~MI ESTILISTA~

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Llegamos al edificio donde viviremos hasta los juegos. Tiene doce plantas, una para cada pareja de cada distrito, esto sin contar una terraza en lo más alto y un centro de entrenamiento en el sótano. 

Subimos a nuestra planta en ascensor, la siete por nuestro distrito. Entramos en la pequeña cabina y las puertas se cierran tras nosotros, cuando empieza a subir puedo ver la ciudad hacerse pequeña a través de las paredes de cristal. No lo esperaba. Cuando me doy cuenta tengo la espalda pegada a las puertas metálicas que se abren haciendo que casi caigo pierda el equilibrio. Tambaleante me doy la vuelta y veo el salón. Es una moderna zona de comedor con una gran mesa para ocho, una zona de estar con sofás y sillones de colores, y una gran pantalla de televisión visible desde cualquier punto. Nunca había visto nada así.

Seguimos la misma rutina que en el tren: vemos nuestras habitaciones y las zonas comunes hasta que a la hora de comer silenciosos jóvenes vestidos de blanco nos van sirviendo tanto la comida como la bebida. Los platos no paran de pasar y la mayoría de bandejas se van sin ni siquiera tocarse, es un sin sentido.

Al poco de acabar me llevan a una sala donde tres preparadores me dejarán como un lienzo en blanco para mi estilista. Son dos mujeres y un hombre pero los tres tienen el pelo teñido de un color muy artificial, mucho maquillaje, y ropa llamativa. Lo normal aquí. No sé durante cuanto tiempo se dedican a depilarme piernas, brazos, bigote y cejas hasta que no queda ni un pelo. Luego me hacen entrar a una ducha que me lanza chorros de agua perfumada a presión, y me secan el pelo con aire que sale de la misma ducha con la misma violencia.

A partir de ahí es todo más fácil, me arreglan las uñas de manos y pies, y me aplican cremas. No me doy cuenta de que han estado hablando hasta que el hombre me agita el hombro.

-Chica, ya estás lista para Sephora. Nos vamos.

Asiento sin pensar y me deslizo hasta el borde de la camilla. Sólo me cubre una bata muy fina y corta lo cual me hace estar más incómoda si cabe. La pared se desliza y por el nuevo hueco entra una mujer con la extravagancia típica del Capitolio. Tiene el pelo  blanco con mechones verdes, un vestido blanco lleno de brillantes, y zapatos de plumas. Aunque también tiene un cuerpo tan perfecto que apostaría mi última comida a que se ha sometido a varias operaciones estéticas.

-Bueno, bueno, bueno. Ponte de pie. -Empieza a dar vueltas a mi alrededor mientras piensa en voz alta. -Mmm... No estás mal. Aún no tienes curvas, eres joven pero no una niña ¿Sabes? -Se queda a mi espalda y continúa -Tu pelo es muy largo, seguro que podemos hacerte buenos peinados. En fin, puedo trabajar con esto, pero no esperes milagros.

Después de eso, me toman medidas, me maquillan, y me peinan con un horrible recogido con el que me salen trenzas de todas partes. Poco después se retiran y dejan paso a Sephora que entra orgullosa del traje que ha elegido para mi: un pantalón muy ajustado marrón y una blusa verde muy abultada. Mis brazos se pierden entre la blusa y realmente tengo forma de árbol. Como la mayoría de tributos de mi distrito los últimos 30 años o más.

Me mantengo en silencio perdida entre los plieguies de mi blusa mientras Sephora parlotea con orgullo de su obra. Cuando vamos al ascensor Fergus esta allí, y vestido igual que yo pero con un pantalón recto. Somos del siete, somos árboles.

Los juegos del hambre - Johanna MasonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora