2. Día Gris

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Después de ese amargo almuerzo proseguimos el camino a la ciudad, ninguna habló con la otra, yo únicamente hablaba conmigo, y me decía a mi misma que no podía ser, una y otra vez.

Recordaba a Mark, así le decía yo, desde que tenía uso de razón, el tenia dos años más que yo, 19, era un chico encantador, rubio, ojos color miel, metro ochenta, simpático, divertido, sociable, simplemente era Mark.

Durante nuestra infancia, nos peleábamos muchísimo, por juguetes, por películas, por respirar si cabía, pero en la etapa de la adolescencia, él me entendía, me cuidaba, me aconsejaba sobre chicos... Era el hermano que nunca había tenido.
Y ahora, simplemente ya no estaba.

Llegamos al tanatorio, nunca había estado en uno. En la entrada había gente fumando de forma nerviosa, gente llorando, y gente que simplemente hablaba de sus seres queridos.

Entramos a una sala y en el sofá estaba mi tía llorando, desconsoladamente, me partió el alma, pero tenía que ser fuerte. Ella me miró sin ver, y me dió un abrazo, - lo siento muchísimo tía- murmuré tristemente. - Jani, ya no se puede hacer nada Jani, se alejó llorando. Me acerqué a las demás personas de mi familia y las salude cortésmente mientras les daba el pésame. Mi madre fue a hablar con mi tía y allí me quedé yo sola, pensando.

- La muerte sólo es síntoma de que hubo vida-. Murmuró una voz desconocida a mis espaldas.

No me di la vuelta, ni me molesté, solo respondí un pesaroso - ajam-.

-Eres Janet- prosiguió.

La curiosidad me invadió, ¿quién era el desconocido que había a mis espaldas? No pude evitar girarme y sorprenderme.

Me sorprendí al ver sus ojos, a ver, era un chico normalito, tirando a guapo, pero sus ojos eran de un color gris cautivador, bueno, no me voy a engañar tampoco, era guapísimo, pero no era momento para pensar en chicos, joder Janet ten un poquito de respeto por tu primo pensé para mi mima.

- ¿Cómo sabes mi nombre? Respondí.

-Marcos y yo estudiábamos juntos en la universidad, siempre íbamos juntos, y bueno... Él me habló de ti, me enseñó fotos vuestras incluso.

Me parecía raro no conocer a ese chico, aunque Mark y yo no hablábamos tanto... Quizá lo había mencionado y no lo recordaba.

- Es bonito saber que mi primo me recordaba- me sinceré- ¿cómo te llamas?

- Abel, encantado - me dio la mano.

Me di la vuelta, mi madre me estaba reclamando, mire hacia Abel, y le di una triste sonrisa.

-Nos vemos luego. - dije a modo de disculpa.

Mi madre estaba seria, pero no seria de triste, sino de estar sopesando algo.

- Dime mamá.

- ¿Quieres verlo? - me preguntó.

Sabia que significaba eso, nunca dos palabras me presentaron tantas dudas verlo, ¿quería ver a mi primo? Ya estaba muerto. ¿estaba preparada? Nunca había visto alguien muerto, sí, en las películas, pero de verdad, en persona, no.

- Ssii- respondí.

Ella no me vio segura.

- Yo no voy a entrar,no... no puedo, no tienes que sentirte mal si no estas preparada. - me dijo con intención de aliviarme.

-Mamá, necesito verlo, aunque suene frívolo esto parece una broma demasiado pesada, necesito aceptar el hecho de que ya no estará, necesito despedirme.

Ella asintió. Mark estaba en una sala a parte de la que estábamos nosotros, desde fuera sólo lograba verse el ataúd. Y yo estaba frente a esa puerta, frente a la muerte.

-¿Quieres que te acompañe? - dijo Abel en mi espalda.

No quería ir sola, pero tampoco quería ir con nadie de mi familia, quería afrontar esto sin lloros a mi alrededor, así que asentí.
Entramos al cuarto, se notaba algo frío, y me asomé al ataúd, entonces lo vi.
Se veía tranquilo, dormido, apacible, como si estuviera descansando. Me transmitió paz, me quedé en silencio.

Adiós amigo escuché a Abel a mi lado, con voz entrecortada.

Yo no dije nada, el no me escuchaba, con pensarlo tenía, le dije adiós mentalmente, llorando por dentro.

De pronto miré a Abel, él si lloraba, se le veía frágil, en su altura, no pude evitar, aunque casi no lo conociera, abrazarlo.

Lo sentí diferente, nunca tuve un hombre frágil entre mis brazos, en su altura, claro no se veía frágil, media uno ochenta por lo menos, y yo como mucho uno sesenta, era muy guapo, me abrazaba fuerte, apretando mi cintura en su dolor, olía de maravilla, pero... no podía tener esos pensamientos con Mark de cuerpo presente solo es un abrazo de consuelo tonta, deja de pensar cosas raras.

- Nunca había llorado delante de nadie, ya de mayor. - me confesó.

-Esto es duro para todos, cada uno lo lleva de manera diferente. - sentencié.

-Eres fuerte. - No era una pregunta.

-No llorar no significa ausencia de dolor. - le discutí.

Salimos a la entrada a coger aire, no aguantaba estar más en ese lugar, Abel tomo aire y habló.

- Janet, me recuerdas en ciertos aspectos a tu primo, y antes de que me digas que no te conozco, Mark hablaba mucho de ti, no quiero que pienses que estoy loco o algo así, pero, me gustaría mantener el contacto contigo. -

Lo dijo con vergüenza, como si le costara admitirlo.

- Ppor suppuesto- tartamudeé, parecía estúpida, dios, cogí mi teléfono antes de que se arrepintiera, el lo tomó en sus manos, marco su teléfono y se llamó a si mismo.

-Por si las moscas- me explicó.

El camino a casa fue silencioso, después de que Abel me diera su teléfono mi madre salió y me dijo que ya era tarde, que debía descansar, y realmente me sentía agotada, le hice un gesto con la mano de despedida y el movió la cabeza.

Al llegar a casa tomé un poco de agua, y le di un par de bocados a la ensalada que había preparado mi madre. Solo quería estar sola, para darle vueltas a lo ocurrido con Mark, y a su muerte. A la muerte en general, nunca me detuve a pensar lo cerca que estábamos de ella, pero quería tener mis pensamientos en orden, darme una ducha, tumbarme, y dejar que el día se fuera, un día menos, pensé de forma melancólica, después de una larga ducha, y de despedirme de mi madre, y darle un beso al viejo Mimí, que estaba roncando como siempre en el sofá, me acosté en la cama.

Mire al techo y empecé a pensar ¿por qué? ¿por qué morimos? ¿a donde vamos? ¿la muerte duele?. En mi cabeza se juntaban miles de dudas, dudas que nadie había sabido contestar dejando de lado teorías religiosas cómo una simple chica de diecisiete años iba a descubrirlo. Probablemente moriría antes de saberlo me reí ante eso que irónico, para mis respuestas la única solución era morirse, y eso me daba mucho miedo.

Cuando estaba perdida en mis absurdos pensamientos, empezó a sonar mi teléfono, mire despreocupada y abrí los ojos como platos.

En la pantalla ponía :

Abel

Vida MortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora