El almuerzo se había convertido en algo muy pesado. Shuu, por increíble que pareciera, estaba con los ojos abiertos. Miraba su plato sin tocar y se veía brillar en sus ojos una frase: "Creo que ha sido una mala idea".
Reiji no andaba muy lejos. Comía sin muchas ganas, y de cuando en cuando cerraba los ojos y suspiraba. En cuanto a los demás, Kanato y Ayato estaban alerta por si sentían algún ruido arriba y Subaru ya había doblado por la mitad tres tenedores cada vez que me miraba.
Las marcas de los mordiscos no habían desaparecido de mi piel. No era como la otra vez, que Raito tuvo en cuenta dejar de su saliva para cerrar los agujeros. Se habían puesto violetas y de a poco iban degradándose, un proceso demasiado lento para un vampiro.
Yo comía, sin sentir realmente nada, masticaba y tragaba como un robot programado. Mi vista se había clavado en el pie de mi copa y no la había movido de ahí en ningún momento.
- Estúpido...- masculló Subaru rompiendo el silencio. Todos lo miramos.
- Cuando pase la luna llena ya no...- quiso decir Ayato. El albino no lo dejó seguir.
- ¡Iba por Reiji!- apuntó enfurecido al segundo hijo, que no tuvo el valor suficiente de mirarlo-. ¡Por su culpa Akemi ha estado a punto de morir allí arriba!
- Subaru...- empezó a alterarse Shuu.
- ¡Y tú también! ¿¡Se puede saber en qué diablos estabais pensando!? ¿¡Qué clase de inocentada es hacer creer a una amiga que va a ser forzada por dos de sus anfitriones!?
- ¡Ya basta!- grité golpeando la mesa con un puño. Miré al de ojos carmesíes fijamente hasta que se le bajaron los humos y sólo entonces volví a hablar-. Ya les di yo misma un pequeño castigo por semejante idea, lo de Raito...- me mordí el labio inferior-. Dentro de unas horas volverá a ser el de siempre, y esto no va a ser más que un agrio recuerdo. Olvídalo. Cada uno ha recibido su merecido ya.
No se volvió a oír una palabra más después de mi tajante intervención. Terminamos de comer y nos fuimos cada uno por nuestro lado. Estaba ya con mi mano sobre la perilla de mi puerta, pero oí algo cayendo estrepitosamente al suelo en la habitación del pelirrojo. Me preocupaba que pudiese llegar a lastimarse, así que me olvidé de la advertencia de Reiji y aparecí delante del cuarto del que provenían los golpes.
- No entres- la voz que antes había gritado ahora tenía un inconfundible tono de preocupación.
- Puede hacerse daño- me giré hacia Subaru-. Estoy bien, tiene que ver que estoy bien.
- Si ocurre algo llámame- se tocó la cabeza con dos dedos, dando a entender que le pidiese ayuda telepáticamente-. Me quedaré en la puerta por si acaso.
- ¿Como un gorila?- reí. Conseguí sacarle una sonrisa antes de que me volviese a interrumpir el paso.
- Ten cuidado.
Asentí y de una vez abrí la puerta. Entré despacio, asomando la cabeza y destrozándome el alma al ver el escenario: el armario en el suelo, ropa tirada por todas partes y algunas prendas hechas pedazos, las cosas del escritorio desperdigadas, la silla destrozada... Parecía que hubiese pasado un huracán por esa estancia.
Cerré la puerta a mi espalda y busqué en la oscuridad, únicamente interrumpida por la luz de la luna que entraba por la ventana, permitiéndome vislumbrar su cuerpo, encogido en posición fetal en la cama, inmóvil.
- Raito...- susurré acercándome con lentitud precavida. Me puse a su lado, de pie, y me incliné intentando ver si estaba malherido. De eso nada: apenas mis dedos rozaron su hombro su brazo salió disparado hacia mi cintura, tirándome encima de él. Abrió sus ojos verdes y giró para dejarme debajo. Aún no veía al Raito de siempre, sólo a ese otro lado agresivo y peligroso.
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Mi primer mordisco (Soy madre junto a Sakamaki Raito 2)
RomanceAkemi no es una vampira común. Se ve forzada a ocultar su identidad de chupasangre y a controlar sus instintos asesinos si no quiere que todo el centro de menores donde reside se tiña de sangre inocente. Fría, distante y fácil de enfadar, muestra es...