Cuando Atala, una joven de no más de 20 años, acaba la explicación de los puestos que tenemos a nuestra disposición, la mayoría se separan rápidamente con un objetivo claro. Ya sea lanzar cuchillos o hacer anzuelos, casi todos saben que quieren hacer o al menos en que ocupar su tiempo. Yo, en cambio, me quedo junto a una pared del salón de entrenamiento mirando las instalaciones con temeroso respeto.
Tras un rato, no hacer nada empieza a ser tan incomodo que dejo que mis pies me lleven a un puesto de camuflaje que está vacío y parece tranquilo. Así, al final paso toda la mañana aprendiendo a pintarme con bayas, barro y plantas machacadas para mimetizarme con diferentes entornos. Creo que ha sido una buena decisión, se escalar y ahora más o menos se ocultarme. Ya que voy a morir mejor que sea de hambre o deshidratación y no por un cuchillo en la garganta. Esto puede no parecer una gran mejora ya que moriré igualmente, pero el el pensamiento más optimista que he tenido en toda la semana y me hace temblar un poquito menos.
A la hora de comer sacan unos carritos con bandejas y nos sentamos donde queremos. Estoy deseando acercarme a Fergus para estar cerca de algo conocido donde sentirme algo más refugiada pero, viendo su expresión tan dura, decido que es mejor comer sola en un rincón.
Al acabar podemos seguir entrenando un par de horas y pienso en volver al puesto de camuflaje cuando veo que hay tres personas allí, así que doy media vuelta y me dirijo al puesto de escalada donde sólo hay un crío aún más pequeño de cuerpo que yo.
Es un puesto algo estúpido, está formado por una escalera de cuerda, tres árboles diferentes, y algunas cuerdas con más o menos nudos que están atadas a las ramas altas de esos árboles. Como sé escalar de sobras, lo que lo único que hago es subir unas cuántas veces una de las cuerdas mientras ignoro al pequeño que intenta subir la escalera sin éxito hasta que una de las veces que llego arriba, me llega un olor que conozco perfectamente: Pino. Sigo escalando hasta llegar lo más alto que puedo hacerlo sin partir las ramas, y me siento cerca del tronco. Las agujas de pino me tapan gran parte del Salón de entrenamiento, así que me aíslo de todo y respiro profundamente el olor de mi hogar.
Estoy tan ensimismada que no me doy cuenta de que todo el mundo empieza a irse.
-¡Eh tú! Es la hora. -Dice el encargado del puesto.
Me froto los ojos, respiro profundo, y bajo ágilmente.
-¿Cómo estás?
-Bien.
Veo que sonríe con tristeza y me dirijo al ascensor. ¿Por qué me ha hablado? ¿Será por mis lloriqueos en el desfile? No paro de pensar en lo patética que soy hasta que llego a mi planta.
-Perfecto, ya éstas aquí. ¿Qué tal el entrenamiento? Has estado mucho tiempo.Me siento cerca de Odell y le explico que he pasado el día en el puesto de camuflaje. Espero una reprimenda por no haber ido a lanzar cuchillos o algo así, pero no llega.
-Bien. Aprovecha los dos días que quedan para aprender a ocultarte, encontrar comida y esas cosas. Si te ves capaz de manejar algún arma, inténtalo, no estará de más.
Aunque sea obvio, es doloroso ver que nadie apuesta por mi. Paso lo que queda hasta la cena dándome un baño y cepillándome el pelo. Cuando es la hora salgo al salón y cenamos más de esos manjares que empiezan a no saberme a nada.
Los tres días siguientes son exactamente iguales. Paso la mañana en algún puesto vacío, como sola, paso un par de horas en mi árbol, me arreglo, ceno, y voy a la cama aunque a duras penas duermo más de un par de horas por culpa las pesadillas en las que estoy en los juegos con un bebé. Me despierto mil veces por noche, sudorosa, y con la adrenalina por las nubes.
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Los juegos del hambre - Johanna Mason
FanfictionEsta es la historia de como mi país me metió en sus macabros juegos y me subestimó, de como lo dejé sin habla y, de como me quedé sola. Soy Johanna Mason, del distrito 7. *Historia iventada a partir de la información disponible sobre Johanna*