como lo estaba haciendo en ese momento.

La puerta del apartamento se abrió, sacándolo de su ensoñación – ¿Dónde has estado? ¿Ya viste la hora que es?– le reprochó con suma molestia, nadie dejaba plantado a Arthur Kirkland.

El recién llegado miró a su celador o quizás deberíamos decir, su celoso cejón, sus brazos cruzados, su entre cejo fruncido y una mueca de molestia, todo indicaba que él estaba furioso. Intentó amenizar la tensión que se palpaba –Arthur, mon chér, no debiste haberte molestado en esperar despierto mi regreso– dijo de forma pausada mientras se quitaba los zapatos de charol que amenazaban con hacerle ampollas – ¿me extrañaste?

Arthur peló los dientes en señal de amenaza –tanto como tú a tu vida de pseudo escritor– argumentó para luego darse media vuelta, ya no era necesario esperar parado frente a la puerta, ahora podía dormir en paz.

Francis sintió la molestia del otro más ignoró los motivos de esta –¿estás molesto?– preguntó aun sabiendo la respuesta y el otro solo le respondió con un sonoro bufido –si es porque he estado llegando tarde, te prometo que mañana procurare llegar un poco más temprano– dijo, haciendo molestar aún más al otro.

El oji verde contó hasta diez, luego hasta veinte y siguió de largo, ese maldito francés no merecía sus enojos ni preocupaciones e ignorándolo, se adentró a su habitación. Por su parte, el recién llegado miraba con extrañeza el juego de té que lucía impecable sobre la mesa de noche – ¿habrá tenido visitas?

La mañana siguiente, como si se tratase de una competencia, Arthur salió más temprano que Francis. Aún estaba oscuro y no tenía planes de donde pasar el resto de la mañana pero poco le importaba, deseaba darle al otro una probada de su propia medicina. Abrió la puerta de su habitación, procurando hacer el mayor ruido posible y avanzó por el apartamento, pisando de forma firme para que sonaran sus zapatos por todo el lugar. Pese a sus obvios intentos, el otro no se asomó por la puerta y aun más indignado, Arthur salió del apartamento, cerrándolo con un gran portazo.

Salió a la calle, pocas personas transitaban ahí en clara señal que aún no era ni horario laboral y se encaminó hacia una cafetería que permanecía abierta casi las veinticuatro horas y que Francis rara vez frecuentaba, ese lugar sería su escondite hasta cerciorarse que éste ya no se encontraba en casa. Al llegar ahí, pidió un té negro, necesitaba algo fuerte para aguantar las largas horas de espera. Mientras llegaba su pedido, sacó la canción en la que había estado trabajando y empezó a leer a detalle los versos en busca de un imperfecto.

En otro punto de la ciudad, Alfred recién se levantaba, apenas eran las seis de la mañana. Había tenido un sueño donde Arthur llegaba a su casa y lo besaba de forma apasionada. Sonrió al recordarlo, algo así nunca pasaría entre ellos por más que lo deseara. Tomó el celular que estaba sobre la mesa de noche y escribió un mensaje rápido a un destinatario desconocido, luego suspiró y rio de forma traviesa –pronto estará la canción.

Mi Platónico Amor (Hetalia FRUK)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora