Capitulo 8: La decisión

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Capitulo 8: La decisión

Un par de horas atrás, aun cuando la luz brillaba y Arthur se encontraba en la última reunión con el músico, Francis iba camino a la editorial H. Se puso sus mejores prendas para la ocasión porque aparte de ir presentable a dicho lugar, al regresar a casa estaría presentable para la maravillosa cena con Arthur.

Llegó al edificio y caminó con lentitud, necesitaba recuperar el aliento que había perdido subiendo las escaleras. Se adentró al elevador y contó con inquietud los pisos que iba subiendo. Las puertas se abrieron y tras éstas, un escritorio y una señorita lo separaban de la oficina a la que fue citado.

–Tengo una cita, soy Francis Bonnefoy– dijo de forma calmada, resaltando la pronunciación suave de sus "R". La señorita comprobó la cita y lo adentró a la oficina, ahí se encontraban dos hombres, uno de ellos tenía pinta de abogado.

–Lo estábamos esperando señor Bonnefoy– dijo el que se encontraba sentado frente al escritorio y el de apariencia de abogado se ajustó los lentes de marco verde –Tome asiento, en un momento nos traerán un poco de café.

Los tres hombres se sentaron y esperaron sus tazas. Mientras estas llegaban, el anfitrión explicaba las razones de la cita –como sabrá, a la editorial le interesa mucho que se una a nuestra plantilla de escritores, por supuesto, estamos dispuestos a darle mejores facilidades que la editorial para quien labora actualmente.

Una de las cejas del francés se alzó en señal de interés – ¿qué tipo de facilidades?– preguntó sin reparo alguno, haciendo fe de la frase "el interés personal ante todo". Si le interesaba, seguiría con la conversación, sino, se despediría de aquel lugar.

El abogado volvió a ajustar sus lentes y pidió la palabra –le pagaremos tres veces más de lo que le pagan actualmente por cada reseña que hace, tendrá el doble de sueldo, el cincuenta por ciento de las ganancias que se originen de los libros que escriba y por supuesto, la editorial le proveerá de un apartamento.

Tales facilidades eran tan impresionantes que parecían sacadas de un sueño. Bonnefoy había imaginado que quizá solo le darían un aumento de sueldo y buenas comisiones. No obstante, todo eso despertó sus alarmas de alerta – ¿Y a cambio de qué me darán todo eso?– pregunto escéptico.

–Su exclusividad absoluta. Usted no podrá publicar ni escribir nada para ninguna otra editorial salvo para la nuestra y por supuesto, necesitamos que cambie de domicilio a nuestra central que se encuentra en la capital.

Y la bomba había explotado, causando estragos en la mente del escritor. Todo lo que siempre anheló a cambio de dejar el lugar que había sido su hogar desde la universidad. Para muchos se trataba de una tarea fácil pero para él, significaba dejar ir a Arthur, la persona de la que está enamorado desde hace ya bastantes años – ¿Podría pensarlo?– pidió, era algo que debía meditarlo bien.

Luego de una breve charla con los dos sujetos, Francis se despidió de aquel lugar, necesitaba pensar todo con detenimiento y sobre todo, aclarar sus sentimientos hacia el compositor

Regresando a la actualidad, con el apartamento casi en penumbras. El oji azul permanecía de pie con el portarretratos en su mano. Tras él, la figura pálida de Kirkland permanecía inerte a la espera de la continuación de aquella frase vaga que había dicho.

-¿Qué opinas, Arthur? ¿Acepto o no?–dijo con un tono casi pesimista.

Arthur jugó un poco con los botones de su suéter a cuadros, no estaba seguro que decirle –es una buena oportunidad– opinó. Se sentía algo intranquilo estando en aquel lugar con el escritor, necesitaba cambiar de tema o amenizar la situación, no quería sentirse arrinconado y obligado a decidir el futuro de este. Caminó hacia la mesa, dejando atrás al otro –la cena se está enfriando– dijo algo nervioso.

–Arthur...– ahí iba Francis de nuevo con su dramatismo, su voz se escuchó clara al igual que su acento. El inglés se giró a verlo, si le llamaba era por algo. El francés se había girado de igual manera, ahora podían verse a los ojos. El rostro del oji azul permanecía serio y el compositor intuyó que lo que iba a decir se trataba de algo serio –yo te mentí–

Kirkland abrió la boca en señal de que iba a expresar una protesta o quizá una pregunta mas no salió nada de ella, el escritor se adelantó a lo que iba a preguntar éste.

–Ese día cuando confesé que me gustabas, en realidad si me gustabas. Arthur Kirkland, me gustas desde que estamos en la universidad y estoy consciente de tus preferencias sexuales pero te pregunto ¿te gusto de la misma forma que tú me gustas o al menos has llegado a sentir algo parecido al amor hacia mí?

Y Arthur volvió a quedar entre la espada y la pared por segunda vez en el día. La confusión nublaba su juicio y las preguntas hechas por el francés se marcaron en su mente. ¿Sentía amor hacia él? ¿Odio? ¿Amistad? ¿Compañerismo? Si bien habían compartido bastantes años de vida, no sabían considerarse compañeros, amigos o conocidos, solo se veían como dos sujetos anclados en un apartamento cuyos motivos para permanecer ahí después de lo mal que se llevan, eran desconocidos.

Recordó como durante la tarde había rechazado de forma amable el amor de Alfred hacia él, lo hizo sin dudarlo, sin pensarlo siquiera y ahora, ante la misma interrogante pero situación diferente, no sabía qué hacer. Tragó saliva y pensó de la forma más cuerda y seria que podía, se dijo así mismo que era heterosexual y que nada lo haría cambiar de opinión por mas dudosa que haya estado su sexualidad los últimos meses luego de aquella confesión. Finalmente abrió su boca y se relamió los labios.

–Lo siento... no siento lo mismo hacia ti.

Y el frágil cristal que era el corazón de Francis se partió en miles de fragmentos, no obstante, ya lo veía venir. Suspiró en señal de derrota y seguido de ello se acomodó el flequillo –merci Arthur, tu respuesta me ha regresado a la realidad– dijo con falsa alegría – ¿Qué te parece si festejamos el término de tu trabajo y la propuesta del mío?– incitó, adelantándose hacia la mesa.

Sin ganas de protestar y sintiéndose extrañamente algo culpable por su respuesta, Arthur le siguió de cerca, sentándose y empezando a degustar la fría cena. La noche transcurrió con conversaciones sin sentido y risas falsas.

La mañana siguiente, luego de pensarlo con detenimiento, Francis salió de su casa rumbo a la editorial H, su decisión ya estaba hecha y todo gracias a lo último que habló con Arthur, si aceptaría el trabajo y dejaría atrás todo, incluso el amor no correspondido.

Expresó su decisión al abogado de la editorial y seguido de ello, una serie de contratos le fueron extendidos, debía firmar cada uno y obviamente, debía leerlos con la atención debida. Luego de aquel largo trámite y unas breves palabras de cortesía, se anunció que el próximo mes partiría a la capital.

Francis festejó junto a aquel par de hombres su próximo nuevo estilo de vida mientras en sus adentros, la incertidumbre y la tristeza de abandonar aquel lugar que fue suyo y de Arthur lo embargaba hasta los huesos.

Mi Platónico Amor (Hetalia FRUK)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora