Capítulo 1: Chèr petite

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Capítulo 1: Chèr petite(1*)

Los tonos eran fuertes, largos y cuando parecía que no tendría fin, de nuevo tomaban un matiz melodramático. Las tonadas hacían ecos en las paredes y corrían por los pasillos, acariciando los tapices y los distinguidos pasillos de la mansión Malfoy. Le llegaban a Narcissa que cuidando sus rosas, con el delantal de jardinería y los guantes, miraba hacia arriba al balcón donde sabía, adentro de la habitación, su pequeño Draco practicaba el piano, la brisa fría del creciente otoño pululo por el rostro de la esposa de Lucius y le acarició los cabellos con suavidad. Su esposo lograba oír los acordes del piano de cola desde su despacho, terminando de firmar un documento sin importancia y la música le llegó a los oídos al reclinarse en la silla mientras soltaba un trémulo suspiro, cualquiera que pensara que el piano era un instrumento muggle debería saber que no había más que magia para que algo tan sublime hubiese sido creado.

La melodía terminó de abrupto, Draco bajó sus dedos delgados por la edad a través de las teclas y frunció el ceño con algo de molestia, seguía sintiéndose aburrido. Como odiaba los veranos.

Draco, con once años, había crecido sano y vuelto todo un futuro hombre de negocios, con los ojos grises que hablaban de suspicacia y ceños fruncidos caprichosos, era alto para los once años y eso contentaba a Lucius más de lo que nadie creería porque sabía que su hijo seria un digno Malfoy. En cambio Narcissa veía crecer a una pequeña copia de su esposo cada día, aunque Draco era más apasionado y un poco más impulsivo, su hijo era de un corazón blindado y desconfiado. Pero ella sabía, que no había hecho mal en criarle con las enseñanzas que le heredaron sus padres y los padres de sus padres perdiéndose por esa línea interminable de aristócratas y sangre puras. Porque ahora más que nada lo que importaba en la sociedad mágica era la pureza de sangre y la familia de la que provenías, no había nada más y eso se lo dejo en claro a Draco desde el principio, él se casaría con alguien de ascendía pura y seria padre de hijos dignos de su estirpe, ella lo sabía y es por eso que no se preocupaba.

—Dobby—llamó Draco, pasándose los dedos por el cabello mirando hacia al balcón, su madre pasaba caminando por los rosales mientras les cuidaba con dedicación. El elfo domestico acudió al llamado, sus grandes ojos verde olivo mirándolo con respeto, una gran y pronunciada reverencia dirigida hacia su amo.

—El amito Draco ha llamado a Dobby— tembló el pequeño elfo — ¿Qué puede hacer Dobby por el amito Draco?

—Dile a mi padre que quiero salir, a cualquier parte. Estoy aburrido—declaró arrastrando las silabas, bajó del banco con elegancia en los pies y caminó con altanería hacia la puerta blanca de madera, cuando vio que Dobby sólo se quedaba allí parado en medio de la habitación con sus grandes orejas puntiagudas replegadas en desconcierto se apresuró a gritarle—¡Ahora!

El "Pot" se oyó casi de inmediato, Draco bufó. Elfos domésticos, pensó con mal humor, siempre tan ineficientes. Pero el mal humor se aparto con una sonrisa trémula, ese día sería bueno. Porque Draco convencería a su padre para que le comprara una nueva escoba y arrastraría a ambos padres a través de las tiendas de juguetes y tal vez, sólo tal vez fuera de visita a las casas de sus amigos, preferiblemente no a la de los Parkinson porque ya no aguantaba a Pansy.

Tres horas más tarde, Lucius sabia, terminaría rindiéndose ante los caprichos de su hijo aunque se negara mil veces.

-AprenderAVivir-

Harry corrió bajando las escaleras de dos en dos mientras las carcajadas de perro le resonaban en los oídos. Oyó el reclamo de su madre por bajar de aquella manera pero el solo pudo gritar "¡Sirius!" cuando al fin diviso la juvenil sonrisa de su padrino que acababa de hacerle una broma a su enfadadiza madre.

Aprender a vivirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora